Emiliano Canto Mayén
Cuando una sociedad cuenta con un colectivo sólido de artistas e intelectuales, cualquier acontecimiento, grande o pequeño, da paso a un debate inteligente que nutre a la opinión pública, sensibiliza a los ciudadanos y proporciona valiosa información a los gobernantes. En contrapartida, si se carece de la madurez e inteligencia necesarios, hasta el incidente más intrascendente desata una cascada de recriminaciones y ataques personales.
Esto último es preocupante ya que el reciente incendio del teatro Peón Contreras ha generado una ola de opiniones exaltadas e insultos que, salvo un par de escritos notables, hacen de lado cuestiones que, en mi opinión, son primordiales.
En primer lugar, los procedimientos oficiales para destinar recursos son deficientes para la adecuación, construcción, mantenimiento, restauración y seguridad de los inmuebles públicos. En vez de marchar con orden y constancia, estos procesos se hayan sometidos a la agenda política y a las voluntades de los funcionarios en turno.
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Hacer más eficiente la asignación de dinero para estas tareas y sensibilizar a los administradores del valor de los espacios donde el Estado atiende a la ciudadanía es clave para mejorar el estado de los hospitales, campos deportivos, escuelas, bibliotecas, museos y teatros.
En segundo lugar, las descalificaciones en torno a la pérdida de cierta composición pictórica, sugiere que la idiosincrasia reinante es demasiado propensa a la indignación y refractaria al análisis.
Allá en los lugares donde florecieron grandes civilizaciones, es endémico un cierto mal que suele volver estériles ciertas manifestaciones artísticas. En Egipto, Roma y México la valorización permanente de los ancestros a veces cae en extremos anticuarios, al punto que, en El Cairo, ante el Coliseo y en Chichén Itzá, no falta la persona disfrazada de Nefertiti sobre un camello, el Legionario y el Caballero Jaguar.
Estas caricaturas del pasado me provocan cierta melancolía puesto que me hace pensar que muchos talentos creadores y ciertas inteligencias, con tal de sobrevivir hacen de lo antiguo un canon sagrado e inviolable como lo fue, largo tiempo atrás, el arte de Pericles.
Entonces, a diferencia de la opinión dominante que se ha concentrado en apuntar la pérdida lamentable, considero que ante nosotros se cierne una oportunidad de oro para rescatar lo más posible, estudiar científicamente las entrañas del Peón Contreras y dotarlo de sistemas de seguridad y equipo tecnológico que mejore las representaciones y prevenga futuros siniestros. En palabras más simples, si lamentamos demasiado lo que se perdió, el duelo y nuestras lágrimas nos impedirán ver y conservar lo que se salvó.
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Por último, con respecto a cierto mural centenario, mi ignorancia absoluta en dichas cuestiones desautoriza mis predilecciones. Aunque, acaso visionariamente, imagino que esa cúpula ennegrecida es el nido de un fénix, la cuna de una obra maestra que haga que el siglo XXI corone al Peón Contreras. Cuántos genios vivos de México podrían crear algo nuevo que proyecte carreras en ciernes y sea un manifiesto para el futuro de nuestros artistas contemporáneos.
Ojalá que mi interés por la obra de Haussmann y Marinetti no se malinterprete en este punto, si bien Yucatán no es Francia, en el idioma universal del arte la reinterpretación supera cualquier frontera.
Edición: Emilio Gómez
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