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No fue ninguna sorpresa que el candidato progresista y ex alcalde capitalino Gustavo Petro, de Pacto Histórico, quedara ayer en el primer lugar en la elección presidencial realizada en Colombia, con 40.32 por ciento de los votos; los sondeos de opinión venían pronosticando su victoria. Lo sorprendente es que el uribismo oficialista, que postuló a Federico Gutiérrez, quien quedó en tercer sitio con 23.91 por ciento, se haya visto superado por una derecha mucho más cerril, la que representa Rodolfo Hernández, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, quien con su 28.15 por ciento de los sufragios disputará con Petro una segunda vuelta.

 

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De inmediato, Gutiérrez llamó a sus partidarios a respaldar a Hernández, empresario y ex alcalde de Bucaramanga, quien ha hecho del combate a la corrupción su bandera principal, aunque se encuentra él mismo involucrado en un caso grave de corrupción: su hijo cobró una comisión de un millón y medio de dólares por el contrato de recolección de residuos que el ayuntamiento de esa localidad otorgó a la empresa Vitalogic, acusación por la cual deberá comparecer ante la justicia el próximo 21 de julio. El ingeniero, como le gusta que le digan, se ha caracterizado además por su incapacidad para contener arranques de violencia verbal y física, por sus comentarios inequívocamente misóginos y por su manifiesta admiración a Adolf Hitler.

Si se asumiera la posibilidad de un traslado total de los sufragios de Gutiérrez a Hernández y se extrapolaran mecánicamente los resultados de la jornada de ayer a la segunda vuelta, que deberá celebrarse el próximo 21 de junio, habría que concluir que la nueva alianza oligárquica obtendría más de 50 por ciento de la votación y estaría, así, en condiciones de mantener el control del Palacio de Nariño. Pero incluso en un escenario tan poco probable, debe considerarse que Petro aún puede movilizar a una parte de los ciudadanos que no acudieron a las urnas, y que son poco más de 45 por ciento de los inscritos. Sin duda, no será una tarea fácil.

Así pues, en Colombia la moneda sigue en el aire entre la persistencia de la reacción oligárquica, en una versión más elemental y bárbara que la que ha gobernado durante décadas, y un cambio fundamental en las prioridades del Estado, que en el programa de Petro significa reorientar las finanzas públicas para atender las necesidades más acuciantes de la población, un saneamiento real de las instituciones, el inicio de una transición energética con un claro referente ambientalista y el inicio de una política exterior soberana e independiente de Washington.

Por el bien de la población colombiana, de América Latina y del mundo, cabe esperar que prevalezca el segundo de esos horizontes.

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Edición: Emilio Gómez


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