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Margarita Robleda Moguel
La Jornada Maya

Lunes 3 de febrero, 2020

Guadalajara en un llano, México en una laguna, me he de comer esa tuna, me he de comer esa tuna, aunque me espine la mano”. Dice la canción. Y bueno, ni Guadalajara se encuentra ya en un llano, ni la Ciudad de México en una laguna, y son únicamente nuestras manos las que pareciera están llenas de espinas.

En Guadalajara, más bien la zona conurbada sin fronteras que conforma con otros municipios como Tonalá, Zapopan, Tlaquepaque entre otros, los edificios brotan como hongos de un día para otro. Por lo general mis visitas a esa ciudad se delimitaban a la zona cercana al Centro de Convenciones, donde cada año se presenta la FIL, la Feria Internacional del libro en español más importante del mundo. Ahora estuve hospedada en la zona de Zapopan y tuve oportunidad de turistear un poco en el centro de la ciudad y disfrutar el exuberante banquete que resulta Tlaquepaque.

La vista de los lujosos restaurantes y centros comerciales, los fastuosos hoteles que no le piden nada a cualquier capital del mundo, encienden el motor de la curiosidad para preguntarme quiénes están detrás de semejantes inversiones; si son redituables, hacia dónde retornarán los capitales.

[b]Graffitis que gritan [/b]
No lo puedo evitar, soy cuentera y las historias fluyen y se hilan en mi cabeza junto con las imágenes de las cartas que los jóvenes nos escriben con sus graffitis y que abundan en la zona centro; siempre me he preguntado qué nos dicen y si algún día lograremos descifrarlas. Por lo pronto leo: “¿Hay alguien por ahí?”, “Tengo miedo”, “¿Alguien sabe por dónde?”, “¡Mamá!”.

¡Mundo de contrastes!” Miles de jóvenes con o sin preparación académica, con un entrenamiento inmisericorde de consumista insaciable salen al mundo a construir su futuro y se estrellan con la cruel realidad de su incapacidad de tener el éxito que se les exige. Éxito como meta de vida. ¿Exitoso en qué? ¡En lo que sea!

“Me he de comer esa tuna, aunque me espine la mano”. Y es así como miles de jóvenes entran a engrosar las filas sin límites a sabiendas que quizás no exista el futuro, pero que sólo por hoy podrán ser parte de ese mundo de marcas, luces de neón y fantasía.

Por eso, la visita a la Galería de Rodo Padilla, escultor y pintor, vecino de Tlaquepaque, fue un descanso para la incertidumbre y la zozobra. Sus dibujos y esculturas tan llenas de ternura y encanto alivian el morral de las preguntas sin respuesta. Me reafirman que el arte alimenta y sana; que las luces de neón y el oropel terminan por hastiar; que el ser humano, harto de tanta prisa y ruido terminará por buscar el llano y la laguna para recuperarse de las espinas que pasaron de la mano al corazón; que la ternura compartida en las yemas de los dedos y la cercanía con un corazón que late cómplice no está a la venta en los centros comerciales.

Qué maravilla que la zona metropolitana de Guadalajara tiene a la FIL cada noviembre y que con su propuesta de libros y encuentro con los autores alimenta nuestra visión de que tener éxito es mucho más amplio y gozoso que lo que está a la simple vista.

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