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México en Egipto

Programas nacionales para enfrentar crisis climática, insuficientes
Foto: Juan Manuel Valdivia

La 27 Conferencia de las Partes en materia de Cambio Climático empezó en Egipto con el discurso más severo que hasta ahora haya emitido el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, que ha dicho – por fin de manera contundente – que, si los países no atendemos de inmediato la crisis climática, estaremos preparando el terreno para un infierno climático, y a fin de cuentas la extinción de nuestra especie como la conocemos. Los representantes de muchas de las naciones participantes han hecho eco a esta posición, insistiendo en todos los tonos que resulta urgente la implementación de medidas de mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero y adaptación a las consecuencias impuestas por el cambio climático. En este contexto, la posición de México es algo penosa.

Dejo de lado el desorden que ha llevado a que no quede claro quién encabeza la delegación de nuestro país. Esto no debería sorprendernos de un régimen donde el responsable del ordenamiento del desarrollo territorial y urbano decide qué se hace en un parque nacional, el ejército administra aduanas y aeropuertos, y ejecuta obras de infraestructura civil, y la comisión de derechos humanos defiende la reforma política propuesta por el presidente. Pero sí preocupa que lo que el ejecutivo federal anuncia como contribuciones nacionalmente determinadas para enfrentar la crisis climática, en un boletín de prensa emitido en México, y no precisamente en una intervención en la COP en Egipto, resulta no solamente insuficiente, sino que, en cierto sentido incluso falso, o engañoso.

Así, el gobierno federal presume la contribución del programa Sembrando Vida a la disminución de emisiones de carbono equivalente a la atmósfera. Si este programa fuese impecable, su contribución no sería superior al 3 por ciento de lo requerido; pero resulta inevitable dudar de sus bondades. Para empezar, se ha pretendido presentar este programa como el esfuerzo de reforestación más grande que se haya emprendido jamás en nuestro país. Pero habría que explicar que no es en realidad un programa de reforestación, no solamente porque substituye las especies que alguna vez formaron parte de las áreas forestales donde se lleva a cabo, por otras que se espera tengan un impacto económico relevante en las comunidades participantes; sino además porque, al parecer, suele resultar un incentivo para la deforestación. Es un programa que enmascara un subsidio directo a las comunidades campesinas, con un cariz francamente clientelar.

También incluye el gobierno mexicano la creación de nuevas áreas protegidas como una contribución relevante para disminuir el aporte emisiones nacionales de gases de efecto invernadero. Es cierto que las áreas destinadas a la conservación pueden funcionar como sumideros de carbono, y contribuir a evitar emisiones garantizando la permanencia de zonas con coberturas forestales compactas. Pero decretar nuevas áreas, como el parque nacional Jaguar, y destinarles recursos estratosféricos (el titular de la SEDETU ha hablado de mil millones de pesos para ese parque, incluyendo la peregrina idea de cercarlo y usarlo para construir para la UNAM un centro de investigación que no ha requerido), mientras el resto de las áreas protegidas del país, algunas consideradas como patrimonio mundial, como las reservas de la biosfera de Sian Ka’an y Calakmul sufren un dramático abandono presupuestario que impide implementar sus planes de manejo, redundará sin duda en un incremento en las emisiones del sector conocido como AFOLU en la jerga climática; es decir, el sector agropecuario, forestal y de otros usos del suelo.

Para remate, ¿qué decir de la generación de energía? Mientras el mundo apuesta por las renovables, y por construir una movilidad de cero emisiones, nuestro país se ufana de construir una gran refinería, y de comprar otra, ya vieja, a una compañía estadounidense; y encima presume la regularización de cerca de un millón de “autos chocolate”, chatarras ilegales que contribuyen con emisiones de gases y carbón negro y retrasan toda posibilidad de migrar hacia opciones de transporte más amigables con el entorno. Anticipar que se construirá el mayor proyecto de energía solar del continente, y se modernizarán las plantas hidroeléctricas, no ajusta las cuentas hacia una medida de mitigación genuinamente ambiciosa, sobre todo considerando la apuesta de la comisión federal de electricidad por continuar generando electricidad a partir de la quema de combustibles fósiles (carbón y combustóleo).

Se presentó en Egipto una propuesta ciudadana de contribuciones nacionalmente determinadas para México, que sí incluye una memoria de cálculo, y da cuenta no solamente de los retrasos nacionales en la materia, sino de una ruta de descarbonización razonablemente transitable para nuestra economía. Ojalá el estado mexicano la asumiera, o al menos, la considerara. Lamentablemente, en esta etapa de autoritarismo ensoberbecido y ensordecido, se le juzgara como una propuesta “de la derecha conservadora, que quiere que le vaya mal a México, y es racista y clasista”. Absurdo, lo sé, pero así transita hoy este país.

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Lea, del mismo autor: El Tren Maya, revisitado

 

Edición: Laura Espejo


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