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Francisco J. Rosado May
Foto: SCT
La Jornada Maya

Martes 18 de febrero, 2020

Manejando de noche en el tramo de Polyuc a Felipe Carrillo Puerto, o viceversa, en una carretera angosta, es posible toparse con personas transportándose en bicicletas, triciclos o motos sin iluminación. Si bien tratan de ir lo más pegados posibles a la orilla, no deja de ser un riesgo para ellos y quienes van en el vehículo que los encuentra. ¿Cómo se puede explicar esa conducta considerada por muchos como irresponsable e irracional?

En el trayecto de Tulum a Cancún, o viceversa, carretera con cuatro carriles y con acotamiento en ambos sentidos, es común observar que se transportan triciclos, bicicletas y también motos transformadas con un espacio en la parte delantera para cargar cosas que el conductor vende en puntos de trabajo. Es cierto, la carretera es ancha pero el tráfico es muy intenso, por lo que hay altas probabilidades de accidentes.


[b]¿Cómo puede explicarse esa conducta?[/b]

Entre las alternativas de solución a las situaciones antes descritas, está crear y aplicar reglamentos de tránsito que prevengan ese tipo de situaciones pero, ¿Estarían solucionando el problema de fondo? Una acción donde obviamente existe el peligro de perder la vida no debería tener una explicación ni solución fáciles, hay que explorar las causas que motivan la decisión tomada, saber cuáles son las poderosas fuerzas psicológicas que guían esas decisiones.

El campesino que necesita algún insumo para su cultivo, sea fertilizante o abono orgánico, sabe que al acudir a la tienda en su comunidad va a comprar a un precio caro porque ese producto ha pasado por varios intermediarios. Pero no tiene opción, controla su miedo por el uso del poco recurso financiero que dispone porque tiene la esperanza de lograr una buena cosecha y vender bien su producto. Lo mismo sucede cuando el campesino compromete la venta de su producción a un comprador o acaparador local; venderá su producto a un precio muy bajo comparado con el precio que pague el consumidor al final de la cadena de valor. Este campesino tiene miedo de que su producto no se venda o que salga cuando el mercado está saturado y se arriesga a comprometer su producción al precio que le pague el primer nivel de los intermediarios, esperanzado en que podrá tener un margen de ganancia aceptable para su familia.

Un sistema como el descrito, no ofrece a los campesinos un buen futuro, vive en el peor de los mundos: compra caro los insumos porque es el consumidor final de esa cadena de valor, y vende barato porque es el primer eslabón de la cadena de valor de su producto.


[b]En el contexto de miedo y esperanza[/b]

En el siglo XVII, el filósofo Benedito de Spinoza, nacido en La Haya, escribió que los dos motores que explican los sentimientos humanos, y por ende que guían sus acciones, son el miedo y la esperanza. Los conductores de bicicletas, triciclos o motos modificadas que se arriesgan a transitar en las carreteras, así como los campesinos, saben que existe peligro en sus decisiones, pero lo hacen porque controlan su miedo y porque el resultado de su acción es guiado por la esperanza de llevar el alimento a sus hogares. Tratan de lidiar con incertidumbres que no están bajo el control de su grupo social.

De acuerdo con Boaventura De Sousa Santos, el miedo y la esperanza no sólo existen en los grupos sociales desprotegidos, también funcionan entre las personas que han acumulado capital. Por ejemplo, entre la población trabajadora existe el miedo a la inseguridad y la esperanza de que algún día se termine; la población acaudalada no tiene el mismo nivel de temor, cuentan con mejores elementos de protección, y no tienen como esperanza que se acabe la inseguridad.

Estos ejemplos ilustran la clara la diferencia entre grupos sociales en una población. Quizá los acaudalados tengan miedo a que se terminen las condiciones que propician la acumulación de su riqueza, por lo que trabajan con la esperanza de que se mantenga el sistema que permite esa acumulación. El peor temor, aunque infundado, es a la sociedad organizada, educada y proactiva en la búsqueda de mejores esquemas de seguridad y desarrollo.

En sus escritos, Spinoza señala que el camino hacia una sociedad con buen desarrollo pasa por la construcción de mecanismos que permitan el equilibrio entre miedo y esperanza. El miedo sin esperanza, dice, conduce al abandono (una sociedad con débil organización, no empoderada, no participa, ni busca participar, en la transformación de sus condiciones de vida).

Por otro lado, una esperanza sin miedo conduce a una autoconfianza destructiva, es decir, sociedad que descansa en la esperanza per se, para obtener algún satisfactor para mitigar el hambre o alguna otra necesidad personal, familiar o comunitaria, sin temor a que no se alcance, de hecho, conduce a que no se logre.

En otras palabras, el equilibrio entre el miedo y la esperanza debe arrojar mejores condiciones de certidumbre para el desarrollo de una sociedad. Y esto debe ser parte fundamental de la gobernanza. Un gobierno sin claridad en estrategias, visión, recursos (incluyendo intelectuales), es también un gobierno débil que seguramente conducirá a lo que De Sousa Santos califica como “posibilidades desfiguradas”, creando así condiciones para fortalecer el subdesarrollo.

Aplicando lo anterior al tema de los megaproyectos del gobierno federal, especialmente el que nos compete, el del Tren Maya, las aportaciones de Spinoza y de De Sousa Santos son muy valiosos para conformar el marco conceptual del modelo de desarrollo que puede existir, o no, con esos proyectos. Los megaproyectos, por definición, implican la articulación de “n” variables; no es únicamente lo económico, lo ecológico y lo tecnológico, también lo es la parte social, la cultural y las interacciones bioculturales.

Los megaproyectos deben ser instrumentos de desarrollo donde el equilibrio entre miedo y esperanza pueda lograr construir una sociedad que, en forma participativa, permita ofrecer mayor certidumbre, seguridad, crecimiento económico y desarrollo sostenible en un contexto multicultural y glocal (global y local).

Spinoza no tenía ese contexto en su tiempo, pero De Sousa Santos sí, y los habitantes de los territorios donde se establecerían los megaproyectos, también.

Por ello, el diálogo y los puentes interculturales deben construirse con cimientos sólidos. Corresponde al gobierno tomar la iniciativa.

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