A diario nos sentimos agobiados por el exceso de información en las redes sociales, los noticieros y los periódicos. Guerra de etiquetas e ideas que horadan los pensamientos sin saber bien a bien qué hay detrás de lo que se publica. Por supuesto los seres que generan la avalancha están conscientes de su objetivo, no falta quién se enganche y cambie su pensamiento, su actitud y en consecuencia su actuar, reto a conseguir de las campañas publicitarias, la comunicación política y el adoctrinamiento religioso.
Entre los sesgos que intervienen en las causas que se eligen abanderar y en la toma de decisiones está uno que frecuentemente se utiliza para banalizar tópicos que debieran de requerir más investigación antes de caer presa de la infodemia: la heurística de disponibilidad, sesgo cognitivo por el cual se toman atajos para concluir acerca de un suceso. Los juicios que se emiten de un tema son el resultado de la asociación de eventos pasados y presentes, sin que entre ellos medie un análisis a fondo de lo que se da por hecho. Si alguien tiene una mala experiencia en un restaurante y en el pasado leyó o escuchó que alguien comentó lo mismo, deduce sin reparo que el restaurante es malo, la mente automáticamente enjuicia y descarta otras opiniones que quizá contradigan la idea.
Las redes sociales son un vehículo eficaz para viralizar opiniones que se almacenan en la memoria, listas para emerger cuando se necesiten. Esto lo tienen claro los que esparcen las noticias reales o ficticias, ya que a la hora de retenerlas, el cerebro no hace diferencia entre verdadero y falso, facilitando el implante de creencias que influirán en la conducta. Volviendo al tema del restaurante, con seguridad el afectado no regresará, además de que se convertirá en el primer promotor para denostar el establecimiento, resultado de dos eventos aislados que tuvieron la mala fortuna de coincidir en el bagaje de un mismo individuo, quien no se toma la molestia de averiguar otras opiniones antes de tomar la decisión, lo que se conoce como “publicidad de boca en boca”.
La pandemia ha exacerbado la falacia. Se hacen deducciones al vapor acerca de que si hay que vacunarse o no, si el virus es una guerra bacteriológica, si hay mentes retorcidas trabajando para controlar a la raza humana, un sinfín de juicios a priori que confronta familias y naciones, lo que ha influido que al día de hoy existan millones de vacunas aplicadas no autorizadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hablar por hablar en estos momentos resulta riesgoso, requiere cautela, ya que puede hacer la diferencia entre morir o vivir.
Para asegurar la “siembra” de la idea o concepto que se pretende implantar, las campañas hacen uso de la “falacia de autoridad”. En tiempos de la posverdad es común ver a expertos o artistas incitando a la población para que los secunde en sus ideologías: “si alguien tan importante lo dice, ha de ser cierto”. Para nadie es ajeno que estos influencers abundan en las redes sociales haciendo declaraciones que contravienen lo establecido, cuyos seguidores a ciegas y a pie juntillas las replican en su primer círculo, expandiéndose más allá de su núcleo.
Es una realidad que no alcanzaría el día para analizar y cotejar todo lo que se ve, pero es posible darle prioridad a las decisiones trascendentales. Ir o no a un restaurante con seguridad no cambiará el destino, sin embargo, vacunarse o no hacerlo es una elección a considerar por los riesgos que conlleva.
Edición: Mirna Abreu
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