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Carlota en Campeche

La emperatriz, enviada por Maximiliano, llegó a la península por Sisal en noviembre de 1865
Foto: Dominio público

Jorge H. Álvarez Cervera 

Eduardo MacGregor fue un personaje en la política local y nacional. Fue hijo de Juan Luis MacGregor, quien nació en Charleston y fue la primera persona de ese apellido que en el siglo XIX se estableció en Campeche, donde llegó a ser un acaudalado comerciante y naviero. Otro descendiente de Juan Luis, sobrino nieto suyo, fue Genaro Fernández MacGregor, quien dice en su libro El río de mi sangre: “… Cuando Maximiliano intentó implantar un imperio en México, Eduardo MacGregor se tornó imperialista. En su casa se hospedó Carlota, en el viaje que hizo a la península, y ello le valió a él una medalla de oro con la efigie de Maximiliano y una inscripción que rezaba: ‘Al Mérito Civil’…” 

La emperatriz Carlota, enviada por Maximiliano, llegó a la península por Sisal en noviembre de 1865, y de ahí se trasladó a Mérida, en donde participó en diversos eventos y siguió su camino hacia Campeche. 

Francisco Álvarez Suárez, quien residía en Campeche cuando la emperatriz Carlota visitó esa ciudad, describe en su libro Anales históricos el gran acontecimiento de la llegada de Carlota a Campeche, donde era esperada con entusiasmo, procedente de Mérida: “… Un grupo de imperialistas exaltados, que quitó los frisones (corpulentos caballos) a la carretela que conducía a la Emperatriz, sustituyéndolos personalmente, y tirando del carruaje, lo condujo hasta llegar a la antigua puerta de Guadalupe. En este lugar esperaban la llegada el Ayuntamiento, las demás autoridades, así como numerosas personas de la localidad y la música militar de la plaza, que saludó a la visitante con el himno nacional. El prefecto municipal le presentó las llaves de la ciudad, dirigiéndole una breve alocución, que contestó la Emperatriz en español, y apeándose del carruaje, hizo su entrada a la ciudad a pie, continuando hasta llegar a la Parroquia… donde asistió al Te Deum en acción de gracias. Terminado éste, pasó a la casa 2 de la calle Hidalgo (ahora calle 57), que se le había preparado para alojamiento… En seguida, se sirvió el almuerzo, sentándose a la mesa, por invitación de la Emperatriz, un grupo de señoras distinguidas y de las autoridades. La mesa fue servida por ocho jóvenes de la ciudad, nombrados con anterioridad, a quienes se obsequió un pequeño reloj de oro a cada uno, colocado en un estuche que ostentaba en su tapa las armas del Imperio… el 16 de diciembre de 1865 salió la emperatriz de su residencia, acompañada de las autoridades, empleados y numerosa concurrencia y se dirigió a pie al muelle fiscal, para tomar la embarcación preparada para conducirla a Ciudad del Carmen”. 

Continúa Fernández MacGregor: “… Cuando Juárez plantó en el cerro de las Campanas la bandera republicana, Eduardo MacGregor se tornó reo de lesa patria, y su persona fue puesta a precio y pregonada, ofreciéndose por ella cinco mil pesos. Tuvo que esconderse, para que no lo apresaran. Lo hizo en su propia casa, en un estrecho tapanco, en donde se encajaba apenas sabía que los esbirros lo buscaban. Tenía el buen señor un gato consentido, que una vez se coló en el escondite al mismo tiempo que su dueño, quien apenas cabía en él. Sofocado y apachurrado, el felino lanzó un débil maullido y como este proceder, de repetirse, podría revelar el sitio del escondite, Eduardo no tuvo más remedio que apretarle el cuello, sufriendo sus araños, hasta que lo ahogó. Días después, con ayuda que recibió Eduardo, se escapó sigilosamente una noche… esperaba ya al prófugo un cayuco, cuyo patrón era un mulato, el Mocho Charles, quien condujo a Eduardo mar afuera, hasta el paquete americano (barco paquebote, quizá de la flota de su padre), que minutos antes había salido del puerto… No llevando Eduardo dinero con que pagar el servicio, ofreció al Mocho Charles la medalla de oro que había ganado sirviendo al Imperio, la que fue a dar a la tienda La Marina, como prenda para garantizar los pequeños préstamos que hacía el poseedor, hasta que se la bebió por completo, pues el dinero lo gastaba en aguardiente”. Se supone que Eduardo MacGregor se refugió en Charleston, lugar de nacimiento de su padre, donde tenía relaciones familiares y comerciales, hasta que fue propicia la situación política para regresar. 

México se independizó de España en 1821 y confirmó su independencia hasta 1825, al desalojar del castillo de San Juan de Ulúa a soldados españoles, donde habían permanecido aislados cuatro años, mientras eran apoyados por la marina de guerra española. Pero continuaba una gran inestabilidad política en México y existía enorme carencia de recursos. Además, había indígenas sublevados en Sonora, y otros en Yucatán; rebelión esta última que derivó en la sangrienta Guerra de Castas, sin haber recibido Yucatán ayuda alguna del gobierno mexicano, en la cual fueron asesinados numerosos españoles residentes y sus descendientes, durante la masacre realizada por los mayas. Pocos países habían reconocido a México como un nuevo país y otros estaban interesados en ocupar su territorio y gobernarlo. Se nombró ministro plenipotenciario a José María Gutiérrez Estrada, nacido en Campeche y que residía en Europa, para fomentar las relaciones diplomáticas con otros países, así como explorar en países europeos la posibilidad de que un noble aceptara la corona de México. 

Se decidió que Maximiliano de Habsburgo era el indicado para ello, y Gutiérrez Estrada encabezó la delegación de mexicanos que, en 1863, ofreció directamente a Maximiliano el trono de México. Se ha dicho que Gutiérrez Estrada fue un traidor a la patria, pero no todos lo creen, pues consideran que solo cumplió las órdenes que recibió del gobierno de México, en una época muy difícil e inestable. Gutiérrez Estrada continuó viviendo en Europa y falleció en París. En mayo de 1867. Maximiliano fue fusilado en el cerro de las Campanas, en junio de 1867. 

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Lea, del mismo autor: Sangre de pirata en Yucatán

 

Edición: Estefanía Cardeña


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