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del

Perpetua Semana Santa

Noticias de otros tiempos
Foto: Caricatura Troncoso, El Padre Clarencio, 16 de abril de 1905

Se llamaba Antonio Canché y todo lo que sabemos de él estuvo mediado por quienes decían defenderlo. Nacido en Yucatán, pero se ignora de qué población venía. Al igual que varios miembros de su familia, era sirviente en la hacienda henequenera de Xcumpich, de donde huyó entre octubre y noviembre de 1904 para buscar refugio en casa del abogado Tomás Pérez Ponce, quien en su nombre redactó un documento titulado Carta abierta al poderoso hacendado, Sr. D. Audomaro Molina Solís, el cual publicó el 21 de noviembre del año mencionado y firmó a nombre de Canché, asegurando que éste no sabía escribir.

El documento llegó a San Antonio, Texas, donde se encontraba exiliada la directiva del Partido Liberal Mexicano, para entonces ya una organización anarquista que consideraba a Pérez Ponce y a Carlos P. Escoffié Zetina, impresor de la Carta abierta y a la sazón director y caricaturista del semanario El Padre Clarencio, como correligionarios.

Pero, ¿qué decía la Carta abierta que no se hubiera dicho antes de los hacendados yucatecos? ¿El nombre de un integrante de la élite y a la vez hermano del gobernador Olegario Molina? No: estos escándalos solían aparecer cada que se acercaban las elecciones locales, aunque en esta ocasión fueron yucatecos los que elaboraron la publicación y la enviaron a periódicos de otras latitudes. Por esto, Pérez Ponce y Escoffié fueron acusados de injurias y enviados a la cárcel. Sin embargo, las páginas de El Padre Clarencio no dejaron de tocar el tema y es así que su entrega del 16 de abril de 1905, en Semana Santa, tiene tres ilustraciones (portada, páginas centrales y contraportada) con sendas recreaciones de la Pasión.

¿Periodistas ligados al anarquismo, con antecedentes de ser anticlericales, recurriendo a los evangelios? Por supuesto, el catolicismo era el marco ideológico en el que habían crecido y por ese mismo motivo se dirigían al público con esas imágenes. En los periódicos del PLM, El Hijo del Ahuizote, El Ahuizote Jacobino y El Colmillo Público, el caricaturista Jesús Martínez Carreón recurría a la misma estrategia comunicacional tomando en cuenta que sus principales lectores se encontraban entre los trabajadores mineros y textileros a los que el partido intentaba organizar en sindicatos.

En las imágenes, el protagonista guarda silencio, al igual que el Jesús de la Pasión, a punto de ser crucificado. Se le identifica como “raza de Juárez”, refiriendo a los lectores que de los indígenas había salido el presidente al que se tenía como referente nacional de unificador de la patria tenía este origen, pero al tener como marco los evangelios se obliga a quien contempla la caricatura a remitirse a estos y anticipar lo que sucederá; agregando que los dibujos llevan por título “Perpetua Semana Santa”, se concluye que los sirvientes de las haciendas henequeneras, mayas en general, sufrían entonces (¿y sólo entonces?) un suplicio eterno.

Llama la atención otro personaje, que aparece como principal: un gato enseñando las fauces y ojos desorbitados, en actitud agresiva. Se trata de Audomaro Molina, quien en las páginas de El Padre Clarencio recibía por sobrenombre la denominación del felino. En las caricaturas es quien dirige la ejecución del Cristo y dirige a la multitud que atestigua la escena.

A los judíos, en la caricatura que fue destinada a la portada del semanario, se les identifica como “borrados de El Peninsular”, el diario en el que José María Pino Suárez dedicó varios artículos al análisis de las condiciones laborales en las haciendas henequeneras, concluyendo que en general la servidumbre se encontraba en la esclavitud. En la de las páginas centrales se distingue a los que están a la cabeza del grupo. Se trata del gobernador Olegario Molina y el presidente municipal de Mérida, Augusto L. Peón.

Por último, el caballo sobre el cual va el gato tiene rostro humano. Se trata de Ignacio Hernández, entonces juez tercero de lo penal, quien conocía del proceso en contra de Pérez Ponce y Escoffié. Sólo queda decir que durante la primera mitad del siglo XX, ser llamado “caballo” era considerado un insulto, que en este caso fue dedicado al juez.

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Lea, del mismo autor:  Un viñedo en Yucatán

 

Edición: Estefanía Cardeña


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