“Educar es más difícil que enseñar, porque para enseñar, Ud. precisa saber, pero para educar, se precisa ser” —Quino
Todos somos educadores, por eso nunca podemos dejar de aprender. ¿De qué se nutre el corazón de los maestros? Cada quien sabe su historia, pero, acaso somos conscientes que en estos tiempos extraños que nos tocó vivir, donde la aspiración de los niños ha de dejado de ser maestros, para convertirse en influencers, sin darse cuenta de que los maestros y maestras, son las mayores influencias de sus vidas, por lo menos eso tendría que ser… los niños y niñas pasan con sus mentores más horas luz que con sus papás.
Sí, educar no es cosa nada fácil. Sobre todo, cuando tenemos tanta mamá Pib, como sabiamente bautizó doña Way: “La alcahueta, la que siempre entierra sus errores”, y defiende a su xtupito contra viento y marea, quien, al no hacerse responsable de sus actos, agota la paciencia y se encamina a delincuencias mayores.
La carrera de docencia dejó de ser la facilita que tiene muchas vacaciones y puentes. Se necesita vocación y sobre todo reflexionar sobre la trascendencia de su labor. El futuro de México está en sus manos. No cualquiera puede ser maestro, maestra, porque no cualquiera es consciente de que, con su profesión, en sintonía con los padres, se construyen ciudadanos que, comprometidos con el sueño, bordan una nación.
Con mi cariño, admiración y respeto a los maestros comprometidos, mi agradecimiento este 15 de mayo, Día del Maestro, por zurcir mi esperanza. Fue un privilegio tener oportunidad de ver de cerca el trabajo que realizan con su comunidad, padres, alumnos y maestros; me permitió ver que no todo está perdido.
Mi festejo de cumpleaños, que se alargó desde el 1º de abril hasta los últimos días de mayo, en el que visitaré Dzitnup y San Francisco Tinún, me permitió ver el compromiso de directores y maestros reinventarse ante la realidad y de hacer a un lado su sabucán de penas particulares para entregarse en beneficio de su comunidad. Gracias, la experiencia ha sido uno de mis mejores regalos de vida.
En la secundaria Cuauhtémoc, de Pustunich, Ticul, Yucatán, donde he ido en innumerables ocasiones a ejercer mi vocación bajo el almendro, a pesar de tener una cancha techada, de hacer “Lagartijas a las neuronas y cosquillas al corazón, fue un cierre espectacular.
En esta ocasión, fueron los maestros y no sólo los jóvenes, los que me agasajaron con uno de mis poemas a manera de poesía coral. Si bien no le resto a las participaciones de los alumnos de las distintas escuelas que visité, lo que sucedió aquí, me parece digno de comentar. En primer lugar, el reconocimiento a la disponibilidad de los maestros de secundaria a participar en un numero colectivo. Sabemos bien que los maestros de este nivel, tienen horarios complicados, incluso, múltiples escuelas. En este caso, hasta la maestra de artísticas, participó en su día de asueto.
En primer lugar, me sorprendió el trabajo de arqueología realizado para localizar el poema “Todos los niños son nuestros”. Después, al escucharlos, la energía que se dio en la presentación, me dijo, que no es lo mismo leer el poema, que proclamarlo a viva voz y al expresarlo, se da el tiempo para escucharse y quizá, hasta hacer conciencia de que el compromiso docente es mucho más que llenar horas de materias.
La segundo, fue la cara de los jóvenes escuchando a sus maestros manifestar públicamente su compromiso con él, con ella, con todos. Fue un momento mágico y deseé compartirlo para que expanda esa conciencia. Si manifestamos públicamente nuestro compromiso, algo vivo y verdadero puede resurgir.
“Todos los niños y las niñas son nuestros: / los de chocolate, los de vainilla, / los de guanábana y los de limón. // Todas sus preguntas son nuestras: / las de la tierra, las del cielo, / y las del fondo de su corazón. // Todos sus miedos son nuestros: / sobre el mañana, sobre lo oscuro, / sobre la muerte, la soledad y el dolor. // Todas sus risas son nuestras: / las de su inteligencia, / las de su sorpresa, / las del gozo de saberse vivos, hoy. // Todos los niños y las niñas son nuestros. // Todos sin excepción.
Edición: Ana Ordaz
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