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Ayman al Zawahiri, el mártir de Al Qaeda

La muerte del líder generará una nueva ola de extremismo global
Foto: Ap

“El líder terrorista -Ayman al Zawahiri- dejó de existir; se fue para siempre y nos vamos a asegurar de que no haya ningún otro ataque”. Con estas palabras, el presidente estadunidense Joe Biden confirmó el lunes la muerte, en un bombardeo a una casa de seguridad en Kabul, del segundo emir de Al Qaeda, una de las figuras más buscadas por Washington y uno de los autores de los ataques contra las torres gemelas de 2001. 

En una alocución que se mantuvo fiel a la política de seguridad oficial de Washington, el mandatario señaló que la muerte representa un acto de “justicia internacional”, antes de amenazar a “todos aquellos que buscan lastimar a Estados Unidos”, pues el país “siempre hará lo necesario para proteger a sus ciudadanos”. 

Si bien el anuncio del deceso corroboró algunos de los temores que existen en torno a la situación de seguridad que prevalece en el Afganistán dominado por los talibanes, y la amenaza latente que simboliza la agrupación fundamentalista, también dejó en claro que en lo que respecta a la ideología de las agrupaciones islámicas, así como a las razones por las que los creyentes toman las armas, los analistas de la Casa Blanca aún se encuentran sumidos en el desconocimiento. 

“Zawahiri creó un camino de muerte y violencia en contra de los estadunidenses”, subrayó Biden, antes de agregar que con el ataque “Estados Unidos continúa con su propósito de defender a sus ciudadanos de quienes quieran lastimarlos”. A toda costa fue el subtexto del discurso presidencial; no importan las formas, nuestra lucha lo vale. 

Curiosamente, este potente mensaje de la Casa Blanca no sólo resonará en las mentes de los miles de musulmanes, extremistas o no, que han sufrido muerte y destrucción como resultado de la “guerra contra el terrorismo”, también servirá como argumento para las agrupaciones que, como Al Qaeda, aseguran que la yihad, guerra santa, contra occidente es una lucha válida, pues así como el enemigo, ellos también tienen derecho a defender sus creencias a toda costa.

 

Resistencia cultural

Si algo dejaron en claro las palabras de Biden es que, a 21 años de la caída de las torres gemelas en Nueva York y a 34 de la fundación de Al Qaeda, la Casa Blanca aún no comprende a las agrupaciones fundamentalistas, pues en múltiples ocasiones ha sido demostrado que asesinar a líderes como Zawahiri, y a Osama bin Laden antes que él, no detiene, sino fortalece la lucha yihadista global.

Dicha paradoja se debe principalmente a la ideología en que se fundamentan los grupos extremistas islámicos: la mayoría se conciben como herederos de una añeja tradición de resistencia cultural y religiosa, forjada como resultado de la “amenaza” que ha representado para el mundo musulmán la penetración de sociedades extranjeras, que en la mayoría de los casos han tratado de transformar e incluso eliminar su forma de vivir. 

Por ejemplo, el colonialismo europeo en el Medio Oriente, la invasión soviética de Afganistán y más recientemente la guerra contra el terrorismo estadunidense, fueron cada una percibidas como proyectos sociales cuyo objetivo era eliminar la raíz islámica de las comunidades musulmanas. 

Pese a que en la actualidad muy pocos creyentes apoyan el extremismo religioso, muchos sí están a favor de la idea de resistencia como medida para salvaguardar su cultura. Algunos musulmanes incluso aprueban aquellas propuestas políticas que brindan un rol central al Islam en el gobierno y que revierten las formas administrativas y costumbres que, consideran, fueron impuestas por extranjeros.

Las principales agrupaciones extremistas del mundo, como Al Qaeda y el Estado Islámico (Daesh), han sabido aprovechar esta noción de defensa cultural para atraer adeptos y mantener un nivel constante de apoyo, al cimentar sus movimientos en una yihad de resistencia contra diversos enemigos en el mundo occidental, y proponer un nuevo orden global basado en sus tradiciones.

 

Un mártir para la causa

Si bien asesinar a líderes como Zawahiri parece tener sentido desde una postura de seguridad occidental, la realidad es que la historia reciente ha demostrado que estas muertes suelen tener un impacto estratégico bajo o nulo, y aumentan la popularidad de las posturas extremistas en el mundo musulmán.

Por ejemplo, tras la muerte de bin Laden, Al Qaeda continuó su expansión por un par de años hasta que apareció el Estado Islámico y le arrebató la primacía yihadista global; el talibán continuó existiendo como un estado paralelo al afgano por años tras el deceso de su fundador, el mulá Omar; y el mismo Daesh ha ganado fuerza en África y Asia central tras el asesinato de dos de sus Califas a manos de Washington. 

Por el contrario, los magnicidios suelen tener impactos sociales negativos que los vuelven mucho más peligrosos: tras su muerte, cada uno de estos líderes ha pasado a engrosar las filas de los shuhada, aquellos mártires asesinados en batalla que sirven de inspiración para las nuevas generaciones de yihadistas.  

Está ampliamente documentado el pico de popularidad que experimentan los grupos extremistas, en todo el mundo, después de que asesinatos como el de Zawahiri son presentados públicamente como pruebas de los supuestos intentos de occidente para acabar con el estilo de vida musulmán. 

Así como Washington siempre ha utilizado sus “éxitos” militares como publicidad para defender sus proyectos armamentistas y de seguridad en el extranjero, también las agrupaciones fundamentalistas suelen convertir las muertes de sus líderes en propaganda de consumo rápido, a través de discursos de martirio que terminan fortaleciendo sus posturas radicales y aumentan el atractivo de su llamado bélico.

Es por lo anterior que no deberá sorprender si en los próximos días, tanto el mundo musulmán como occidente experimentan un aumento en la actividad extremista. Al Qaeda y sus aliados en todo el orbe no tardarán en aprovechar la muerte de Zawahiri para fortalecer su llamado a luchar por la defensa del mundo islámico, reiniciando con esto el ciclo de retórica que impulsa la violencia fundamentalista. 

Contrario a los cálculos políticos de la Casa Blanca, el acto de “justicia internacional” de Washington en Kabul será recibido de manera muy diferente en el mundo islámico. A toda costa; defensa de los musulmanes y su estilo de vida en todas partes. El discurso de inauguración del siguiente emir de Al Qaeda probablemente sonará muy similar a la alocución que emitió Biden el lunes. 

Y cuando eso suceda, la Casa Blanca volverá a sentirse amenazada, invadirá el mundo islámico con drones y bombarderos, y provocará más resistencia por parte de los grupos fundamentalistas. 

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Edición: Laura Espejo


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