Cuando viví en la Ciudad de México, tuve que desarrollar habilidades de supervivencia y, ante la necesidad de tomar taxi, una de las estrategias consistía en platicar con el taxista y en caso de percibir peligro, mi arma más poderosa era enchufarlo a otra frecuencia con simplemente preguntar: “Ud., de chiquito, ¿a qué jugaba?” Como por arte de magia, si existían otro tipo de intenciones, éstas se esfumaban, conectándolo con lo mejor de sí mismo, espacio, que como he experimentado, todos tenemos
Quizá el aprendizaje surgió en la casa de calle 35 que tenía un patio muy grande, donde yo aterrizaba las aventuras de los libros que devoraba, y parodiaba la vida de Robinson Crusoe o las que nos narraba Mark Twain y Julio Verne.
En las semanas pasadas, después de los artículos sobre algunos autores a partir del Tercer Ciclo de Canciones para la Infancia, me han sorprendido algunos comentarios de maestras sobre cómo no habían pensado en el efecto de las canciones en los niños. Eso nos dice que urge rediseñar el currículo de la formación para docentes. Alguien que no ha sido capacitado para saber “leer” historias y escuchar contenidos de las canciones, ¿sabrá leer y escuchar a sus alumnos? Nos quedamos en la forma sin ahondar en la esencia.
Y si padres y maestros no son capaces de escuchar las letras de las canciones y prever las consecuencias de las infiltraciones, ¿qué me dicen del efecto de los juegos en los que los pobres chiquitos pasan horas matando, atropellando, compitiendo sin reglas, etc., etc.? ¿Qué podemos esperar de una sociedad que aprende a jugar matando hormiguitas? Hay quienes su juego favorito es molestar, la comunicación se vuelve el placer de cucar, ¿a sus amigos? ¿Qué lectura hay detrás?
El otro día me tocaron de vecinos de casa en la playa, un grupo de matrimonios jóvenes. Mi hamaca estaba casi, casi en su terraza. Mi sorpresa fue escucharlos jugar una especie de ¡Basta! donde el arma es la riqueza de la cultura en general. Pensé en la infinidad de reuniones donde, por falta de ella, se gana perdiendo el tiempo enjuiciando a los demás.
¿Qué toca hacer para despertar y decir ¡basta!, y así detener esta loca carrera que nos está llevando a consecuencias que ya estamos padeciendo y que nadie parece tomar en cuenta? Podríamos comenzar por analizar de qué estamos alimentando a esos que decimos amar y estamos llenando de artefactos que los drenan en lugar de darles vida.
Busqué en Internet a los creadores de música infantil y salieron los nombres de los hechizos, los fabricados por los comerciantes, esos a los que encumbraron, explotaron y que después de sus cinco minutos de fama, desaparecieron, no era su vocación.
La literatura padece la misma suerte. Hay que tomarse el tiempo de ir a una librería y seleccionar con qué queremos alimentar a nuestros niños. Los libros y las canciones invitan a imaginar, a jugar y crear. Expanden el horizonte y ofrecen estrategias y actitud para salir victorioso frente al mal que atropella.
Los niños frágiles sufren y mañana, el mundo y nosotros estaremos en sus manos.
Edición: Ana Ordaz
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