Este año harán 10 que falleció el portugués Urbano Tavares Rodrigues, integrante de ese ejército de poetas y escritores que, junto con un grupo de coroneles, derrocó a António Salazar. Los primeros, con octavillas de plomo; los segundos, con rifles en los que florecieron claveles.
Por su compromiso político y por la calidad de su obra, Tavares Rodrigues ocupa un destacado puesto en la literatura de su país. Sin embargo, este protagonista está pasando a segundo término con el redescubrimiento de la obra de su esposa, María Judite de Carvalho.
Urbano falleció en 2013; María, cinco años antes, en 1998. Aunque los cuentos de la mujer igual destacaron en vida, es ahora cuando están rompiendo incluso fronteras. Ella, quien según su nieta Inês Fraga, era de esas personas que casi piden licencia para existir, maravilla ahora como cometa.
Por ejemplo, la traducción de Los armarios vacíos entusiasma a la crítica. “Escrito con destreza y astucia”, escribe Joyce Carol Oates en su reseña en The New York Review, “narrado por un observador que se desliza dentro y fuera del texto con el desdén de un personaje patricio de Nabokov”.
Y añade Joyce Carol Oates: ”Ejecutada con tanta minuciosidad como una autopsia… No hay duda de la autenticidad de su visión, de la originalidad de su voz, tan mordaz y despiadada en su retrato de las mujeres ’vacías’ como en la descripción de la estúpida fanfarronería del machismo”.
El reconocimiento internacional póstumo de María es gracias al éxito de la traducción de Margaret Jull Costa al inglés precisamente de Los armarios vacíos, que ayudó a publicarla en griego, neerlandés, sueco, turco o italiano. En español salió a la venta anteayer, lunes en Errata Naturae
La historia de Urbano y María igual vale la pena conocerla. “Muchos creen que mi abuelo la opacó y en verdad él ayudó a proyectarla. Era su primer lector y un gran entusiasta de su escritura”, afirma Inês, y recuerda el génesis de la carrera de su abuela.
María logró notoriedad desde su opera prima, el volumen de cuentos Tanta gente, Mariana, publicado gracias al empuje de su marido, que “leyó el manuscrito en un viaje a París y que telefoneó llorando a su esposa, emocionado por la fuerza de los relatos”, según relata Tereixa Constela en el Babelia.
“Urbano incluso le propinó en la calle a un crítico literario que le dijo que María Judite de Carvalho haría mejor en dedicarse a coser medias que a escribir. Luego Urbano le acompañó al hospital temeroso de que los cristales rotos de las gafas le hubiesen causado alguna lesión grave”.
Giros mágicos portugueses, muestras de amor de otras épocas, de tiempos de cólera. Además de la literatura, al matrimonio lo unía la ideología política; sufrieron ambos la persecución y el posterior destierro, y disfrutaron, igual juntos, el triunfo de la revolución.
Sin embargo, mientras que las letras de Urbano se marchitan, las de María vuelven a florecer. “Ella retrata muchas mujeres encerradas, que son vistas como seres planos y unidimensionales, tras sus ventanas”, describe Inês. “Esa soledad es totalmente actual, a pesar de que hoy nos exponemos detrás de las ventanas digitales de las redes sociales”.
María nunca dio una entrevista a la televisión y son contadas las que concedió a la prensa escrita. Uno de sus colegas la recordaría tiempo después como alguien a quien nunca había escuchado hablar. Su mordacidad solo fue conocida en casa o en sus libros. Sus palabras, ni habladas ni escritas, nunca perdían el tiempo.
Vivió su literatura en carne propia, se costuró sus letras. Autora de líneas honestas y congruentes, la mejor definición de su universo está en “el título de uno de sus libros, As Palavras Poupadas (Las palabras calladas): lo que más importa es lo que no se dice. Cuánto menos, mejor”.
Una obra que brotó en una época aún sin adjetivos, retrata la vida de mujeres sometidas sin cuestionarlas; la crítica está en nuestras miradas. Dibujaba personajes para dar pie a una revuelta sorda, que anticipaba las palabras, ya explícitas, de las escritoras feministas que aparecieron después.
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