La entrada de Salvador Alvarado a Mérida

El domingo 19 de marzo se cumplen 108 años de la entrada de Salvador Alvarado a Mérida, luego de triunfar sobre las improvisadas tropas rebeldes al mando de Benjamín Argumedo, una revuelta que en su momento fue llamada “movimiento soberanista” y que aprovechó el descontento de la oligarquía yucateca por las ofensas que le dedicaba el gobernador Toribio de los Santos a través del orador Adolfo León Ossorio. 

En realidad, entre 1911 y 1914, Yucatán había tenido siete gobernadores sin que se hubieran realizado elecciones. De los Santos había llegado al puesto como interino de Eleuterio Ávila, quien a su vez fue enviado por Venustiano Carranza una vez que la revolución contra Victoriano Huerta triunfó. 

Carranza había sido condescendiente al enviar como gobernador a un yucateco. Ávila había nacido en Valladolid y había ascendido como en las filas constitucionalistas hasta llegar al grado de coronel. Sin embargo, entró en conflicto con el llamado primer jefe al oponerse a hacer efectivo un préstamo forzoso a los grandes productores y exportadores de fibra de henequén, y su decreto para liberar a los sirvientes de las haciendas henequeneras pronto fue letra muerta. 

La rebelión soberanista, financiada por los oligarcas henequeneros, que por el contrario negaron cualquier apoyo monetario a Carranza, fue un fracaso. Las tropas mal adiestradas no fueron rival alguno para la ya curtida fuerza del general Salvador Alvarado, en los combates de Poc-Boc, Blanca Flor y Halachó. Argumedo huyó hacia Cuba, con todo el oro que pudo cargar, y dejó a Mérida a su suerte. 

Las crónicas refieren que familias enteras salieron despavoridas hacia Progreso, o a esconderse en sus haciendas (las que tenían esa fortuna), temiendo lo peor. Sin embargo, la fotografía de la entrada del ejército constitucionalista al mando de Salvador Alvarado parece decir otra cosa. 

La imagen apareció publicada el 24 de marzo de 1915 todavía en La Revista de Yucatán, periódico que previamente incautó Eleuterio Ávila, mientras su director, Carlos R. Menéndez, salía al exilio. A los pocos días de la entrada de Alvarado, La Revista cambió de nombre y formato, además de misión, convirtiéndose en La Voz de la Revolución. 

La fotografía muestra una enorme diferencia con los antecesores de Alvarado, especialmente Eleuterio Ávila. Éste había llegado en barco a Progreso, de ahí se organizó un convoy que dejó al coronel y tropa a su cargo al final del Paseo Montejo, a la altura del monumento a Justo Sierra. A este mismo punto había llegado también Porfirio Díaz en 1906. Desde ahí, Ávila encabezó un desfile militar por la avenida, a la vista de la élite que tenía sus chalets sobre ella, hasta llegar al Palacio de Gobierno. 

Por su parte,  Alvarado venía por tierra, desde Halachó. Había recorrido el antiguo camino colonial entre Mérida y Campeche, por lo que para entrar a Mérida lo hizo por el barrio obrero de San Sebastián. Como se aprecia en la imagen, la gente no interrumpió sus labores ni se guardó en sus casas porque venían “los huaches”, en la calle se observa incluso a varias mujeres vestidas de hipil, cubiertas con el tradicional rebozo. 

La marcha retratada por José M. Rubio es de un cuerpo de caballería que va a trote, sin apurar el paso. Es cierto que la calle no está atestada de espectadores e incluso hay una mujer que da la espalda al desfile. Este batallón avanza lentamente, a tal grado que permite a un ciclista cruzar por el frente. La acción es relativamente lenta pero implica el adueñarse del terreno. El regimiento, con bandera al frente, va apropiándose del espacio público; se impone en un despliegue de fuerza donde no es necesaria más acción que el andar por la calle marcando el paso, siendo los cascos de los caballos los encargados de romper el silencio. El batallón no exige que se le mire y es muy probable que permita la retirada del ciclista, pero está reclamando para sí la calle y, por extensión, la ciudad. 

Inicia un periodo de transformaciones de gran calado para Yucatán, promovidas a raíz de un movimiento violento que llevaba ya cuatro años pero que no había tocado a la entidad, donde se había extendido la vigencia de los usos políticos porfiristas. 

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Edición: Ana Ordaz