Al parecer, siguen siendo populares los cuentos para niños en que participan hadas y brujas, animales y humanos, magos y hechiceras, y un sinfín de personajes de la imaginación legendaria. No cabe duda de que estos libros para niños siguen siendo los clásicos infantiles. Sin embargo, desde el siglo pasado, han aparecido una amplia gama de libros actuales para niños, de la llamada literatura de autor. A diferencia de los clásicos infantiles, que son versiones escritas de cuentos de la tradición oral que provienen de la Edad Media, los cuentos de autor, son literatura actual.
Cabe destacar que una diferencia destacada entre estos tipos de literatura, la clásica y la contemporánea, es la relevante lección de moral que ha permanecido en los cuentos viejos, es decir, la llamada moraleja. En cambio, en los cuentos contemporáneos para niños prevalece, efectivamente, la dicotomía entre el bien y el mal, pero sin moraleja. El juicio está en manos del lector infantil ante este tipo de libros actuales; sólo el niño lector decidirá si estuvo bien o mal el actual de cada personaje. Es más, muchas veces el lector llega a simpatizar con el malvado.
Otra de las diferencias es el papel semipedagógico de los libros clásicos infantiles y la ausencia de éste en los libros contemporáneos. Es más, hasta no hace mucho tiempo, algunos libros escolares, principalmente de editoriales privadas, incluían textos evidentemente pedagógicos. Sus autores y editores suponían que, a través de textos imaginativos, los niños aprenderían determinados contenidos educativos. Sin embargo, muchas veces los alumnos se quedaban con las historias y difícilmente aprendían los contenidos educativos incluidos. No hay que olvidar que en el aprendizaje se requiere seguir una metodología pedagógica.
Generalmente, los niños en edad escolar, entre los seis y los doce años, tienen gustos diferenciados frente a los niños pequeños y los adolescentes, y no se diga de los adultos. En el caso de los alumnos de primaria, éstos prefieren libros que tratan acontecimientos concretos, más que los que refieren situaciones abstractas. No hay que olvidar una de las premisas de la pedagogía: hay que ir de lo concreto a lo abstracto. Por ello, los lectores infantiles gustan de historias confeccionadas con acciones concretas, más que relatos que incluyan introspecciones.
Por otra parte, hay que considerar que los niños lectores, de seis a doce años, no podrían enfrentar libros que les demanden demasiadas capacidades intelectuales aún inmaduras. En esta situación, Scott Fitzgerald señaló que una prueba de inteligencia de primer orden es cuando el individuo puede mantener en mente dos ideas opuestas al mismo tiempo. Es posible, según Juan Piaget, que estos niños puedan sostener dos ideas contrarias al mismo tiempo a partir de los ocho y nueve años, aunque sólo respecto de objetos reales y concretos. Y no será posible mantener dos ideas abstractas opuestas al mismo tiempo, como el concepto bien-mal, sino hasta la edad de los once y doce años.
Respecto de lo anterior, cabe señalar que, mientras los niños de seis a ocho nueve años pueden entender y compartir juicios morales más fácilmente al alabar o condenar a los personajes por sus actos superficiales, los niños más grandes podrían elogiar o reprobar a los protagonistas de los cuentos por sus intenciones, más allá de sus actos aparentes. No es lo mismo juzgar a alguien por lo se ve en los hechos, que por los motivos que tuvo para actuar de determinada manera.
Por todo ello, será importante que aquellos que quieran escribir para niños tomen en cuenta la necesidad de ofrecer a los pequeños lectores un patrón de acontecimientos más comprensible que una mezcla de sucesos tal como ocurre en la vida real. Además, el escritor deberá presentar un mundo de causa efecto suficientemente comprensible para los niños, y simplificado a un mínimo de explicación. Así, lectores infantiles verán el funcionamiento del universo y de la humanidad en términos de lo que a ellos les parece un sentido común.
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