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Los terremotos de mi memoria

El tiempo es inclemente, como una tormenta
Foto: Reuters

En ocasiones no recuerdo qué hice con exactitud la semana pasada, a dónde fui, a quién vi. Sin embargo, me acuerdo perfectamente de la tarjeta de felicitación que mi hermano le regaló a mi papá cuando él cumplió 50 años; la recuerdo al detalle: mi hermano la dibujó, con trazos firmes y claros, en una hoja de papel que dobló como una tarjeta. 

En la carátula aparecía un hombre mayor, con bastón y camisa a cuadros, que decía algo sobre la inminente llegada del medio siglo. Mi papá arqueó la ceja cuando vio al anciano, pero esa reacción rápidamente se esfumó y se transformó en sonrisa cuando abrió la tarjeta y vio que ese mismo personaje se convertía en un supermán. El dibujo se complementaba con una frase que decía algo así como el que tú siempre serás mi héroe. Fue el diciembre de hace 37 años, y precisamente ese recuerdo me asaltó de nuevo en estos días, cuando mi hermano cumplió sus propios 50. 

En esos años han pasado muchísimas cosas, ha cambiado casi todo: el tiempo ha sido inclemente, como una tormenta, o como un terremoto. Sin embargo, hay cosas que se han mantenido en pie y que incluso están más fuertes que nunca. Por ejemplo, la admiración a mi hermano. Esa vez, por sus dibujos —están súper padres, Vico—. Ahora, porque precisamente el supermán es él, y eso debería reconocérselo más seguido. 

Meses después del cumpleaños de mi papá, y dos días después del de mi hermano, cuando regresaba de la escuela vi a mi familia en la sala, sentados enfrente de la televisión. Qué pasó, pregunté, viendo sus rostros tristes, y preocupados. Tembló en México. Tembló muy fuerte

Durante horas estuvimos viendo los reportes en una televisión, pequeña y en blanco y negro, mientras tanto mi papá como mi mamá se intentaban comunicar con los familiares que tenían en la capital. 

Años después, en la calma con la que digiere la tragedia mi familia, tíos y tías recordaban cómo, al salir todos despavoridos de la casa en la que vivían, se olvidaron de la tía anciana que pasó sus últimos años con ellos. 

Regresamos, avergonzados, para pedirle disculpas, pero cuando nos dimos cuenta que no se había dado cuenta preferimos no decirle nada, confesó una de los tías. La feliz ignorancia le duró poco, ya que el más joven de su sobrino era un asiduo lector del Alarma!, y le mostró a la tía postrada el encabezado de uno de los días posteriores: “Se cayó Tepito”, se leía en la estridencia amarilla del pasquín. Pobre niño, se lamentó la tía. Pobre niño Pepito

A raíz de ese temblor, la mayoría de mis familiares se vinieron a vivir a Mérida, como muchísimos otros más. Migrantes del miedo, regresaron a la tierra de los abuelos, a la del maná del frijol con puerco. 

De los otros 19 de septiembre me acuerdo de los actos heroicos protagonizados por hombres, mujeres y perros, que se sumergieron en océanos de escombro para rescatar a náufragos del epicentro, y también de esas pesadillas que los buitres del rating se inventaron para convertir la tragedia en un show. Sin embargo, todos esos recuerdos me son lejanos, como a dónde fui o quién vi la semana pasada. 

Esos terremotos los viví amurallado en la laja, mientras que hay personas que cuando leen las réplicas de aniversario aún sienten los escalofríos que sintieron aquel día, y no creen que sea sólo una coincidencia. Tantos muertos, tanto dolor. 

Yo, en cambio, tengo la suerte que los únicos recuerdos que me traen los 19 de septiembre tienen que ver con cumpleaños y felicitaciones. 

Puede que las fechas no coincidan en este laberinto de la memoria, pero, reitero, recuerdo a la perfección esa hoja en blanco, con los dibujos de un anciano y de un supermán; recuerdo el aroma del papel, el preciso color del lápiz, la cara de emoción de mi hermano al entregarla; recuerdo que desde entonces tuve la certeza que mi hermano era un gran artista y un mejor hijo. 

Yo tampoco creo en las coincidencias, pero, como muchas otras cosas, se me olvida. Así que aprovecho este recordatorio para felicitar a mi hermano y decirle que, en realidad, el supermán es él, y darle un abrazo a todos a los que se le vino la noche en aquellos días de septiembre.

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Lea, del mismo autor: El irresistible magnetismo de lo difícil

Edición: Laura Espejo


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