El Teatro Peón Contreras ha sufrido daños relevantes y ahora nos toca a todos la tarea de rescatarlo. Las reparaciones, sus costos y, especialmente, sus oportunidades, deben ser labores que nos ocupen a todos los que habitamos en el estado y nos llenamos de orgullo por sus tesoros arquitectónicos y espacios culturales. Sí, a todos.
En abril de 2019 la catedral de Notre Dame de París sufrió una grave conflagración y ni bien se habían extinguido las llamas, cuando la sociedad entera, empresarios, artistas y ciudadanos ya estaban organizando y reuniendo abundantes recursos para su restauración y puesta al día. Casi 900 millones de dólares provenientes de donaciones privadas. En Yucatán estamos ante una circunstancia muy similar y es una gran coyuntura para mostrar lo que hace fuerte y resiliente a nuestro estado: hacer cosas y emprender proyectos juntos.
No podemos cruzar los brazos y esperar que el sector público municipal, estatal o federal haga el trabajo por nosotros. No podemos sentarnos en la butaca de espectadores. Es el momento ideal para aspirar a mejores cosas. Qué mejor pretexto para despertar de la complacencia de ver al Peón Contreras como una instalación pública más y no como lo que verdaderamente es: una joya arquitectónica que contribuye a la identidad y vital convivencia social de nuestra comunidad.
Lo peor que puede pasar con los momentos críticos del Peón Contreras es que los desperdiciemos y simplemente se hagan los trabajos para regresar al punto de inicio, a las condiciones en las que estaba el teatro antes del incendio. Sería una verdadera lástima -justo ahora que nuestro estado lleva una ruta de desarrollo económico, turístico y cultural excepcional en comparación con el resto del país- que ni siquiera un incendio nos convoque a tener un Peón Contreras con condiciones técnicas y estéticas envidiables. Así, aspiremos a poner a nuestro edificio cultural esencial al día. Es momento de preguntarnos qué necesita el Peón Contreras para seguir siendo -durante el próximo siglo- el referente que ha sido durante los pasados 114 años. Sería muy triste que nosotros fuésemos la generación que vivió un incendio de consecuencias relevantes y se limitó a reparar los daños sin poner su parte para engrandecer ese foro. Sería un acto de pereza y falta de imaginación social.
El Peón Contreras hace mucho que opera en el límite de lo que puede ser, este es el cruce de caminos ideal para una inversión financiera y cultural que de nuevo lo ponga a la altura de lo que viene para Yucatán y Mérida, y no sólo recursos o imaginación magras que lo mantengan funcional, pero arcaico el presente. Es tiempo de pensar en gran escala, en nuevas tecnologías y hasta en nuevas oportunidades de expresión estéticas (frescos y pinturas que lo adornen, incluso) dentro de nuestro teatro. Expresiones que reflejen lo que Yucatán es ahora, con nuestra diversidad y nuevas ideas sobre lo que es una sociedad justa, y no una simple repetición de lo que se plasmó en 1908.
El teatro Peón Contreras, como es lógico para un espacio que alberga dramas y emociones, tiene una historia de glorias, crisis y renovaciones, lo mismo de inauguraciones suntuosas que de abandonos y clausuras. Ese drama y devenir histórico hoy nos pone frente a la disyuntiva de seguir utilizando lo que heredamos hasta que sea totalmente obsoleto, o ser activos y en lugar de agotar nuestra herencia invertir para hacerla más grande y dejarla lista para que enaltezca a futuras generaciones.
El Peón Contreras estará muy atento a lo que esta generación haga con la oportunidad que un corto circuito le ha dado y será un público exigente de lo que hagamos en el escenario histórico de nuestro patrimonio cultural.
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