Julián Dzul Nah y Abrahan Collí Tun
“Tenemos que aprender a comer raíces, recordar cómo preparar los bulbos, que van a necesitarse mucho”, dice don Bernardo Xiu, experimentado agroecólogo maya. Otros colegas suyos, también mayas, comparten el parecer. Atentos a las señales del tiempo y la naturaleza, dicen prepararse ante adversidades venideras en un entorno cada vez más complicado.
Quizás la Covid-19 es la más reciente crisis global con mayores afecciones a nivel regional, allende el aspecto sanitario. Sin embargo, el retorno al campo significó, en el momento y a la fecha, una importante decisión para enfrentar la pandemia, resignificando la relación con el entorno, el sentido de pertenencia y el abastecimiento de bienes para alimentarse.
No obstante, hay señales en el entorno que deben ser atendidas, producto de los aprietos del capitaloceno que enmarca el presente actual, era que agudiza desigualdades e impacta negativamente en el ambiente y vida de los pueblos originarios. Se trata del enrarecimiento climático, sequías recurrentes, inundaciones y lluvias salitres que merman las cosechas anuales. Estos son leídos por el pueblo maya en un despliegue memorioso temporal de larga duración que relata calamidades pretéritas, y hace manejable el porvenir tras asomar al pasado.
El pueblo maya transmite desde la oralidad cómo crisis sanitarias vividas en tiempos arcaicos o presentes, son seguidas de duras escaseces, instando a tomar hoy medidas preparatorias. Estudios como los de Paola Peniche (2010) o Wendy Pérez Amézquita (2020) dan cuenta de calamidades sanitarias o climatológicas que ocasionaron hambrunas, agudizadas por el acaparamiento de alimentos por autoridades civiles, lo que diezmó a la población indígena y llevó a los sobrevivientes a vivir en penuria y sobreexplotación. Hubo quienes hicieron de las selvas y montes su refugio, donde se abastecieron de raíces, vegetales y miel.
Hoy, hombres y mujeres mayas sensibles a las situaciones globales y locales, advierten la proximidad de situaciones críticas y obsequian orientación. Instan a sembrar árboles endémicos cuyos frutos, hojas y raíces puedan ser alimentos, especies que deben plantarse en “altillos”, ante las cada vez más frecuentes inundaciones. Recomiendan no desperdiciar comida alguna, almacenar y aprovechar los bienes del solar y de la milpa: “Cuando no haya, recordaremos las veces que desperdiciamos los alimentos”, señalan.
Invitan a disponer residuos orgánicos como sustento de animales de traspatio, o compartiéndolo con las aves u otros animales silvestres, quienes también padecen las carestías. Apremian a llevar prácticas de cocina tradicional, a enseñar a las infancias que se trata de comida buena, valiosa, y rica. Buscan y reactivan alternativas al consumo de maíz, justamente pensando en posibles daños a cultivos por huracanes o langostas. Destacan el cocimiento de semillas de ramón para moler y hacer tortillas, elaborar atoles con mamey y anona, recoger frutos de palma de huano, colectar raíces en milpas antiguas. Cuidan el monte como tarea para conservar modos de existencia, y mantienen la cultura para propiciar la subsistencia.
La población indígena ha sabido hacer frente a las crisis históricas; ha enfrentado dificultades pasadas y probablemente los seguirá enfrentando. No por ello hemos de normalizar las estructuras históricas que endurecen el entorno para los pueblos originarios, ni justificar las resiliencias para evadir la planeación e instauración de adecuadas políticas públicas y prácticas sanas de gobernanza, desde diferentes niveles, para desestructurar aparatos opresores que agravan eventuales calamidades. La histórica respuesta del pueblo maya frente a apretadas vicisitudes de todo orden, no ha de llevar a instituciones gubernamentales de diferentes niveles y esferas públicas y privadas, a perpetuar la vulnerabilidad de poblaciones originarias. En el entretanto, el pueblo maya se prepara para enfrentar lo venidero con seriedad y esperanza, prudente en la lectura de los signos de los tiempos.
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