Ya son varias semanas en las que el encabezado de la prensa internacional se relaciona con el avance de la cepa ómicron del SARS-CoV-2, el incremento en los casos de contagios y las medidas de restricción (cuarentenas), el cierre de fronteras y la cancelación de vuelos entre naciones, pintan un panorama que ya hemos vivido hace menos de dos años, tanto en México y sus regiones, como en el mundo, la pandemia continúa y se proyecta para ser parte de la vida cotidiana del 2022, algo que ya va sucediendo, pero que evidentemente será en el año venidero cuando podamos ir comprendiendo el término “nueva normalidad”, si es que en verdad tiene alguna utilidad más allá del discurso y la propaganda del poder.
No es para nada nuevo decir que se avizora una profundización de la crisis y una agudización de las condiciones de vida de millones de seres humanos, siendo la clase obrera, como desde el inicio, la que con mayor énfasis reciente los efectos del virus, tanto porque en un análisis estadístico de las cifras es notorio observar que la frecuencia mayoritaria de fallecimientos se ubica en los trabajadores y trabajadoras de los sectores productivos e industriales, así como también, por el incremento de la precariedad, la crisis capitalista está arrojando a miles de personas a la pobreza, el desempleo, la sobreexplotación y a la creciente marginación, esto, al interior de las naciones, pero de igual forma entre países, pues el reacomodo geopolítico del interés capitalista se refleja en los procesos de vacunación y acumulación derivados de la industria farmacéutica, siendo esta una de las principales industrias beneficiadas económicamente por el Covid-19.
La responsabilidad frente a la pandemia fue poco a poco deslizada por los gobiernos capitalistas hacia la población en general, aunque, es claro que en realidad en los discursos de “responsabilidad social” hay un marcado clasismo-racismo y una preponderante discriminación, algo que se nota al analizar las disertaciones y los contextos en los que se han usado, no olvidemos que en varias ocasiones a los sectores populares y a la clase obrera se le incriminó por el aumento de los casos, cuando en realidad, la mayor irresponsabilidad ha venido directamente de las políticas gubernamentales y de los sectores burgueses que con el afán de seguir acumulando capital, exponen sin pudor a trabajadores y trabajadoras al contagio, ya que nunca se cubrieron en su totalidad las medidas de sanidad necesarias y, ahora, ya ni siquiera se habla de ellas. Además, al ser la economía capitalista un referente de la no planeación y de la falta de socialización de los bienes producidos socialmente, es entonces claro que la crisis aumentó el número de seres humanos en condición de pobreza y fortaleció a los monopolios (farmacéutico como ejemplo), la desigualdad es natural del capitalismo, por ello no es de sorprender lo que ahora vivimos con mayor fuerza.
El 2022 será un año complejo, un periodo muy difícil para la clase obrera y los sectores populares, la precariedad se agudizará mientras la desvalorización del salario se incrementa, el alto costo de la canasta básica y la falta de políticas reales para el bienestar social. Este contexto abre al mismo tiempo en que se reciente más la crisis capitalista una oportunidad para la concientización del proletariado, para el análisis de las condiciones objetivas de vida y obliga, si se quiere salir de la crisis, a reforzar la organización y actividad política revolucionaria para salir al fin de este atolladero llamado capitalismo y, aunque para muchos sectores de la “izquierda” no esté en su horizonte, el socialismo sigue siendo la única alternativa real para garantizar la sobrevivencia de la humanidad.
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