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La colonia México Norte o el Líbano en Mérida

Historias para tomar el fresco
Foto: Cecilia Abreu

Nazhja Borge es dulce como un postre de pistachos y almíbar. Por teléfono su voz está especiada por la ternura yucateca: “Claro que sí, corazón, con mucho gusto, un gusto platicar contigo”. Es gerenta de relaciones públicas del Club Libanés desde hace casi una década; y desde noviembre del 2020 tiene un programa llamado Cafeteando junto con Javier Mir Dáguer, en el que entrevistan a personas de ascendencia libanesa.  

Los ojos y el apellido suelen ser un viaje directo hacia Medio Oriente cuando conoces a una persona de ascendencia libanesa. Nazhja tiene dos ojos grandes y oscuros que se presentan como ella: “Amante de la vida y de la gente”. 

“Me da gusto estar cerca de la gente que conozco de toda la vida. El programa Cafeteando (que se graba en las instalaciones del Club Libanés) surge a raíz de la pandemia, para tratar de estar cerca de los socios y amigos, con vidas inspiradoras”, explica. 

El centro deportivo y social tuvo otras sedes en el centro de Mérida hasta que en 1977 llegó a la colonia México Norte. El Club tiene una entrada amplia color blanco en la que sobresale la estatua del Emigrante Libanés y tres arcos altos. Más adentro, una cancha de tenis, de padel, piscinas y gimnasios grandes que incluyen salas de spinning y sauna.  

 

Foto: Cecilia Abreu

 

El ingeniero José Chapur fue el principal gestor para trasladar el club a este sitio, y el primer invitado del programa de Nazhja. En ese episodio inaugural, el empresario dijo que se compraron tres hectáreas de terreno entre cinco personas, aunque al principio “el club” era sólo una palapa.

Los primeros recuerdos de Nazhja en este espacio son de cuando tenía siete años, le parecía impactante la enorme terraza sin edificios alrededor, era una aventura llegar hasta acá, pues los límites de Mérida eran distintos.

“Parecía infinito. Nos quedábamos todo el sábado con nuestras mamás. Era una vida diferente, ahora hay actividades extraescolares pero seguimos siendo un punto de reunión para la comunidad”, dice en entrevista. 

Recuerda que había una calera donde a veces los niños se escapaban en bicicleta para después regresar pedaleando por el monte. Con los años, no sólo el club ha crecido sino que el eco de la comunidad ha impactado en el paisaje urbano. 

 

Foto: Cecilia Abreu

 

A dos cuadras se encuentra la Avenida Líbano; más cerca, el Colegio Libanés Peninsular, Villas Líbano, la iglesia Nuestra Señora de Líbano, además de los incontables emprendimientos de personas de la comunidad libanesa, muchos de ellos tan antiguos que son parte del cotidiano de Mérida. 

“Ahora se nombró la otra avenida en honor al doctor Fernando Dájer Nahum, un miembro muy importante de la colonia Libanesa”, agrega. 

La migración de la comunidad libanesa a Yucatán ha sido ampliamente estudiada precisamente porque es una de las culturas que más presencia tiene en el estado. Santiago Sauma fue el primer libanés que llegó a Yucatán en 1879, y para el siglo XX la migración fue más constante por los conflictos sociales de Medio Oriente y el impacto de la Segunda Guerra Mundial.

 

Foto: Cecilia Abreu

 

“Cuando una cultura se ve forzada a salir de su país e irse a otro lado, se unen porque no tienen a nadie más. Creo que esa unión es parte de las otras culturas que también están aquí: alemana, norteamericana, italiana, coreana. Es algo positivo. Hay gente que se va por decisión propia y otra que se va por situaciones que están fuera de nuestro control. Pero el ser humano tiene derecho a ser feliz. Nuestros padres y abuelos llegaron buscando un lugar para vivir y lo encontraron en un sitio tan maravilloso como Yucatán”, dice Nazhja con sus ojos enmarcados y su acento regional.

Una foto ampliada de las ruinas de Baalbek al noreste del Líbano dan la bienvenida al Consulado Honorario de Líbano en Mérida. Ricardo Dájer Nahum, el cónsul, se maravilla recordando que esta construcción enorme es tan antigua como la Edad de Bronce, data de casi 3 mil años antes de Cristo y las ruinas siguen siendo imponentes. 

Él estuvo en el primer comité del Club Libanés cuando apenas tenía 21 años de edad. En su oficina, explica que desde 1897 se creó la Sociedad de Beneficencia Maronita, apenas unos años después de la llegada del primer emigrante libanés.

En 1902 se fundó el grupo Jóvenes Sirios; en 1919 el Círculo Sirio, luego la Liga Libanesa; en 1926, la asociación Damas Sirio-Libanesas, un año después nació el Club México; en abril de 1930 el Club Social Libanés y en 1977 el Club Deportivo Libanés Mexicano A.C. 

Los primeros inmigrantes, además de agruparse en asociaciones y clubes, ocupaban el barrio de San Cristóbal y La Mejorada para estar cerca de sus conocidos, amigos y paisanos.

“Hace 120 años llegaron a un país extraño, del que no conocían ni el lenguaje. Después lo aprendieron y muchos de ellos hasta aprendieron maya porque no llegaron a Mérida directamente sino a otros municipios. (El que se asentaran en un barrio) fue una etapa del proceso de integración de la comunidad libanesa y la sociedad yucateca”, dice. 

Antes de la pandemia, el Consulado junto con la Consejería Jurídica y el Registro Civil, hicieron un estudio para identificar cuántos yucatecos con ascendencia libanesa había en la actualidad. Identificaron a más de 7 mil. Pero el cónsul advierte que puede haber muchos más, debido a que durante los primeros procesos migratorios hubo errores en la traducción del árabe al español en algunos apellidos.

Eso además de que los matrimonios con personas mexicanas han dispersado los apellidos. Calcula que actualmente hay unas 9 mil personas en Yucatán con ascendencia libanesa directa; y están considerando realizar hojas de familia como se hacía en el registro civil del Líbano hasta 1948. 

 

Foto: Cecilia Abreu

 

Para los miembros del Club, homenajear a las personas que llegaron primero es tan importante como reconocer a quienes hoy siguen colaborando con la comunidad. En 2004, cuando Ricardo Dájer era presidente del Club realizaron un evento donde identificaron a 17 personas libanesas de las primeras olas de migración. “En los últimos años ha habido inmigraciones adicionales por los conflictos del Líbano pero no en gran cantidad. Vienen en otras condiciones, son profesionistas que tienen conocidos o familiares en la ciudad y buscan tranquilidad, otras posibilidades”, agrega. 

Yucatán, como la Ciudad de México, Jalisco y Puebla, es uno de los estados con mayor presencia de la comunidad libanesa en todo el país. 

Cuando le pregunto dónde cree que está el Líbano en Mérida responde que en el ánimo de la gente yucateca, en la gastronomía y en el propio Club que es un edificio imponente, que ha tenido un impacto en el urbanismo de la ciudad: “Una consecuencia lógica de la fusión de las culturas del estado”. 

El Club ha sido una parte muy importante de su vida y lo concibe como el epicentro de la vida cultural de los descendientes de libaneses y amigos yucatecos. Un “elemento de integración” y un recordatorio tangible del lugar de donde llegaron sus familias, aunque ellos hayan nacido aquí.   

La colonia libanesa parece tan condensada en sí misma y al mismo tiempo mezclada en los aspectos más profundos de la cultura yucateca. Nazhja lo dice mejor: Hay quienes aseguran que los kibis son parte de la tradición gastronómica yucateca pero en realidad son una receta de Medio Oriente. 

Nazhja dice que las nuevas generaciones continúan ese vínculo con su historia, aunque la identidad ha ido evolucionando y fusionándose con la local, la raíz sigue siendo la misma.

“Hace unos días fue una de nuestras fiestas más importantes, Celebremos Líbano, y Don Sergio Asís Abraham decía que somos como un árbol: las ramas somos todos los que hemos salido de ese mundo pero la raíz conecta los diferentes sentidos que son parte del mismo tronco”, dice. Detrás de ella, la bandera libanesa (franjas horizontales blancas y rojas, un cedro verde, que también es la imagen del Club) ilustra sus palabras. 


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Edición: Estefanía Cardeña


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