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Foto: William Blake

Nalliely Hernández*

Recientemente tuve un breve debate donde defendí que la ciencia está culturalmente condicionada a la vez que sostuve que eso no significaba demeritarla. La lección que me dejó la discusión es que la filosofía de la ciencia, como disciplina que estudia los procesos que dan lugar a las teorías científicas, no ha tenido un diálogo social tan fructífero. Por ello, en futuros artículos de este espacio compartiré algunos ejemplos que ilustran esta idea sobre la ciencia. Comenzaré con un ejemplo que mencioné en esa ocasión: la relación la idea de Dios y el espacio en la teoría de Newton. 

Es bien sabido que Newton representa un parteaguas en la historia de la ciencia porque su teoría mecánica alcanzó predicciones y explicaciones de un éxito nunca antes imaginado. Basta decir que estas nos llevaron a la Luna, nos permitieron conocer la estructura nuestro sistema solar y predecir el movimiento de los cuerpos terrestres. Pero además Newton representó una forma de hacer conocimiento que se convertiría en un modelo de verdad. 

No obstante, los biógrafos han señalado que Newton también era un ferviente religioso y alquimista y, como era propio de la época, estos tres intereses no se encontraban desligados. De hecho, se sabe que tuvo un buen conocimiento de las doctrinas de los Padres de la Iglesia que influyeron sus investigaciones cosmogónicas.

Uno de los filósofos más famosos y aceptados de la época era René Descartes, el cual sostenía que la sustancia de la materia era la extensión o res extensa y que el espacio se podía concebir a partir de las relaciones que establecíamos entre los objetos. Así, el espacio cartesiano era relativo a la materia, y la medición del movimiento dependía del cambio de posición respecto de puntos u objetos convencionales. 

A Newton nunca le convencieron las tesis cartesianas. En particular, le parecía que la tesis de la res extensa era ininteligible y materialista, más aún, consideraba que de ella se derivaba el ateísmo, el escepticismo y el relativismo. Como nos dice el estudioso José Antonio Robles, para el filósofo inglés resultaba crucial construir una filosofía natural que fuese congruente con el concepto de Dios y así, fortaleciera la religiosidad. Asimismo, consideraba que el carácter relativo del espacio impedía establecer la universalidad de la ley de inercia, porque, si el movimiento depende de una referencia arbitraria, no se puede establecer si este es verdadero. En suma, Newton tiene dos tipos de objeciones respecto la  materia y  el espacio cartesianos: uno de carácter teológico y otro de carácter científico. 

A diferencia de Descartes, cuenta Robles, Newton sostiene que debido a que Dios es el creador, el espacio es un efecto suyo, pero entonces la deidad también es espacial porque, de acuerdo con el inglés, el efecto debe estar contenido en la causa. Newton propone la espacialidad como la condición necesaria de la existencia de cualquier ser, Dios incluido, por lo cual tanto cuerpos como espíritus serán entidades espaciales. En sus palabras: “El espacio es una disposición del ser en tanto que ser. Ningún ser existe o puede existir si no está, de alguna manera, relacionado con el espacio. Dios está en todo lugar, las mentes creadas están en algún lugar y el cuerpo está en el espacio que ocupa y lo que no está ni en todo lugar ni en algún lugar, no existe”. 

Adicionalmente, Newton afirma en sus Principia: “Dios es el mismo, Dios siempre y por doquier. Él es omnipresente, no sólo virtualmente, sino también sustancialmente...En él están contenidas todas las cosas y se mueven; empero, ninguna afecta a la otra; Dios nada sufre por el movimiento de las cosas; las cosas no encuentran ninguna resistencia por la omnipresencia de Dios”.

De acuerdo con lo anterior, queda claro que Dios y el espacio newtoniano comparten características: ambos son absolutos, infinitos, omnipresentes, incorpóreos, independientes de lo que ocurra en ellos y todo está contenido en ellos. El espacio se convierte en ese gran contenedor separado de la materia que, por lo menos, se parece muchísimo a Dios, y que posibilita la universalidad de la primera ley, es decir, el movimiento absoluto y cierto. 

En suma, Newton considera pertinente hablar de Dios en su filosofía natural porque no se trata de un estudio separado de la estructura del universo. La  propia percepción de este, en tanto obra de Dios, es prueba de su existencia. Así, el ingles combate con su teoría física el escepticismo, el relativismo y el ateísmo al mismo tiempo.  

Podemos ver que, como dice el propio Robles, la filosofía natural de Newton está “impregada de una buena dosis de teología”, si bien con el posterior desarrollo científico la física se fue depurando de ella (¿será?). Ello no quiere decir que estas convicciones divinas no condicionaran la física del “último gran mago” que ofreció una de las teorías más espectaculares en la historia del conocimiento. 

 

*Profesora de filosofía de la Universidad de Guadalajara 

[email protected] 

 

Edición: Laura Espejo


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