Como algunas especies de jazmines, sobrevivió condiciones extremas; aun en la hostil penumbra de la cortina de acero, creció y floreció. Cayó y se levantó, una y otra vez, como su patria, que utilizó ladrillos de un muro recién derribado de cimiento. Una paria capaz de reescribir la historia, sin miedo a los líderes más poderosos del mundo, ella contra todos. Y, sin embargo, ahí está, temblando, incapaz de ponerse de pie y de mirar a los ojos al hombre que está a unos pocos metros de ella. En su interior, como piratas, abordan los recuerdos de un ataque. Ya no es Ángela Merkel, física y canciller de Alemania; ya no es el símbolo del tesón de una nación: en estos momentos se reduce a una niña aterrada ante un animal. El hombre conoce ese trauma, y sonríe mientras sujeta la correa de una perra que olisquea a la mujer, petrificada. Vladimir Putin comienza así a saldar cuentas con el mundo.
Venganza a un agravio igual televisado, años atrás. El viejo zar, Boris Yeltsin, exhausto tras enterrar al régimen soviético, se deja llevar y, en esa misma sala oval de lúbricos relatos, sacia esa sed de vodka en la que se ha reducido su existencia. Entre brindis y brindis —vashe zdorovie!—, el presidente ruso se olvida que tiene ante sí a un estudiante superdotado de Yale y Oxford, al gobernador más joven de Estados Unidos, al animal político que ha sobrevivido —y sobrevive— a cualquier escándalo. Con la vista empañada, no ve a Bill Clinton sino a un compañero de parranda. Cuando después de la etílica reunión privada los dos presidentes ofrecen una rueda de prensa, Clinton se burla en público de ese oso borracho, incapaz de articular palabra, meciéndose en la tormenta del alcohol. Como todos los rusos, el entonces desconocido Putin se avergonzó de su presidente y de su país.
Con Yeltsin sucumbió la Unión Soviética, y con ella la clase hasta entonces gobernante. Sin embargo, en ese vacío surgió una estirpe carroñera que se enriqueció hasta límites insospechados, llevando a la otrora poderosa nación al borde de un barranco de corrupción y violencia. En esa tierra de nadie aguardaba pacientemente un oscuro funcionario de inteligencia, forjado en los años de acero del comunismo. También, un dramaturgo, capaz de salpicar las más sosas pláticas con frases de Chéjov y Solzhenitsyn. Este par son los protagonistas de la novela El mago de Kremlin, con la que Giuliano da Empoli no sólo entretiene sino que da cátedra sobre el nuevo orden mundial. La narración del ascenso y consolidación de Putin es la primera obra literaria de Da Empoli, sociólogo, ensayista y asesor político de origen italo-suizo. Basada en hechos y personajes reales —Putin aparece con su nombre, mientras que el dramaturgo con el de Vadim Baranov, encarnación literaria de Vladislav Surkov— esta novela se publicó en la víspera de la invasión de Rusia a Ucrania.
Baranov es un director de realities cuando conoce a Putin, un oscuro burócrata del antiguo régimen. Ambos son testigos de cómo los oligarcas surgidos espontáneamente en el caos del derrumbe estaban convirtiendo a Rusia en una república bananera. En la lenta agonía de Yeltsin desembarcan en el poder. El primer golpe de efecto del recién entronizado Putin es apelar la seguridad de los rusos ante las amenazas de enemigos externos, en especial los que se encontraban a sus puertas, como los ucranianos —La política tiene un sólo objetivo: dar respuesta a los terrores humanos. Una serie de atentados —que entrelíneas se da a entender que fueron puestas en escena— son la chispa con la que se enciende esta hoguera, que continúa incendiando naciones. Baranov comienza entonces a escribir una obra de teatro, con Putin como su personaje principal. De la guerra de Chechenia a la crisis de Crimea pasando por los Juegos Olímpicos de Sochi, por la novela igual desfilan empresarios, Limonov y Kasparov, modelos y todos los símbolos de la Rusia actual.
Baranov es presentado como moderno Rasputin, que moldea a ese vestigio soviético que es Putin como un autor describe a un personaje, incluso como un dios alfarero le da forma al barro. Su arranque es convertir “una figura diferente, que contenga en sí mismo los elementos de la continuidad y los de una ruptura con el pasado”. Para la trama, se alimenta del día a día, jugoso en escenarios: “La única cualidad indispensable para un hombre con poder es la capacidad de aprovechar las circunstancias. No pretender dirigirlas, sino apoderarse de ellas”. Y cuando la realidad ya no le da materia prima, el dramaturgo recurre a la ficción, ofreciendo una mitología. Para lograr los primeros capítulos de su obra, Baranov incluso recurre a los clásicos: “Relea a Aristóteles: el primer gesto del demagogo, una vez llegado al poder, es el destierro de los oligarcas”. Sin embargo, en el transcurso de la historia la creación va tomando conciencia propia, algo que no sorprende al titiritero. Al contrario, en su lucidez se enorgullece de su Frankenstein y asume que él es sólo un personaje más en la obra que creo.
“… el auténtico asesor pertenece a una raza totalmente diferente de la del poderoso. En realidad es un vago. Murmuradas al oído del príncipe, sus palabras producen el máximo impacto sin tener que pasar por la agobiante fatiga de medrar. Luego regresa tranquilamente a su biblioteca, mientras las bestias feroces siguen desgarrándose unas a otras bajo la superficie del agua. Tiene una esquirla de hielo en el corazón: cuanto más se calientan los otros, más se enfría él. A veces, lo suyo termina mal, porque lo que menos soportan los poderosos es la autonomía". Lo de Baronov no termina mal, por lo menos hasta ahora. Una vez puesta en marcha la obra, se hace un lado y se refugia en sus libros. Tal y como sucedió con el real Surkov, quien de vez en cuando sale de su gulag personal para escribir editoriales bajo un pseudónimo con mensajes cifrados. Putin, como el caudillo en una novela latinoamericana, se queda aislado en su laberinto.
El mago de Kremlin es una novela rusa, el libreto de un realitie, el guion de una obra de teatro de vanguardia, un tratado de política. Da Empoli ofrece un juego literario de matrioskas, que entretiene y, a la vez, forma e informa. Esta novela la acaba de publicar en español la Seix Barral, y se enfila para ser uno de los fenómenos editoriales del año, como ya lo fue en Francia, donde ha vendido más de 100,000 ejemplares y figuró en la selección para el Goncourt, el premio más prestigioso de las letras francesas.
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