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El poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse

Preferir una copa de vino con tres amigos que una multitudinaria fiesta no es ser raro, es ser tú
Foto: Cuadro Edward Hopper

En 1942, el pintor estadunidense Edward Hopper develó su entonces más reciente obra. En ella se puede observar a cuatro personas en un restaurante de una esquina de una ciudad, en una noche iluminada sólo por el tintineante neón del local. Tituló el óleo Nighthawks, término coloquial para noctámbulos en inglés.

A pesar de ser una pintura, las luces, en efecto, tintinean, así como es posible imaginar el aroma del café luchando en ese aire extraviado de la madrugada con el penetrante perfume de la mujer de cabellos y vestido rojos; una hoguera. Pero lo más intrigante de ese cuadro es que exhala soledad; una soledad tan densa que envuelve. La soledad de las aves nocturnas, esas que se exiliaron de la parvada.

Hopper se caracterizó por plasmar escenas de la vida cotidiana de Estados Unidos, logrando recrear la avasalladora melancolía que deambulaba en una multitud callada, ensimismada. Nighthawks, quizás una de sus obras más representativas, ha perdurado en el tiempo. 

Esta obra ha añejado bien en las barricas de la historia, ya que a pesar de que se realizó hace ocho décadas, la escena aún trasmite una angustiosa familiaridad. Aunque son cuatro los personajes del cuadro —tres comensales, entre ellos la mujer de rojo, y el mesero—, el protagonista es al único que no se le ve el rostro. Está de espaldas, viste traje y sombrero y tiene la mirada absorta en algo, tal vez el menú, tal vez en la tormenta de su vaso de agua.

Está perdido en sus pensamientos, recorriendo un intrincado laberinto interior. Tal vez está triste, tal vez sólo cansado. En el año que Hooper presentó este cuadro, Estados Unidos acababa de entrar en guerra, luego de la carnicería de Pearl Harbor. El hombre de traje gris tal vez acababa de ser llamado a filas y está pensando cómo informarle a su familia su partida. 

Si Nighthawks se recreara en la actualidad, el objeto en el que se pierde la mirada del comensal de espaldas sería un teléfono celular, en el que un indolente índice recorre historias que pide a gritos una reacción silenciosa. Tal vez, incluso él, acaba de publicar un mensaje en el que miente y dice que la está pasando súper en compañía de sus amigos. 

Han pasado años, y la soledad que inmortalizó Hooper sigue más viva que nunca, a pesar de todo; a pesar de estar más comunicados, con más y mejores herramientas para estar en contacto con quienes nos rodean. A pesar de estar a sólo un click de distancia de todos.

La soledad que logra transmitir Hooper en su obra, esa que exhala no sólo Nighthawks sino la gran mayoría de sus cuadros, sin embargo, no agobia, no estruja el alma. En ocasiones, al contrario, otorga incluso consuelo: la certeza de encontrar calma interior en la tormenta individual. 

Sus protagonistas pueden parecer tristes, pero también transmiten otros tipos de sentimiento, en las antípodas de la melancolía: están navegando en su interior, cartografiando recuerdos. Están ensimismados, en la mejor compañía que uno pueda tener: consigo mismo. 

Y precisamente de eso va hoy, de compartirles el elogio a los introvertidos que es el libro Quiet, de Susan Cain. En este mundo, en el que los modelos a seguir de las nuevas generaciones son los influencers, cuyo éxito se mide en cantidad de conocidos o seguidores, Susan Cain reivindica el espejismo de intentar ser uno mismo, por citar a los clásicos.

En un trabajo divulgativo, compara los tipos de personalidades, y relata cómo las personas extrovertidas se convirtieron en el paradigma de prestigio en una sociedad que abandonó la nostalgia del campo para refugiarse en la agitación de la ciudad. Susan Cain cita a teóricos conductuales e ilustra la dualidad de personalidades con ejemplos.

Los primeros en aparecer son Rosa Park, una mujer diminuta, callada, quien se negó a ceder el asiento de un autobús y prendió, con esa tímida chispa, la hoguera de una revolución. Contrasta la silenciosa protesta de la señora Park con la elocuencia desbocada de Martin Luther King, quien con flamígeros discursos hizo de la hoguera un incendio.

Ser introvertido está bien. Ser callado, viajar en tu mundo interior, ya sea este un plácido lago o un tormentoso océano; hablar poco, pensar mucho; abstraerse, soñar despierto, preferir una copa de vino con tres amigos que una multitudinaria fiesta no es ser raro, es ser tú. 

Después de leer Susan Cain y ver el óleo sobre lienzo Nighthawks quise estar en un cuadro de Hooper, y sentirme a gusto en el reconfortante silencio de una noche estrellada por el neón; perderme en los recuerdos de mis años, que hoy miércoles ya son cuarenta y seis. 

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Edición: Ana Ordaz


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