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Mi daltonismo

Consiste en no distinguir algunos matices, principalmente de rojo y verde
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

La gran mayoría de nosotros ve los colores normalmente, pero algunos tienen un defecto que les hace verlos de manera distinta. John Dalton (1766-1844), destacado científico inglés, fue el primero en describir el daltonismo, nombre de este defecto visual, que él padecía. Generalmente, este defecto es de origen hereditario y consiste en no distinguir algunos matices, principalmente de rojo y verde, y se presenta más frecuentemente en hombres que en mujeres. Los cromosomas son componentes de las células que transmiten el material genético. Cada célula humana contiene 46 cromosomas: una mitad proviene de la madre y la otra mitad del padre. Las células de las mujeres contienen dos cromosomas sexuales X, y las de los hombres uno X y uno Y, por lo que la madre transmite siempre un cromosoma X a su hijo o hija, y el padre transmite uno Y si su hijo es niño, o uno X si es niña. Si un hombre hereda un cromosoma X que transmita daltonismo, será daltónico, pero si los dos cromosomas heredados de una mujer son portadores de ese defecto, ella será daltónica y también lo serán sus hijos hombres. Si sólo uno de los cromosomas X de la mujer tiene el defecto, la posibilidad de que lo transmita a sus descendientes es del 50 por ciento.          

Estudié la primaria en la Ciudad de Campeche, en la antigua Escuela Federal Tipo Nº1 Luis A. Beauregard, que ya no existe. En una ocasión mi maestra nos dejó la tarea de dibujar el territorio terrestre de México de color amarillo y el Océano Pacífico y el Golfo de México en azul. Entre mis lápices de colores había, según yo, dos azules: uno me gustaba mucho, que era el que usaba casi siempre, y otro que no me parecía bonito, por lo que estaba como nuevo. Por eso, este último fue el que decidí usar, para que el favorito no se desgastara al dibujar las zonas marinas. Al revisar la maestra mi tarea, me regañó “por no conocer los colores, pues eso se aprende en kínder”. No supe por qué era el regaño, hasta que alguien me dijo que el lápiz que usé era de color morado, no azul. 

Cuando estaba en secundaria, mi papá me acompañó con el oculista, porque yo tenía rojos los ojos. El doctor me examinó y me encontró bien, pero me recetó unas gotas, y me dio algunas indicaciones para leer. Luego me hizo pruebas con unas figuras especiales y encontró, por ejemplo, que en la de un número “8” yo solo veía “3”, es decir, la mitad del lado derecho, y mi papá, enojado, me dijo, enérgicamente: “¿Por qué no me lo dijiste?” El médico determinó que soy daltónico. Tiempo después lo relacioné con el regaño de mi maestra de primaria, quien tal vez no estaba enterada del daltonismo, ni yo tampoco. Más adelante, recibíamos instrucción militar, a cargo de un oficial que carecía de conocimientos de maestro, pues nos regañaba mucho, tal vez como daba órdenes a los soldados. Desmotivado, llevé al oficial el comprobante que proporcionó el oculista, así como una copia de la tabla de incapacidades y defectos físicos, que impiden realizar el servicio militar. Después de leer el comprobante, me dijo el oficial: “Usted, como si se hubiera muerto. No lo podemos aceptar, para evitar que dispare un cañonazo a la casa del general”. Ese fue el gozoso final de mi instrucción militar.

Poco después, cuando México declaró la guerra a “El Eje”, formado por Alemania, Italia y Japón, durante la Segunda Guerra Mundial, ya existían en la carretera de Campeche a Lerma, frente al “Muelle Nuevo”, instalaciones de Pemex para almacenar derivados del petróleo. Los grandes tanques de almacenamiento, pintados originalmente de aluminio, fueron cubiertos con pintura de camuflaje, para que se confundieran con el color de la vegetación que los rodeaba. Acompañé a mi papá en un viaje por avión y, cuando volábamos frente a los tanques, le dije: “Mira, están camuflados los tanques”. Al mirar por la ventana, él no los veía, y me preguntó: “¿Dónde están?” Él no podía verlos, por el camuflaje, pero yo los veía claramente. Después imaginé la utilidad que podríamos tener los daltónicos en tiempos de guerra, para observar a distancia y localizar rápida y fácilmente objetivos bélicos. Luego, me acordé del instructor militar, que tenía conocimiento del daltonismo, pero despreciaba a los daltónicos, sin considerar la posible ayuda que podrían dar. Años más tarde, compré unos calcetines que creí eran café oscuro y resultaron verde perico. En otra ocasión, vi una camisa que me gustó, que creí era de color beige muy claro, pero no la compré, porque me dijeron que era rosa pálido. Desde entonces, antes de comprar alguna ropa, pregunto a una persona confiable cuál es el color de lo que deseo adquirir. A veces también me sucede que no puedo nombrar el color de alguna cosa o de un automóvil, pues no lo identifico.  

La prueba para diagnosticar daltonismo es muy simple y puede realizársela uno mismo. Se requiere una serie de figuras, llamadas “Cartas de Colores de Ishihara”, que contienen círculos de colores de diversos tamaños, distribuidos de modo que los círculos formen una figura o un número, visible por personas de visión normal, pero que sea invisible o difícil de distinguir para quien tenga algún defecto de visión a los colores. Dichas cartas están disponibles en consultorios médicos, y también en Internet y en algunos libros de biología. También permiten identificar a personas con otros defectos menos comunes de visión a los colores, como la acianoblepsia, en que no se distingue el color azul, o la acromatopsia, cuando todo se ve en blanco y negro. 

Un daltónico puede distinguir el rojo, amarillo y verde de un semáforo, o los colores de la bandera nacional, pero puede serle difícil diferenciar tonos de verde en algunos objetos o plantas. También se le dificulta distinguir a distancia o con poca iluminación, flores rojas en una planta verde (por ejemplo, un flamboyán), pero las distingue si se acerca y la iluminación es buena. No existe tratamiento para el daltonismo, pero la mayoría de los daltónicos se adaptan y no limitan sus actividades.  

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Lea, del mismo autor: Carlota en Campeche


 Edición: Estefanía Cardeña


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