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Comer, Jugar, Amar: tres historias del Kukulcán

Historias para tomar el fresco
Foto: Katia Rejón

Comer 

“Pensé que me estaba cotorreando mi primo cuando me dijo que aquí se pone La Wera”, dice un hombre de gorra de beisbol a Elidé Montañez. Hay un sol de mayo en septiembre y la famosa vendedora de kibis y piedras del Kukulcán está en la avenida de un fraccionamiento a varios kilómetros del estadio. No lleva ni cinco minutos estacionada y ya tiene una fila de compradores amantes del beisbol que la saludan con cercanía.

La Wera comenzó a vender piedras y kibis dentro del estadio Kukulcán y la Liga Yucatán hace 30 años. “No me gustaba el beis pero ya es mi ambiente. Es bonito el ambiente beisbolero”, dice La Wera entre las pausas mientras atiende a los aficionados del deporte y de sus kibis, que parecen ser las mismas personas. 

 

Foto: Katia Rejón 

 

A donde va ella, va el beisbol, y viceversa. “Del Kukulcán me pasé a los campos de softbol y ahora con la pandemia buscamos otros puntos de venta”, explica.

El tercer cliente es un hombre que lleva una playera de beisbol y un short de los Leones de Yucatán. Se llama Fernando Herrera y es instructor de este deporte desde 1993. 

“El beisbol me dejó muchas satisfacciones y un sinfín de amistades. Mi papá era pítcher y jugaba con los compañeros de Kanasín. Ahí empezó mi gusto por el deporte cuando no había Liga Yucatán”, cuenta Fernando.

Para él, este deporte es el oficial en el estado porque no importa a qué parte de Yucatán vayas, siempre hay un campo de beisbol. Durante muchos años trabajó en la Liga Yucatán como entrenador de jóvenes y dice que este inmueble es un punto de referencia para las personas que viven en el centro, sur y oriente de la ciudad. 

 

Foto: Katia Rejón 

 

Al preguntarle su opinión sobre el nuevo estadio, dice: 

“El Kukulcán es del gobierno del estado y el nuevo es una inversión privada. Ahí no puede influir ni el pueblo ni el gobierno. Están pensando en su negocio de hotel, restaurante, tiendas. Imagínate una persona que viva por Granjas, San Antonio Xluch, transportarse a un juego en el norte… ¿Qué va a pasar? Que ya no va a asistir la gente con la misma frecuencia”. 

El primer cliente de La Wera pega su auto a un costado de donde están despachando. “Compramos poco”, dice, y le pide otra ronda de kibis a Elidé. 

 

Foto: Katia Rejón 

 

Jugar

La nieta de don Julio Rubén Solano Montalvo está parada junto a su hamaca llamándolo en voz baja pero firme: “Abuelo... abuelo”.

Don Julio no la escucha: está embelesado contando la historia de cuando hizo el juego perfecto, definido por las Grandes Ligas de Beisbol como el juego en el que un pítcher lanza una victoria por mínimo nueve innings y los jugadores del equipo contrario no pueden llegar a una sola base.

Ella se da por vencida y sale a decirle al joven de la puerta que venga después, que su abuelo está ocupado.

Don Julio tiene 73 años y vive en la colonia Nueva Kukulcán desde hace 30. Jugó beisbol desde los 10 años en la calle de su casa con pelota de hilo, junto con otros niños. Uno de sus últimos juegos fue uno de exhibición en el estadio Kukulcán donde por poco hace su segundo juego perfecto.

“Pichear ahí era maravilloso porque estabas en alto. Esa vez me paré, estaba pichando a un veterano que le decían el Gallo Tec. En el primer lanzamiento, me toca un hit. Empecé a tirar, me controlé y ya no me tocaron la pelota: después de ese hit, retiré a los 26 siguientes. Iba a ser mi segundo juego perfecto”, recuerda.

Por muchos años estuvo en el equipo de Tigres del Crucero de la Bojórquez. Su primera oportunidad la obtuvo hasta que los tres primeros pitchers recibieron una paliza en un partido y él era la última opción.

 

Foto: Katia Rejón 

 

“Entré consciente de que yo iba a hacer lo que pudiera. Di mi alma, vida y corazón y retiré a los siete bateadores que faltaban. Cuando acabó, el manager me dijo: ¿Sabes qué? Vas a abrir el domingo”. Él tenía 18 años.

Dejó el beis a los 45 años, después de una lesión en el brazo. Para él el beisbol nunca se trató de dinero e incluso en aquellos partidos en los que salvó al equipo que lo había invitado, rechazó el pago. Cuando se mudó cerca del estadio, ya casi no jugaba, así que su tiempo aquí ha sido más como espectador. 

“Conseguimos este terrenito porque siempre había alquilado. Hasta mis hijas que eran unas chamacas de 10 años me decían: ¿Papi, aquí en el monte vamos a vivir? No, les digo, cuando nos pasemos ya va a estar poblado. Y así fue. Nos pasamos en el 85”, dice. 

La nieta de don Julio ya no está cuando termina sus relatos. En la pared de su entrada, tiene enmarcado un reconocimiento otorgado por La Peña Amigos del Beisbol por “su brillante trayectoria en el Beisbol Mexicano”. Tiene fecha del 28 de febrero del 2002, cuando Don Julio no iba a poder asistir a la entrega porque su esposa estaba muy enferma. Al final, su esposa murió dos días antes y sus hijas lo motivaron a ir a la premiación.

Don Julio piensa que lo que verdaderamente enamora a las nuevas generaciones no son los grandes estadios y la tecnología que puedan tener, sino tener espacios en las colonias para que puedan jugar: “Mucha gente del rumbo ha pedido que les hagan campos de beisbol, acá a dos cuadras hay un terreno grande, hay colonias donde no hay. Ves los campos de fútbol y no es que no haya gente, pero los de beisbol están llenos”.

 

Amar 

De pequeña, Karina Gamboa recorría la zona desde la casa de su abuela o de ella que estaban cerca del estadio de Kukulcán. Antes el estadio era color rojo y le decían “la concha gigante”.

“Es algo que compartía con mi papá. El beisbol y el softbol eran su vida, él era más aficionado. En el 2006 vimos ganar a los leones”. Su papá, Enrique Gamboa, jugó en el equipo de softbol Los Diablos y aunque ella nunca jugó profesionalmente, sí tuvo varios acercamientos al deporte por la cercanía del estadio. 

“Yo considero que —aunque no seas deportista— cuando estás ahí es una locura, la gente se emociona. Es la euforia de sentir que no es solo un partido sino una experiencia. Está Leoncio, a veces hay juegos pirotécnicos, estás pendiente de quién va a salir en la cámara”, dice. 

 

Foto: Katia Rejón 

 

Luis Murillo, otro entrevistado que practicó el deporte y sigue frecuentando el espacio, coincide. Él iba casi todos los días al estadio a montar bicicleta, no se perdía un juego de Los Leones porque su familia es beisbolera: su tío es la leyenda El Indio Peraza. Constantemente, el estadio tiene un valor sentimental y social.

El establecimiento del estadio en la zona oriente motivó el mantenimiento de esa zona que estaba olvidada. “Kukulcán ayudó mucho a que redujera la delincuencia, porque en esta zona hay terrenos baldíos muy grandes. Pienso que es importante para las personas que viven aquí y es la casa de Los Leones, ahora que van a hacer otro complejo ¿qué va a pasar con esta zona? Va a cambiar lo que se había logrado de plusvalía y seguridad”, opina. 

Karina es artista visual pero ha patinado y recorrido un maratón de cinco kilómetros. No se dedica al deporte, pero piensa que si tuvo un acercamiento a éste fue precisamente por el estadio. “Es un punto de reunión, vamos a caminar, hacer ejercicio, patinar. Ahora con las vacunaciones fue el establecimiento que sirvió para eso. Esta zona no tiene nada más”, dice. 

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Edición: Ana Ordaz 


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