Había una vez… hace casi 100 años, una lucha por la libertad de ejercer el amor sin ataduras. El tema, amor libre, que había sacudido a la sociedad, surgió en el primer Congreso Feminista de Yucatán de 1916, y, durante años, no dejó de ser el blanco de numerosísimos ataques en las páginas de La Revista de Yucatán, entre otros periódicos.
La respuesta a uno de ellos, firmado por un señor Zayas Enríquez, apareció en el magazine Tierra el 15 de julio de 1923, bajo la rúbrica de la “Liga feminista Rita Cetina Gutiérrez”.
“Para usted, amor libre significa goce libre, prostitución sin registro sanitario, como ha dicho usted, sin pizca de respeto ni consideración. Para las feministas no significa eso, señor Zayas. La Liga Feminista “Rita Cetina Gutiérrez” al pedir ante el Congreso Panamericano de Mujeres, por medio de sus Delegados, el amor libre, no ha pedido el libertinaje del instinto, sino la libertad incondicional del sentimiento; que la mujer tenga la valentía de unirse a un hombre sin trabas ni vínculos que la atan y condenan para toda la vida.
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El amor libre, como le entiende las mujeres y los hombres sensatos, no significa cambiar de compañero a cada instante; no es la prostitución. Prueba de ello es que hay uniones libres hechas a base de honradez, de amor y lealtad, más dignas y firmes que muchos matrimonios en que ambos están prostituidos y se engañan mutuamente bajo la máscara de la hipocresía, no obstante juramentos y vínculos”.
En una época donde lo natural era que el señor manifestara su éxito en la cantidad de “casas chicas” que pudiera mantener, se puede entender la lucha de las habitantes de éstas a ser consideradas personas libres con derecho de respeto para ellas y su descendencia, independientemente de papeles legales que permiten una doble moral.
Cien años después, cuando la polémica anterior dio sus frutos y existe mayor respeto por las uniones libres entre adultos, surge el debate del que hemos sido testigos en los últimos años: “Todas las familias, todos los derechos”, donde diputados, por motivos e intereses variados, votaban en contra del amor entre iguales, hasta que venció la razón que conlleva al respeto.
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La pandemia nos ha mostrado la fragilidad del ser humano. Nos ha permitido cuestionarnos todo para elegir entre la hipocresía de vivir para dar gusto a los demás o, la conciencia que nos permitirá crecer como seres humanos con mayor compromiso con nosotros mismos y los otros.
Todos tenemos un hijo, un sobrino, una amiga que han luchado para poder ofrecerle a su pareja la protección de la seguridad legal que ofrece el matrimonio igualitario. Una buena manera de “conservar el matrimonio natural”, que proponen algunos, ya que no existe algo más natural que el amor, y éste, no se elige: es.
El matrimonio es la decisión de dos adultos, de salir al encuentro uno del otro para apoyarse y crecer, para disfrutar y florecer juntos para que, en las buenas y en las malas, construir una familia.
Paso a pasito, de siglo en siglo, ahí vamos, aprendiendo a respetar nuestras coincidencias y diferencias, en todos los colores.
Edición: Ana Ordaz
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