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¿Aprendimos algo?

Tras el confinamiento volvimos a vernos unos a otros y redescubrirnos, a platicar
Foto: Ap

La llegada del 2do aniversario del Covid-19 y anexas, nos invita al recuento de las historias que surgieron y la pregunta de si el marasmo padecido fue en vano, o, en medio de la sacudida, aprendimos algo. De lo único que estoy segura es que las cosas nunca volverán a ser igual.

En los inicios, la crónica sobre un goloso y una sopita de murciélago que nos llegó del otro lado del mundo, donde los gustos culinarios son diferentes a los nuestros, algo, aparentemente tan simple, transformó la historia de la humanidad. 

A diferencia de las fiebres amarilla y española, que azotaron el mundo 100 años atrás, donde la incapacidad de medirlo, les impidió afirmar si murieron 50 o 100 millones de habitantes, en esta ocasión, la presencia de la tecnología, complicó el asunto: nos llenamos de información y manipulación, de noticias falsas, de recetas caseras, de opiniones contrarias, premoniciones e incertidumbre. Nos enfermamos de miedos. 

El mundo tuvo que guardarse para pasar la cuarentena que se multiplicó al infinito. Fue entonces cuando comenzaron a suceder situaciones llenas de promesas de una vida mejor. Ante la falta de contaminación de las fábricas y los vuelos aéreos, los cielos comenzaron a perder su variedad de grises y volvió su transparencia vestida de tonos azules. El canto de los pájaros, regresó a nuestros oídos, que volvieron a escuchar, a distinguir sonidos. La primavera floreció y animales que se habían guardado de los rifles, iniciaron a deambular por las ciudades desiertas, que por las tardes se llenaban de canciones desde los balcones para conectarse con sus vecinos.

Descubrimos que la vida era muy distinta a lo que nos decían los promotores del consumismo. Comenzamos a reírnos de nosotros mismos por habernos atiborrado de papel de baño, producto de una angustia infantil por tener el control. Dejamos de necesitar joyas, maquillajes, ropa de gala. Volvimos a vernos unos a otros y redescubrirnos, a platicar; a extrañar los abrazos lejanos, a reconocer su importancia en nuestras vidas. 

Para unos fue el fin de un teatro bien montado de la familia feliz, para otros, la recuperación de lo esencial que brotó en el inicio de su aventura. 

Los días se fueron multiplicando y la creatividad tuvo que agudizarse para sobre vivir. En el buceo dentro de nosotros mismos, detectamos capacidades desconocidas. Surgieron panes, comida, pasteles a domicilio. Cursos de todo lo imaginable. La creación floreció. Crecimos en tecnología y enfrentamos el terror al ridículo; se abrieron nuestras fronteras.

Desciframos lo realmente importante.  Ahorramos en gasolina, regalos de boda y un sinfín de cosas inútiles. 

Estamos vivos. No todos fueron tan afortunados. Parece que las aguas regresan a su nivel y que la primavera nos trae la esperanza de un retorno a una nueva realidad. 

Tenemos urgencia por socializar. Es natural. No nacimos ermitaños. Es en comunidad y en relación con los otros, donde florecemos. 

Toca despertar, hacer a un lado las redes del entretenimiento banal que nos ha tenido absortos, haciendo tiempo, sin pensar, analizar, elegir, comprometernos, mientras esto acaba.  

No podemos regresar a la misma prisa por llegar a ninguna parte, en la que solíamos vivir, siempre en competencia con el vecino, por lo que sea, con nuestra identidad y esencia en venta, al mejor postor. 

Recordemos la trascendencia de la sopita de murciélago para preguntarnos si esas minucias las toman en cuenta los que con su voracidad sin medida deciden apropiarse de tierras ajenas destruyendo todo a su paso, lanzando a millones de personas al doloroso peregrinaje de pedir y no encontrar posada. Sumiéndonos a todos en nuevos temores, apenas saliendo del túnel vivido.

¿Qué aprendimos? El reto será encontrar el equilibrio de la sobre vivencia de los seres humanos sin atropellar la vida del Planeta y las de otras especies. 

 

Edición: Laura Espejo


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