de

del

Óscar Muñoz
Foto: Arte 1010
La Jornada Maya

Jueves 2 de abril, 2020

El cuadro titulado [i]A Beethoven[/i], gestado por el pintor Ariel Guzmán durante un concierto de jazz que su hermano Arturo y su banda ofreció en uno de los recintos culturales de Mérida, alcanzó su desarrollo embrionario en dos tiempos; mejor dicho, en dos movimientos (como si se tratara de la creación de una pieza de música clásica o del jazz contemporáneo). El primero quedó plasmado durante el concierto referido y el segundo, en el taller del pintor, fue detallado con música clásica.

En estricto apego al enfoque académico del arte abstracto, a cuya línea pertenece esta pintura, por lo general, el creador aísla de la realidad visual formas, colores, dimensiones y demás elementos que conforman el mundo tangible y posteriormente utiliza tales elementos en su creación, dispuestos en el espacio propio y personal. En el caso de esta obra, la realidad de la que parte Guzmán no ha sido la objetividad visual sino la sonoridad musical, de la que fue capaz de extraer las armonías, los tempos, las melodías y demás elementos vibrantes.

En el fondo del lienzo, como visión sostenida, están los rojos del concierto de jazz en una extensión que abarca todo el espacio, con destellos del mismo tono y centellas de algunos otros colores. Es un fondo explosivo de jazz, sin duda alguna, con sus ritmos marcados en toda la tela y con una energía impuesta por la batería del otro Guzmán, todo lo cual pudo atraparlo Ariel en un proceso de abstracción musical para imprimirlo en un proceso de creación pictórica.

En el primer plano de la pintura están los acordes violentos del romanticismo musical, como si se tratara de rasgueos de la batuta de Beethoven, que han quedado plasmados con relámpagos esmeraldas para enmarcar la entrada del cuadro y fundir los elementos visuales del jazz y del clasicismo. En esta fusión de géneros musicales diferentes, representados con genuidad a partir de la genialidad artística de Guzmán, la obra queda expuesta a la contemplación del espectador visual y auditivo.

Cabe destacar que, en esta creación donde han sido fusionados dos géneros musicales y dos expresiones artísticas, de seguro Ariel enfrentó un proceso de traducción: trasladar los elementos propios de la música a los de la pintura. Ha sido una traducción más literaria que literal, como lo hubiese señalado alguna vez Octavio Paz: ir más allá de lo estrictamente lingüístico (formal) para trastocar lo literario (imagen, metáfora, alegoría).

No queda más que contemplar el cuadro de Ariel Guzmán como una creación post vanguardista, independientemente de su apariencia abstracta, que partió de música viva y culminó con música grabada de dos géneros distintos en el tiempo y el espacio. Aunque la contemplación no quedará en lo estrictamente visual sino que ahondará en el aspecto sonoro que encierra la obra a través de los elementos que el artista pudo abstraer de conciertos musicales distintos y colocarlos en una armonía inusitada.

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