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Los rostros del heroísmo

Carlos Duarte Moreno recorrió en sus versos facetas de la humanidad
Foto: Fernando Eloy

La firmeza de carácter es un recurso básico para desafiar órdenes injustos y marcar distancia de convenciones caducas y límites engañosos. Representa un núcleo de irradiación con fuerza suficiente para atraer, en su punto de máxima intensidad, expresiones laudatorias en tono de cantos épicos.

La figura del héroe arraiga en la memoria colectiva como tributo al valor excepcional que lo hace sobresalir entre las medianías, sea que la historia, la voz popular o la tradición literaria concurran para propagar el temple de sus hazañas. Esta persistencia cultural obra de modo equivalente en el contexto de los personajes homéricos, entre caudillos nacionales y en aquellos individuos de osada presencia que causan admiración pública.

El lenguaje de los poetas rezuma muestras de estas sensaciones gloriosas, de la luminosidad cegadora que se alza con seducción plena sobre la monotonía de los días insípidos. Sus rasgos se afirman en el proceso de ser captados al concierto de rítmicas palabras. Carlos Duarte Moreno (1900-1969) recorrió en sus versos las facetas en que la humanidad desgrana sus signos vitales. El erotismo, la exaltación patriótica, la balada infantil, los lazos familiares, la simpatía que despiertan los animales, el desgarramiento que inducen los ambientes sórdidos son signos que están presentes en su obra. Recrea señas personales que otras plumas transformaron en material biográfico mientras a él le bastó condensarlas en estrofas persuasivas.

Conoció a Augusto César Sandino cuando llegó a Yucatán en 1929, ambos pertenecieron a la fraternidad masónica y esto le facilitó entrevistar al patriota nicaragüense para divulgar su pensamiento en un periódico dirigido a los obreros. Un año antes había publicado un soneto en homenaje al revolucionario centroamericano, que en sus primeras líneas dice: “De las águilas vienes, vienes de los leones / y fundes en tu arrojo destinos colosales / y das tu vida prócer para saciar cañones / y tu denuedo brindas por detener chacales.”

El 7 de septiembre de 1935 acaeció un hecho trágico: el piloto aviador Alonso Garibaldi sufrió un grave accidente al estrellarse el avión que dirigía durante una prueba para efectuar una exhibición publicitaria de sus vuelos, junto con otros tres pasajeros. Se precipitó en un predio de la calle 62 de Mérida; en el trayecto de su traslado hacia el hospital O’Horán, perdió la vida quien el periódico del día siguiente designó como “el primero y mejor preparado aviador local”; se había dado a conocer por la intrepidez que demostró constantemente en actos de motociclismo, escalamiento de edificios y acrobacias aéreas. El libro Alonso Garibaldi Baqueiro. El Loco del Aire, de Raúl Rosado Espínola, contiene una prolija biografía del infortunado profesional de la aviación.

En una nota editorial aparecida en el Diario del Sureste el día 8, Duarte Moreno expresó que Garibaldi “era el arquetipo de la generación de los arrojados, de los que ven el peligro y juegan el albur de ir a vencerlo”. A punto de finalizar ese mes, el mismo medio de prensa reprodujo la letra que el autor yucateco efectuó para una canción a la que Candelario Lezama puso música, y que una de las estaciones radiofónicas más escuchadas había trasmitido algunos días antes. En ella rinde honores al recién caído con su palabra pletórica de emoción. “Aguilucho nuestro” dice en sus versos finales: “Pero mientras duermes el sueño postrero / y por tu tragedia se vuelve un reguero / de angustia sangrante nuestro corazón, / vivo en el recuerdo vigoroso y fuerte, / ¡a pesar del beso que te dio la muerte / por los cielos nuestros cruzará tu avión!”

El poeta también trató con respeto a los héroes que encontraba en sus recorridos a lo largo de las calles de Mérida, a quienes describió en crónicas periodísticas, todos ellos envueltos en el torbellino de la lucha diaria haciendo valer una firme voluntad que contrastaba con los magros recursos distintivos de su condición social. Vendedores ambulantes, ancianos, amas de casa hundidas en la pobreza y otros ciudadanos que conmovieron su pluma de tal modo que lo llevaron a rematar uno de sus escritos con la frase: “Héroes sin lauro de la vida, a vuestro paso, en silencio, ¡yo pongo de rodillas mi corazón!”

La vocación libertaria de Duarte Moreno afloró en actos de solidaridad con los desposeídos. Elogió la valentía en el punto mismo en que la hallaba e hizo del conocimiento de la vida una fuente copiosa de sus creaciones escritas, tal como lo registra su novela Levadura (1934), en cuya trama esboza las cualidades recién enumeradas, aplicándolas en la caracterización del protagonista de la historia, pujante y apasionado.

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Lea, del mismo autor: Vena humorística


Edición: Estefanía Cardeña


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