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Sara Esperanza Sanz Reyes, María de la Luz Delgado Gómez y Eder Alejandro Cruz Gama

Las mujeres rurales e indígenas cumplen una función primordial para la subsistencia de sus familias mientras se recogen los recursos de la siembra. No se trata solo de las tareas de cuidado, se trata de la producción de bienes y servicios para sobrevivir mientras el ciclo agrícola se cumple. En estas líneas revisaremos brevemente la condición de vulnerabilidad de dos grupos de bordadoras del oriente de Yucatán, el desarrollo de sus habilidades de liderazgo, trabajo en equipo y los obstáculos que enfrentan por su condición de ser mujeres, indígenas y rurales. 

El grupo de bordadoras de Peto tiene más de tres años de trabajo alrededor del aprendizaje del bordado y la producción de blusas, servilletas, tortilleros, etcétera, de una calidad impecable. Entre ellas se enseñan y se alegran las tardes mientras se dan recetas y consejos para la crianza de sus hijos. 

Antes de la pandemia desarrollaron un proyecto que les permitió adquirir los insumos para su actividad. Durante la pandemia, quedaron aisladas de las instituciones, pero se mantuvieron en contacto porque sus productos les permitieron sortear la falta de otros ingresos en estos dos años. No obstante, carecen de máquinas con las que puedan coser sus prendas y para lograrlo tienen que pagar a terceras personas.

En tanto, el grupo de bordadoras de Tahdziú tiene más de 16 años y surgió entre familiares y vecinas que accedieron a un proyecto para la compra de máquinas de coser y capacitación para el bordado. Aunque eran expertas en el hilo contado se entusiasmaron con tener su propio equipo y nuevos conocimientos. Algunas siguen bordando con su máquina, otras se inclinan más por el punto de cruz. Tardan en bordar un terno entre tres y cinco meses que después venden a compradores que las visitan de Teabo. ¿Cuánto consideran que vale su tiempo-trabajo? Pues ellas cobran una cuarta parte del valor final de estos bordados que se transforman en ternos en ferias y boutiques. En la pandemia, el valor de sus bellísimos bordados bajó hasta un 50%. El problema principal es que no tienen las nociones de corte que les permitan coser los ternos, presentar sus diseños en diferentes tallas y espacios para vender de forma directa. 

Ambos grupos están integrados por mujeres mayas, en su mayoría bilingües con muy poca o nula conexión con el centro nodal que es Mérida. Estos grupos no pueden fácilmente trasladarse a la capital para inscribirse en los programas, no se encuentran consolidados como asociaciones civiles, ni tienen registros ante el SAT (Requisitos para acceder al programa Microyuc-Mujeres). En cambio, se reúnen dos o tres veces a la semana, dialogan sobre sus problemáticas, toman decisiones de manera horizontal y sostienen sus hogares en tanto se cosecha la milpa. 

Sin duda, para las mujeres rurales e indígenas el empoderamiento económico es un asunto de sobrevivencia, más allá de los impactos que tienen en su autopercepción y liderazgo. Entonces, ¿cómo pueden fortalecer sus capacidades, autonomía y permitir que accedan a una remuneración justa por su trabajo? Es indispensable focalizar programas integrales y de carácter participativo para identificar las necesidades de las mujeres desde sus propias experiencias y en los cuales se reconozca el valor cultural intangible que representan sus bordados, ya que los riesgos son múltiples ante un mercado que demanda y precariza sus obras. 

Reconocer, proteger y conservar sus técnicas, características y patrones en los bordados las protege de la piratería conduce a un comercio justo al interior de su propia región. Síganos en: Orga, Facebook, Instagram y Twitter.

Edición: Ana Ordaz


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