de

del

Indianilla y Rojo

De estación eléctrica del tranvía a centro cultural
Foto: Facebook @EstacionIndianilla

En 1675, el párroco Rodrigo Barcia compró a las hermanas María Clara, Concepción y María Paula, indias nobles, hijas de prominentes caciques indígenas, un predio para establecer una capellanía. Por esa razón la gente del rumbo lo llamaba “el terreno de las indianillas”, y se le quedó Indianilla. Durante el porfiriato, el empresario Francisco Lascuráin solicitó permiso al ayuntamiento para desarrollar un fraccionamiento en la zona.

La compañía de tranvías compró una parte del terreno con el fin de construir una estación eléctrica y un taller para ampliar el servicio de ese transporte que sustituiría a los tradicionales de mulitas. Así nació la Estación Indianilla.

El proyecto era uno de los que impulsaba Porfirio Díaz como parte de los festejos del centenario de la Independencia. Fue gran novedad el establecimiento de estaciones equipadas con colosales transformadores y generadores de sólido hierro y enormes filtros piramidales de ladrillo, equipo necesario para generar la electricidad que requería el nuevo transporte capitalino, lo máximo de la modernidad.

En el siglo XX las instalaciones cambiaron su uso a bodegas y hace unos años las rescató del deterioro el gobierno del entonces Distrito Federal, la delegación Cuauhtémoc e Impronta Editores por medio de Juguete Arte Objeto, AC, para convertirla en el Centro Cultural Estación Indianilla.

Con la idea de hacer la cultura sustentable, al frente del nuevo concepto museístico quedó como director general el doctor Isaac Maasri, exitoso promotor cultural.

 

Foto: Facebook @EstacionIndianilla

 

El lugar es deslumbrante: la sola vista de la imponente maquinaria de hierro, pulida y pintada, la espaciosa arquitectura original, de ladrillo y vidrio, y las adecuaciones contemporáneas que realizó con gran talento el arquitecto Juan Álvarez del Castillo, ameritan la visita. Además, ofrece constantemente buenas exposiciones. Ahora tiene una excepcional.

Conjuntamente con la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, por medio de su Dirección General de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial y de la Conservaduría de Palacio Nacional, rinden un homenaje póstumo a Vicente Rojo, el notable artista plástico, editor y pintor fallecido hace poco.

Una trayectoria, una colección reúne 47 obras de las colecciones Pago en Especie y Acervo Patrimonial. Éstas se han conformado con las que dan los artistas por pago de impuestos. Vicente Rojo fue fundador del programa, al que contribuyó de manera continua desde 1965. Su presencia es relevante dentro de las compilaciones de la dependencia, que atesora 51 obras en las que se pueden apreciar el periodo de transición entre su época juvenil y el comienzo de su trabajo serial.

Rojo desarrolló su producción plástica dividida en series a partir de 1966; trabajaba más de un cuadro a la vez para representar, en conjunto, una idea preconcebida en su imaginación. Aquí se exponen obras de siete de su repertorio más destacado.

El nombre del barrio seguramente les suena a los madurones porque escucharon a sus padres hablar de los caldos de Indianilla, sitio al que acudían en la madrugada al salir de los bailes, cabaretes y antros, este último término, en esa época, hacía referencia a sitios de “rompe y rasga”. Eran locales modestos con mesas y bancas de madera burda donde los comensales se sentaban a saborear un sustancioso caldo de gallina con garbanzos, arroz y menudencias que ayudaba a recuperar energía y aminorar la inminente cruda.

Estos sitios surgieron alrededor de las estaciones para proporcionar alimentos a los conductores que terminaban tarde en la noche y a quienes empezaban labores en la madrugada, por lo que se volvieron famosos entre los noctámbulos capitalinos.

El Centro Cultural Estación Indianilla está en Claudio Bernard 111, esquina con Niños Héroes, en la céntrica colonia Doctores, y la visita es gratuita. En el mismo calpulli, en Doctor Balmis 210, está la cantina El Sella, que atienden personalmente José y Alejandro del Valle, cuyo padre la fundó hace más de 60 años en recuerdo de su tierra asturiana: Riva de Sella. Se ofrece lo mejor de la cocina española y de la mexicana. Como muestra, para botanear: escamoles y chistorra. El chamorro y el lechón son de fama. También hay buenas tortas: la de lomo es suculenta.

Edición: Emilio Gómez


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