Botánica para la memoria I. Ser millones

Mi vida no empieza, sólo vuelve a ser, transmuto, me reconfiguro y eso, para ustedes que viven en movimiento es una gran barrera para comprender nuestra naturaleza. Me sostengo fuerte, afirmo mis raíces, afloro mis deseos, brotan mis saberes y reverdece nuestra memoria. En estos tiempos que parecieran aciagos para ustedes, mis ancianas semillas tienen algo que contarles así que espero puedan sentarse, acá cerca de mí y acariciarme para respirar el mensaje. Ahora, mientras ustedes mueven su mirada observan letras que el escribano puso acá para reconocer mi voz, pero tienen que entender que mi pensamiento vive en el tiempo presente y se entreteje con muchísimos presentes hasta antes de que ustedes estuviesen conmigo.

Espero ya se hayan acomodado y conectado con el suelo bajo sus raíces-pies, es la única forma con la que entenderán la vida como nosotras las entendemos. Hace muchas generaciones de ustedes, que para mí es como un abrir y cerrar de flores, me encontraba ahí en mi vieja casa, una tierra pedregosa, desde una ladera observaba el horizonte y sentía con la punta de mis hojas cómo el salitre bañaba mis olores. Yo ahí plantada, con todas mis pequeñas hermanas de esa época, alimentando las narices y estómagos de los barbados y las pieles de leche. Ellos disfrutan mucho de mi sabor, tanto que no pudieron soltarme y decidieron, sin preguntarme, traerme a través del infinito azul.

El viaje fue una cosa terrible y hermosa, yo aquí solita en un cuenco con mi tierrita, apenas alcanzaban mis raíces en tan poquito espacio, pero el hermano acuoso estaba bajo de mí, todo el tiempo, con ese olor extraño a sal que se adhería a mis hojas. Durante lo que me pareció una vida estuve en tránsito y al llegar a tu tierra sentí cómo despertar a otra existencia. Me abrazaron inmensas madre-árbol que no conocía, subí montañas, bajé ríos y me camuflé entre los olores del bosque.

Aquí mismo donde me ves, logré conectar con otras y otros, no solo con el micelio que nos provee de vida debajo de lo que alcanzan ustedes a ver, sino que las grandes me susurraron los secretos de la vida en este lado del planeta: en el fondo todas nos parecemos, pero en cada latitud hemos hecho amistades profundas con diversos seres que habitan el territorio.

Pero no todo ha sido amistad, secretos y vida. Esos mismos que me plantaron y me trajeron a esta aventura atacaron, decidieron imponerse sobre todos los demás seres de su especie que habitaban esta tierra y también sobre las aves y los seres que se arrastran. Ante ellos las ceibas doblaron sus ramas y el fuego lamió las cortezas de muchas de nuestras hermanas. Con su ausencia, el hermano viento nos lastimaba y necesitábamos agazaparnos unas con otras para mantenernos erguidas hacia la luz-padre que nos alimenta, y la luz-madre que nos guía.

No sé si me entiendas, todas mis hijas y las hijas de mis hijas, son yo, somos nosotras, las abuelas y las abuelas de ellas. En nuestro linaje habitamos y con el paso de nuestras generaciones nuestras hojas marchitan, pero el saber de cada una, lo que observó, lo que vivió, lo que le cantaron las aves y las hormigas que pidieron permiso para comer de nosotras, todo eso, habita en cada semilla y en cada flor. Por eso, aunque parezca que te hablo en pasado, yo al cantarte esta canción vivo de nuevo lo que aconteció.

Así las abuelas sufrieron y se replegaron, seguían siendo encontradas y llevadas a casa de todos los de tu especie sin distinguir unos de otros. Hasta que los Unos, los más nuevos, decidieron solo dejarnos para oler y cocinar. Los Otros, los antiguos, tenían otro interés y nos usaron para sanar, nos contaron las historias de sus abuelos, lo que narraban sus hojas-pies y sus manos-flores para curar. Con ellos aprendimos a guardar secretos, también los nombres de lo que nosotras decimos Luz-familia y también que sus ancestros andaban en el bosque, sembrados bajo nosotras.

La vida empieza en el momento exacto que otra concluye y la séptima generación desde los antiguos de ustedes que nos alimentaron con sus cuerpos decidieron rebelarse ante la autoridad de los más nuevos. Ellos construyeron fogatas de memoria, se taparon los rostros, araron la tierra, sanaron heridas, susurraron en múltiples lenguas y con su digna rabia horadaron hasta lo más profundo de las enseñanzas de los blancos. El fierro que alguna vez llevaban sobre sus cabezas se dobló y derramó su dominación sobre el campo despatarrándose por todos lados y mostrándose endeble. Ese terrible fierro desafió mi profundo amor y oscureció mi existir.

En esa terrible soledad pasé varias generaciones esperando que la luz-padre me liberara y recibiendo todo el cariño subterráneo de las demás a mi alrededor. Sufriendo de la soledad perpetua el día, por fin, llegó. Ante un diluvio el cascarón ferroso se rompió y un rayo de luz me empapó, volví a ser completamente yo, de a poquito, una hoja a la vez.

Esta soy, la que ves ahora y te preguntas cómo es que existe a través del fierro, yo siempre soy y no hay fierro que me contenga por siempre. A pesar de toda la oscuridad resguardo el saber de las ancestras de tu especie, converso con las antiguas madres-árbol y consagro los días recordando a la luz que me liberó.

No importa cuántas veces me consuma, mientras un gajo de mí quede sobre la tierra volveré a nacer.

Volveré

Volveré, y seré millones.

@RuloZetaka

Lee, del mismo autor: El resguardo de todos los afectos

Edición: Estefanía Cardeña