La fiesta ajena

La violencia en Quintana Roo no es nueva. Ha existido y persistido por décadas y se ha fermentado por años. Sin embargo, la conflagración del crimen organizado siempre entendió límites funcionales. Los eventos de los últimos días han demostrado que esos límites han desaparecido, pues por primera vez en la historia está en riesgo la lógica económica de la Riviera Maya. El riesgo ya no es para unos cuantos -los involucrados directa o indirectamente en ese desaguisado que fabrica, distribuye y consume las sustancias para escabullirse de la realidad- sino para todo el edificio productivo que da ingresos a cientos de miles de familias en el Sureste de México. 

Cuando la violencia toca a turistas, toma por la fuerza hoteles enteros, se impone como producto de primera necesidad en la mano de obra más pauperizada y transforma la imagen internacional de una región que vive precisamente de imágenes paradisiacas y lúdicas, un serio problema de seguridad se transforma en un urgente problema socioeconómico de otra magnitud. 

La danza que todas y todos sabían que existía, pero con la que todas y todos podían vivir, de pronto deja de ser baile macabro y se convierte en pies que se atropellan, caos y estampida en un concierto social en el que sólo hay perdedores. La disputa por la mina de oro del modelo de turismo consumidor de muchas cosas -legales e ilegales, naturales o artificiales, renovables o irremplazables- amenaza la viabilidad de esa propia mina, con todo el esquema productivo al que sostiene. Es un capítulo completamente distinto con consecuencias que todavía deberemos entender y descubrir. 

Las tragedias tienen la gran virtud de dar una enorme claridad a las cosas. Las desgracias hacen visibles fallas, riesgos y responsabilidades con la implacabilidad del ácido. Quintana Roo es responsabilidad de todos, de los gobernantes, de los cuerpos de seguridad, de comunidades sin tejido social y, obvio, también de quienes han vendido a la Riviera, Cancún y sus distintos centros como el paraíso de la bacanal eterna. 

Hace mucho que Quintana Roo entero, mudó de presentarse como un lugar paradisiaco de belleza natural imposible de creer, a un destino de sol, playa y fiesta sin freno. A la Riviera y sus ciudades se va de fiesta, no a un encuentro con la naturaleza. No intentemos tapar el Sol con un dedo, en una zona donde la noche cada vez vende más. Hace mucho que en la región se apostó por el turismo masivo, las opciones todo incluido, las fiestas flotantes y se cerró la puerta a otras forma de turismo e intereses. Los bares, los centros nocturnos y la vida salvaje se han convertido en un atractivo casi tan importante como las playas y el azul turquesa del agua en una estrategia comercial descarnada. Nadie puede rasgarse las vestiduras al respecto. 

Ahora bien, nada de esto ocurre en el vacío, la crisis llega en el momento de las decisiones. Estamos a unos cuantos meses de las elecciones por la gubernatura y la seguridad no podrá estar ausente en los factores decisivos para los electores. ¿Qué van a proponer los que tengan el valor de levantar la mano? ¿Los electores van a permitir que la seguridad sea el elefante en la sala del que nadie habla? ¿La seguridad será responsabilidad de unos y derecho de otros, o entenderemos la gravedad del asunto y todos asumiremos nuestra parte? ¿La comunidad entera seguirá siendo el agua en la que nadan a placer los peces de ese arrecife de drogas y balas? ¿Las actividades ilegales de unos cuantos, harán imposible que otros puedan llevar pan a la mesa de sus familias? 

En un mundo global, ningún centro turístico es eterno, cada día nacen más opciones y la competencia es implacable. Incluso los destinos turísticos que parecían invencibles pueden tropezar y declinar, pregúntenle a Acapulco o Atlantic City. Nada es eterno si no se atienden los temas básicos. Claro que hay mucho por hacer en materia policiaca y de seguridad, se deberá invertir más en hacer valer las reglas básicas de convivencia y la impunidad deberá ser contenida. Sin embargo, una vez que una línea roja ha sido cruzada, una vez que el genio ha escapado de la botella, creer que la seguridad es responsabilidad de otros e ignorar que demasiados han lucrado y construido castillos financieros e inmobiliarios con la idea de un turismo que es fiesta eterna operando en el filo de la navaja y las zonas grises, es ingenuo. 

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No podemos olvidar que el motor económico que sostiene a Quintana Roo, con Cancún como punta de lanza, fue fundado hace poco más de medio siglo, y lo hizo como ejemplo de un nuevo modelo de desarrollo productivo y demográfico que sólo tuvo éxito combinando esfuerzos de gobierno, sociedad y empresarios. Esta crisis es demasiado seria como para ser desperdiciada y es la ocasión precisa para que Quintana Roo asuma -si sus políticos y partidos está a la altura de la coyuntura histórica- el papel de centro de innovación que reinvente la convivencia social y materialice una forma efectiva para traer al país la paz que necesita. Harán falta -en el léxico de hoy- abrazos, balazos y mucho, pero mucho más. Es eso o pagar los platos rotos de la fiesta ajena. 

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Edición: Laura Espejo