La tesis: ¿Un requisito válido para el siglo XXI?

Cristina Puga 

La polémica en torno a la presentación de una tesis plagiada en un examen de licenciatura ha abierto en redes sociales una discusión paralela sobre la utilidad y significado de las tesis universitarias que merece un poco de aclaración.

En términos muy generales, una tesis profesional es un documento escrito que contiene una respuesta a un problema que puede ser defendida en un examen. A lo mejor expone una pequeña investigación sobre una cuestión novedosa, un problema matemático, un experimento o una explicación que da luz sobre un tema difícil.  Una tesis bien hecha conlleva una demostración fehaciente de que el estudiante ha sabido aplicar los conocimientos adquiridos a lo largo de cuatro o cinco años de estudios profesionales.

Hasta hace unas décadas, la tesis era la única manera de concluir una carrera universitaria. Lo mismo si se estudiaba Química, Economía o Literatura, con ella culminaban los años de laboratorios, tareas escritas y asistencia a cursos. Las universidades del país, como sucedía también en las del extranjero, habían establecido la tesis como requisito y solamente variaba el grado de exigencia demandada al documento. 

Luego de meses de lecturas, recopilación y organización de datos, experimentos, mediciones y laboriosa redacción, la tesis se presentaba en el examen profesional. Este era la prueba de fuego para el estudiante quien debía demostrar que podía hablar sin titubeos de lo que había escrito. Simultáneamente, el examen era una solemne ceremonia -un rito de pasaje como llama la antropología a este tipo de eventos- en la cual familia y amigos presenciaban la defensa de la tesis ante un jurado que, con su aprobación final otorgaba al estudiante que había salido victorioso del amargo trago, el ascenso al ejercicio de la profesión.  

Como se ha puesto de manifiesto recientemente, la exigencia del documento escrito daba lugar también a diversas formas de engaño, desde quienes se ofrecían a redactar tesis enteras por un pago establecido, hasta, y ahora lo sabemos, quienes organizaban la función completa, con una tesis escrita por alguien más, sinodales simpatizantes y un examen de puro trámite. El aumento en el número de estudiantes, el exceso de trabajo de profesores que debían leer varias tesis a lo largo de un año escolar y una burocracia más enfocada en la entrega oportuna de documentos que en el contenido de los mismos, favorecían la posibilidad de estos caminos tramposos. En cualquier caso, el estudiante que, por incapacidad, flojera o falta de tiempo optaba por esta vía estaba consciente de estar cometiendo un serio fraude, contra la institución, contra sus profesores, sus colegas de generación, su familia y, hacia el futuro, contra la sociedad. Aquellos que intervenían en el fraude también lo hacían con plena conciencia, aunque en su caso lo que seguramente les importaba era la ganancia económica derivada del mismo.

El aumento de los posgrados y el consiguiente ascenso de los graduados de maestría y doctorado en el mercado de trabajo llevaron a las universidades a concentrar la exigencia en las tesis de grado y abrir nuevas opciones de titulación en las licenciaturas para hacer más fácil el tránsito tanto a la vida profesional como a la prolongación de los estudios más allá de la licenciatura: “tesinas”, exámenes generales, reporte de experiencia profesional, desempeño escolar sobresaliente o acreditación de diplomados han sustituido gradualmente a la tesis como condición para completar la carrera universitaria. Fue un cambio que mejoró en muchas universidades los índices de titulación e indirectamente, redujo el fraude en la elaboración de tesis. De igual manera, han actuado otros procesos como el voto razonado que, en su caso, obliga a los sinodales a una lectura atenta de la tesis antes del examen oral. Han aparecido, sin embargo, otras formas de engaño: el uso de computadoras y el trabajo en línea han aumentado las posibilidades de plagiar textos con el sencillo procedimiento del “copy-paste” (copiar y pegar) y no es improbable que un estudiante de Guadalajara presente una investigación (encontrada en internet) que hizo antes otro de Cartagena en Colombia. Las universidades han debido poner en marcha programas sofisticados de revisión para garantizar la originalidad de los trabajos que se presentan en los diferentes niveles universitarios y los profesores tienen que insistir en la importancia de asentar en cualquier trabajo las fuentes de la información y los autores citados para no incurrir en faltas a la ética.

Por otro lado, pese a las alternativas para titularse, muchos estudiantes de licenciatura, siguen eligiendo la tesis, no sólo por el compromiso personal y muchas veces familiar de llegar a esa ceremonia final, sino porque saben que en su elaboración se ponen a prueba los conocimientos del currículum escolar y se complementa lo aprendido. Al final del proceso, es probable que el estudiante que investigó, sistematizó y redactó sepa más cosas que muchos de quienes optaron por opciones más rápidas. Sus tesis, además, dejarán trazado un camino de conocimiento sobre el cual transitarán nuevas generaciones. Por lo mismo, en el posgrado y particularmente en el doctorado que constituye un nivel de conocimiento avanzado, la tesis es un requisito indispensable. Se requiere en este caso, de un serio trabajo de investigación dotado de originalidad, excelente redacción y solidez teórica y metodológica: una demostración de calidad académica y compromiso ético de los graduados que difícilmente puede ser sustituida. Y, por supuesto, a lo largo de la vida universitaria es fundamental un compromiso ético y académico similar por parte de los profesores. Pero eso merece un texto aparte. 

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Edición: Estefanía Cardeña