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Reinventando ser papá

Su herencia fue su honestidad, generosidad y valor para defender las causas justas
Foto: Fernando Eloy

 

“Déjame asomarme por tu ombligo / para ver el mundo de nuestro bebé. / Quiero ver cómo se forman sus dedos, / cómo se teje su piel. / Si tú estás asombrada / del milagro que ocurre en ti… / Imagínate yo, que sin saber bien cómo / ¡Fui el sembrador!”. Acompañando la espera MRM.

En medio de tanta noticia “intensa”, hay muchas otras que se quedan escondidas por falta de la adrenalina escandalosa de la que nos han hecho adictos. Son esos pequeños enormes cambios que no salen en los noticieros, pero que nos van acercando a un mundo de respeto e inclusión al que todos aspiramos. 

Ahora es cada vez más frecuente ver a los hombres en las juntas de padres de familia. Hoy, los papás cambian pañales, se quedan con los hijos mientras la esposa se va a tomar un café con sus amigas, son confidentes de sus hijas y están más pendientes del proceso de cada uno de sus retoños; dejan a un lado las competencias sobre quien provee qué; se reparten las tareas. Esa es una de las mejores noticias que tendríamos que compartir para zurcir la esperanza: ¡nos estamos entendiendo!

Mi papá no me cambio pañales ni fue a la junta de la escuela, pero recuerdo bien que cuando me caí del caballo, dijo: “súbete de nuevo, no vas a agarrar miedo”. Lo mismo sucedió cuando choqué la primera vez que di vuelta a la manzana sola. Jugaba con nosotros “a la perdida”, que consistía en que mamá preparaba tortas y limonada y nos llevaban a pasear por calles oscuras y empedradas, el momento máximo de la emoción llegaba cuando manifestaba haberse extraviado. El duelo entre el miedo de perdernos por siempre y la certeza de que el sabría por dónde, nos estremecía. Encontrar la avenida pavimentada con luz, representaba el fin de la odisea con sentimiento gozoso de haber vencido el susto. 

De la misma manera, cuando llegaban los huracanes, nos llevaba a la playa a ver cómo el mar se retraía, dejando una arena sin olas, llena de estrellas y caracolas y palmeras que perdían la corola de tanta zarandeada. 

El “no vas a agarrar miedo…” se tatuó en mi alma y en la de mis hermanitos. Quizás por eso, hoy en día voy a la Ciudad de México, a pesar de las noticias de los acomodos de tierra, y sigo yendo a cantar y cuentear a los estados del Norte del país, a las sierras y tierras calientes, dónde se necesite unas lagartijas a las neuronas y unas cosquillas al corazón.  

Hace más de 50 años, mi papá, Jorge Luis Robleda Casares, andaba sembrado huevos de tortuga, antes de que estuviera de moda la ecología. A su muerte, el primer barco camaronero de la cooperativa de pescadores que el integró en Isla Mujeres, fue bautizado con su nombre. Su herencia fue su honestidad, generosidad y valor para defender las causas justas. 

Hoy veo a mis sobrinos conviviendo con sus hijos de maneras que jamás hubiera imaginado: les dan de comer, los bañan y arrullan para dormir con mis canciones, cosa que me llena de gozo y me dicen que el éxito es mucho más allá que los cinco minutos de fama que nos ofrecen los likes, es volverse parte de la vida de alguien, como sucede con la labor de los maestros. 

Los hijos de mis hermanitos, juegan con sus chiquitos, los acompañan y están pendientes de sus avances. Los fortalecen para enfrentar los miedos, les comparten sus conocimientos y, tienen la humildad de aprender de ellos. Realmente, algo tan grande que parece tan pequeño, es una gran noticia y vale la pena compartirla. Cada vez más caballeros andantes, dejan de combatir dragones, bajan de sus caballos, se quitan la armadura y participan, disfrutan el construir la vida diaria de su familia, sin roles asignados por la tradición.

¡Ahí vamos! Llegan vientos frescos. Las noticias “intensas”, nos sacuden y comenzamos a caer en cuenta de lo que entorpece nuestra comunicación, lo que aísla y separa, lo que llena de angustia y soledad. Los papás despiertan y reconocen, que el amor va mucho más allá de ofrecer casa, vestido y sustento.  Tiene que ver con estar, estimular, poner límites, aprender y crecer juntos. ¡Felicidades! Hacemos presente a los papás que han tenido que ser mamás, así como a la infinidad de mamás-papás de siempre.

Dónde quiera que sea el Cielo en el que estés, papá… ¡Gracias! 

PD. El Día del Padre es todos los días del año.

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Lea, de la misma autora: Qué nos dicen los niños y las niñas

 

Edición: Estefanía Cardeña


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