de

del

Pata-de-perro

Es hambre, reconoce. Hambre atroz, como nunca antes había sentido
Foto: Fernando Eloy

Un grito araña el cielo y lo hace con furia. Rasga las nubes, transformando archipiélagos en la noche. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con qué compararlo. El alarido de una turba enloquecida, el derrumbe de una civilización. La voz de una noche oscura balbuceando sus primeras maldiciones. Ella se electriza de miedo. Un relámpago le recorre de las orejas a la cola, crispándole sus pelos blancos y negros. Es una bola de nervios, un estropajo de terror. 

Sus cuatro patas tiemblan pero aun así corre desesperada, como nunca antes lo había hecho. Un relámpago monocromático. Rasca la puerta de la casa hasta que la madera estalla en astillas. Le sangran las uñas. Los gritos siguen rasgando el cielo que ahora se ilumina, como anunciando el fin de los tiempos. Un arcoíris macabro. Otros perros, en otras casas, ladran y aúllan en un concierto lastimero que las explosiones silencian. 

Sigue buscando una salida, una manera de escapar. Siente que esas explosiones van a tomar forma y la van a capturar. Garras formadas por ondas con uñas que con cada explosión la rozan. Los gritos del cielo hacen eco en su interior, se agazapan en un eco que por momentos la deja sorda y sin equilibrio. Una legión de insectos en sus orejas, un zumbido, un martilleo. Quiere huir del ruido aunque éste ya anide en ella.

Encuentra al fin una salida brincando la reja de la casa. Y comienza a correr por calles deshabitadas, huyendo de ese bombardeo. Por momentos cree que al fin está a salvo, que todo ya pasó, pero es entonces cuando otra explosión la alcanza y acelera de nuevo el paso. La perra corre varias horas, toda la noche, hasta que los primeros rayos de sol espantan los demonios. Cuando ya el único sonido que escucha son los desbocados latidos de su corazón no sabe dónde se encuentra. 

Deambula un rato por la mañana, errante. Intenta buscar pistas que le indiquen dónde está. Observa y olisquea todo a su paso, se acerca a las rejas donde hay perros que en ocasiones se muestran violentos. Otros simplemente se acercan y casi de inmediato pierden interés y se alejan. Ella sigue caminando a pesar de que las patas, una de ellas en carne viva, le flaquean. El cansancio le cae de golpe, como un periodicazo, y se mete en una construcción a dormir un poco. Sueña con peces, peces con rostros de perros. 

Está oscuro y húmedo como el vientre de su madre, y aunque la ciudad poco a poco se despierta aún sólo suspira y susurra, perezosa como sus habitantes. Ella se levanta poco después del mediodía y de nuevo intenta hallar pistas que le indiquen el camino a casa. Hay sitios que le parece haberlos visto antes, otros le son totalmente desconocidos. Mientras la tarde va ganando terreno comienzan de nuevo a tronar el cielo. Ya no busca regresar: sólo quiere huir. 

Se pasa de nuevo la noche perseguida por el ruido y el fuego; del ocaso al amanecer es pastoreada por el trueno y el miedo. La pesadilla se repite aunque no con las mismas proporciones. Ahora los gritos que arañan el cielo son menos intensos, más espaciados, pero igual de atroces que los que la orillaron a escapar. Cuando el día exorciza los demonios tronantes, la perra no aguanta y se derrumba bajo un árbol. Exhausta, duerme hasta que automóviles y motocicletas rompen la tregua y se adueñan de las calles. 

Nunca antes había sorteado el tráfico, nunca antes tantas bestias la habían perseguido con tanta saña; una legión de lestrigones. El miedo que había logrado domar regresa y se adueña de su piel, estrujándola de un lado a otro, sin poder escapar de ese furioso mar de metal y caucho. La perra casi naufraga en el asfalto pero logra desembarca en un parque, donde de nuevo se derrumba de cansancio. Ahí duerme durante varias horas hasta que una punzada en las entrañas la despierta. 

Es hambre, reconoce. Hambre atroz, como nunca antes había sentido. Le da terror abandonar el parque y caminar otra vez por calles negras, pero es su panza la que manda en este momento, y esa panza no sabe de miedo. Comienza a caminar, con cautela, hasta encontrar unas bolsas de basura, que rompe con sus dientes y rebusca en su interior con su hocico. Cuando al fin encuentra algo para comer, irrumpe un gato inmenso, tuerto, que guía una pandilla igual de macabra. Con su único ojo, el gato la mira y los otros, siguiendo una orden muda, se abalanzan contra ella. 

Es entonces que a lo lejos escucha que alguien grita su nombre, una y otra vez, una y otra vez. Se desentiende del cíclope e intenta guiarse, aferrarse a los sonidos como si fueran un faro, pero estos de repente se terminan: la voz que era luz se apaga coincidiendo con la llegada de la noche. El temor en su interior crece a medida que la oscuridad avanza: corre con la cabeza gacha, esperando en cualquier momento los alaridos que caen del cielo como meteoros. Huye una noche más, en ese mar bravo de petardos y voladores. Huye aullando por calles hostiles, con mareas de lámparas que la dejan ciega por instantes.

Amanece con la misma voz, gritando su nombre, que en esta ocasión sí logra atrapar al vuelo. Jalando la madeja va reconociendo sitios y olores. Poco a poco se familiariza con el horizonte y aprieta el paso. Aunque las llamadas cesan y el último ¡Nina! ¡Nina! ¡Nina! Se esfuma en el aire, ella sabe que ya regresó a casa. Rasca con fuerza la puerta, ladrando sin cesar hasta que le abren. Reconoce la cara, reconoce el olor; llegó a Ítaca. Narra su odisea telegrafiando con la cola, abriendo y cerrando el hocico, como ha visto que hacen los humanos. Se tira al piso y regala, con descaro, su panza para que la rasquen. 

Y al final sonríe. Días después se asomará por la reja, y olvidando esas tres noches y dos días en las que estuvo perdida, añorará la calle. Al fin y al cabo, pata de perro. 

[email protected]

 

Sigue leyendo al autor: En Nochebuena, él llorará por primera vez a su padre muerto

 

Edición: Estefanía Cardeña


Lo más reciente

Trabajadores protestan frente a las oficinas de Infonavit en Cancún

Se oponen al proyecto Arrendavit para obtener vivienda por arrendamiento

Ana Ramírez

Trabajadores protestan frente a las oficinas de Infonavit en Cancún

OMS: Durante pandemia de Covid-19 hubo uso excesivo de antibióticos

Advierte que se pudo haber exacerbado la resistencia a los antimicrobianos

La Jornada

OMS: Durante pandemia de Covid-19 hubo uso excesivo de antibióticos

'Huacho' va ganando Yucatán en las encuestas nacionales: Marcelo Ebrard

Morena, PT y PVEM celebran adhesiones que, aseguran, fortalecen el movimiento

Astrid Sánchez

'Huacho' va ganando Yucatán en las encuestas nacionales: Marcelo Ebrard

Mudarse

Un acto que se emprende con frecuencia

Rodrigo Medina

Mudarse