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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

María Delgado y Sara Sanz Reyes

Cuando pronunciamos trabajo se pueden evocar a muchas experiencias y sentires, en su mayoría contrariados si las condiciones no son las apropiadas. Todo mundo deseamos tener una actividad que nos genere bienestar y nos permita vivir dignamente. Todos deseamos que con nuestras capacidades podamos ser reconocidos y valorados y esto es muy humano. 

Sin embargo, la palabra trabajo muchas veces tiene connotaciones negativas. Para empezar, desde su origen etimológico, trepaliare que significa torturar con tres palos. Para muchos el trabajo eso es, tanto por los malos pagos como por las condiciones complejas. 

Indagando desde otras miradas y formas de verlo, encontramos, por ejemplo, que, en la lengua maya, de acuerdo con el traductor maya Pedro Uc, lo más cercano a la actividad de generar tus elementos de supervivencia se dice meyaj que significa explorar la creatividad. Para la crítica cultural Bell Hooks un trabajo en malas condiciones, lejos de aumentar la autoestima, deprime el espíritu y se experimenta como un obstáculo, como una necesidad negativa. Llevar un ambiente laboral sano y justo puede ayudar a expresar lo mejor de uno mismo. 

Yucatán es uno de los estados con salarios más bajos, en promedio 2.29 salarios mínimos diarios, lo que representa en sí una violencia porque incrementa la desigualdad social. Si bien, en los últimos años hemos visto el crecimiento exponencial de la empleabilidad debido a las grandes inversiones que se han hecho en el estado por parte de los sectores privados y públicos, es preciso cuestionarnos si esto asegura que los empleos sean bien remunerados y que brinden las condiciones necesarias para cubrir todas las necesidades de lxs trabajadorxs.

Cuando hablamos de condiciones, es preciso referir no sólo a las cuestiones materiales, sino también a que los ambientes sean propicios para que las capacidades humanas se expresen con integralidad, o sea que no afecte ni la salud ni la integridad, al mismo tiempo de incrementar sus habilidades profesionales.

Desafortunadamente, las condiciones laborales de miles de personas trabajadoras poco han mejorado y, a raíz de la pandemia, la brecha salarial también ha incrementado. De acuerdo con declaraciones del Instituto Nacional de Estadística y Geografía -Inegi- (2022) los sueldos de las mujeres disminuyeron en 10 por ciento y en los hombres 7 por ciento. La precariedad laboral es una constante que aqueja y disminuye la calidad de vida de las personas y a eso le agregamos que son las mujeres las mayormente afectadas tanto por la brecha salarial como por la sobrecarga laboral. 

Esto último, debido a que las mujeres históricamente son quienes más trabajos desempeñan; no solo hablamos de los remunerados sino de los trabajos invisibilizados y no reconocidos como los del cuidado (trabajo doméstico), es decir, la atención a las infancias, los enfermos, personas de la tercera edad, el aseo, lavar, cocinar, etc.

En México, el 70 por ciento de estos trabajos son realizados por mujeres; trabajos que para nuestras antepasadas es algo natural de la cotidianidad y un gesto meramente amoroso y de responsabilidad. Hoy también se nombra como trabajos de cuidado de los cuales depende la economía global porque ¿quién puede trabajar sin comer?, ¿quién cuida a lxs trabajadores? Los gobiernos y sector privado deben sumarse a este reconocimiento y a la responsabilidad de generar mejores condiciones de trabajo para la mejora de la vida de las mujeres y sus familias.

De acuerdo con OXFAM Internacional, las mujeres de comunidades rurales y países en desarrollo destinan hasta 14 horas diarias a trabajos de cuidado esenciales. Desafortunadamente, en el imaginario social aún no son valorados estos trabajos y pasan por ser desapercibidos como un factor indispensable de la economía, lo que causa que no se enfoquen políticas para disminuir y equilibrar estas cargas. En México, el 70 por ciento de estos trabajos lo desarrollan las mujeres (Inegi, 2021).

Es vital no quitar el dedo del renglón en transitar a modelos de economías sostenibles y con perspectiva de género a la hora de poner en marcha proyectos y políticas de empleabilidad, las cuales también deben desarrollarse eliminando patrones sexistas que feminizan o masculinizan los trabajos.

Al mejorar las condiciones laborales se previene la violencia económica y se disminuyen riesgos de conflicto y violencia hacia seres más vulnerables como con lxs niñxs. Hacernos conscientes de la cadena de violencias desde lo macro social hasta lo micro, y la necesidad de sanarlas desde todas las trincheras posibles, evitará un futuro con adultos igualmente heridos, explotados o explotadores. 

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Edición: Estefanía Cardeña


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