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Foto: La Jornada Maya / Archivo

No llegó a su casa o a su trabajo. La última vez que la vieron, estaba con su novio, de seguro se fugó con él. O se quedó dormida. O tiene en silencio su teléfono celular. O está ocupada. O se enfermó y no pudo venir. Murmullos, preguntas, teorías… Las posibilidades son infinitas, pero muchas veces, la realidad es una sola: la desaparecieron.

“Desaparecer” es una palabra sensible en México, señaló Merry MacMasters en días pasados; en el país, a diario, diez mujeres dejan de estar, e incontables más son violentadas, acosadas y agredidas sexualmente por el simple hecho de ser lo que son: mujeres. La lucha de ellas es ancestral; retoma las violencias vividas por madres, abuelas y bisabuelas. El enojo y la indignación de las mujeres han alcanzado su punto de ebullición, tanto por la opresión machista patriarcal como por las pobres reacciones de la sociedad ante las injusticias por las que atraviesan niñas y mujeres.

Pareciera que el país está acostumbrado –en palabras de Sabina Berman– a ver llover asesinadas; es común ser hostigada por familiares, maestros, jefes y extraños… es común desaparecer, o aparecer muerta, violada o golpeada, y también es común aparecer de esas tres formas, en algún lote baldío, “completa” o en bolsas. Y la respuesta de la gente siempre será la misma: se lo buscó, por cómo estaba vestida, por haber bebido de más, por caminar sola a deshoras… Las excusas que encuentra la gente para justificar la apremiante violencia sobre la mujer son muchas y diversas, pero todas ellas, a final de cuentas, carecen de valor y veracidad.

Ninguna mujer busca ser torturada, agredida sexualmente o asesinada

Ser mujer en un país machista y una sociedad patriarcal apática es un deporte extremo. Existir cuesta mucho esfuerzo, y desaparecer, casi nada. No sólo las calles son el enemigo, sino también las oficinas, los salones de clase y las paredes de la casa; ¿y el agresor? Puede ser cualquiera. Sólo es cuestión de poner un pie afuera para que den inicio las peripecias “propias de nuestro sexo”. 

Parece que ningún esfuerzo es suficiente, que las palabras rebotan contra paredes y desaparecen en el aire. Si la mujer calla, es cobarde. Si la mujer grita, exagera. Si marcha y hace plantones, es una revoltosa, y si causa destrozos e incendia falsos monumentos, una vándala.

Así pues, y ante este panorama, hartas de gritar y no ser escuchadas, cansadas de ser pasadas por alto, consumidas como objetos y desechadas como desperdicios, dejaron a un lado la toma de espacios públicos y marchas como forma de protesta, y decidieron hacer lo que les ocurre a diez mujeres todos los días: desaparecer.

Un día después de las movilizaciones por el #8M, el país se quedará sin ellas por 24 horas. El 9 de marzo representa una fecha monumental en la historia de México y del movimiento feminista. El llamado de Las Brujas del mar fue escuchado por las mujeres del país, y sin importar clases sociales y colores políticos, decidieron detener toda actividad para demostrarle al sistema cuán importantes son para México. “El 9 nadie se mueve”, es el lema del movimiento. Ninguna mujer en las calles, trabajos o escuelas. Ninguna mujer saldrá de sus hogares ni consumirá absolutamente nada. No levantará un dedo para servir al hombre. No va a contestar llamadas ni mensajes, ni responderá a las exigencias de la sociedad.

Hoy, las mujeres dejan de ser. 

 

Hoy, ninguna existe

Hoy 9 de marzo, las mujeres realizan un simulacro masivo; la tragedia siendo no un sismo o un incendio, pero su propia desaparición y muerte. 

Hoy 9 de marzo es un día de reflexión y para crear conciencia sobre la realidad a la que se enfrentan miles de mujeres y niñas.

Un día sin nosotras cobró fuerza tras los feminicidios de Ingrid, Marbella y Marichuy, tras el secuestro, la violación y el asesinato de Fátima, tras el ataque con ácido a María Elena, cuyo agresor sigue libre.

La indiferencia de las autoridades ante estos casos y otros desató marchas y “actos vandálicos” que escandalizaron a la sociedad y gobierno, y que rápidamente se apresuraron a condenar. “No me rayen las paredes ni las puertas”, pide el presidente. “Así no se logran las cosas”, señala la gente. “Con violencia no se llega a nada”, acusan. “¿Así como quieren que las tomen en serio?”, apuntan hombres. “Ellas no me representan”, denostan otras mujeres. Pareciera que ningún esfuerzo es suficiente.

El movimiento logró viralizarse y extenderse a lo largo y ancho de la república. Pero, ¿Qué significa desaparecer? ¿Qué conlleva dejar de ser? Los colectivos feministas exhortan a las mujeres a no consumir, a quedarse en casa. El simulacro incluye también un apagón electrónico: nada de celulares o redes sociales, Netflix o Spotify. No debe aportar nada a la economía y la sociedad de México, porque una mujer que desaparece no compra ni consume nada. ¿Y los hombres? ¿Qué deben hacer? Guardar silencio. Reflexionar sobre el tema. Asumir su propia violencia y trabajar sobre ella.

Esto es lo que se espera para hoy 9 de marzo, pero desde el llamado de Las Brujas, los motivos y objetivos han sido retorcidos por empresas, partidos políticos e incluso el propio gobierno. El presidente se sigue equivocando con las mujeres, mañanera tras mañanera. Llama al movimiento feminista una “conspiración política” en su contra; es incapaz de sentir empatía por las múltiples víctimas y familiares que exigen justicia; cuestiona la veracidad del movimiento y de la rabia; de algún modo, logra victimizarse y consigue que el asunto se vuelva acerca de él; asegura que sus opositores conservadores financian las revueltas feministas, y ruega a periodistas y activistas que ya no le pregunten nada sobre los feminicidios porque el tema “se ha manipulado mucho”. Es un presidente que se preocupa más por la apariencia del Palacio Nacional y por el supuesto valor de los monumentos que por los cuerpos de niñas y mujeres apilados en las calles.

El movimiento también será reflejado en las escuelas. En la península, la secretaria de gobierno de Yucatán, María Fritz Sierra, anunció el cierre de los planteles públicos de educación básica. En Quintana Roo, los niveles de prescolar no tendrán clases, donde la mayoría del personal son mujeres, y en Campeche, manifestaron su apoyo a las estudiantes y maestras a que decidan faltar, agregando que impartirán talleres y pláticas sobre violencia de género a los hombres. Universidades públicas y privadas también se han sumado al movimiento, y anunciaron también actividades de concientización a los varones.

Pero hay que dejar algo en claro: el 9 de marzo no es un puente, como muchos lo han deformado. Es un día de protesta, un día de reflexión sobre la implacable violencia y opresión que viven niñas y mujeres a diario. Tampoco se trata de pedir permisos para unirse al movimiento, ni de temer la respuesta de los hombres ante la ausencia de las mujeres. La realidad es que México, como toda nación, necesita a las mujeres, y las consecuencias del paro se reflejarán en la economía, en la cultura y en la política. Quizá con las pérdidas millonarias, el gobierno y las autoridades se tomen más en serio la vida de las mujeres, y finalmente tomen acciones que las salvaguar de la violencia, agresiones y feminicidios que imperan en el país.

El mundo sufrió la primera “ausencia” de mujeres en 1975, cuando la población femenina de Islandia salió a las calles a exigir sus derechos, y los hombres tuvieron que quedarse en casa para realizar las tareas del hogar y cuidar de los niños. Muchos años después, en 2016, las argentinas hicieron algo similar con el paro Ni una menos, y ese mismo año, en Polonia, las mujeres tomaron los espacios públicos para exigir una maternidad libre y no obligada.

Sin embargo, los efectos de estas movilizaciones no fueron inmediatas. La burocracia patriarcal y machista, ocupada en su mayoría por hombres, siempre busca excusas para oprimir las revueltas feministas. Los cambios no se verán en una semana o un mes. Hacen falta iniciativas de ley, políticas públicas que protejan a este sector vulnerable, pero ya hay un cambio en el ambiente: las nuevas generaciones de mujeres cada día se dejan menos, cada día elevan más la voz en contra de los abusos y violencias de género.

No todas las mujeres se unirán hoy al paro. El llamado de Las Brujas, aunque estridente, no llegará a las comunidades más alejadas y menos comunicadas. Otras mujeres no pueden darse el “lujo” de parar, siendo ellas el único sustento de sus familias. Algunas, aunque conscientes del movimiento, decidirán no desaparecer, pues los tintes políticos han manchado la protesta.

Nos queda esperar los resultados que dejará este paro, y la esperanza de que, finalmente, el gobierno y la sociedad de este país que odia a las mujeres abran los ojos a la realidad que viven miles en las calles, trabajos y sus propios hogares. De no hacerlo, los feminicidios y agresiones seguirán, y las consecuencias serán catastróficas.


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