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Es un cuerpo el que danza

'La Travesía: rodilla, pantorrilla, hombro, cadera', un recorrido por el oficio del baile
Foto: Alejandro Atocha

María del Carmen Castillo Cisneros

 

«Los bailarines son los atletas de Dios»

Albert Einstein

 

Por más que mi madre me insistía, nunca quise ir a clases de ballet. En aquella época, mis primas, mis vecinas y mis compañeras de colegio asistían. Cada año, sin falta, presencié estoica la puesta en escena que hacían en el Teatro Principal de la ciudad de Puebla. De la misma manera en que no imaginaba mi talle enfundado en un tutú y mallas, veía sin parpadear, desde mi asiento, aquellos cuerpos que desfilaban delante del mío. Mi oficio fue desde entonces la observación. Diferentes complexiones, largo y ancho de piernas, peinados estirados que almendraban ojos maquillados y manos gráciles que se movían coordinadas, me causaban fascinación. Por todo ello supe, al ver la pantalla de la Sala de Cine del Teatro Armando Manzanero de Mérida, que el documental de Tatzudanza titulado La travesía: rodilla, pantorrilla, hombro, cadera que abría con una toma del proscenio a las butacas, me daría el punto de vista del que baila. 

He de decir que, con el paso de los años, la danza continua en mi vida. Desde hace mucho tiempo entendí que no me escogió como protagonista, pero sí como dama de compañía. Mi hermano Daniel es bailarín, se dedica profesionalmente a ello y por suerte, con él se cumplió el sueño de mi madre. Ver de cerca su trabajo, el esfuerzo cotidiano, las lesiones por las que ha atravesado y las decisiones que ha tenido que tomar a lo largo de su carrera, son lugares que rondan mi memoria. Por tanto, este documental, que abre los festejos del día internacional de la danza en Yucatán, lejos de resultarme ajeno, me conmovió hasta la médula, mostrándome lo que siempre he pensado al convivir tan de cerca con este oficio: los bailarines son atletas de alto rendimiento y como tales, someten su cuerpo al límite, llevándolo a un desgaste continuo que queda oculto a la mirada del espectador.

El cuerpo es el lugar donde se vive y estos atletas encuentran en él una forma de ser y estar en el mundo del que jamás se vuelve. Sólo por la forma de caminar un bailarín se delata, porque su estructura y su paso responden a un entrenamiento que exige cierta postura grabada con tinta indeleble. 

 

Foto: Alejandro Atocha

 

Lleno de metáforas, el documental La Travesía es una valiente llamada de atención hacia la visibilización de los diversos episodios de aflicción que atraviesan los cuerpos que danzan.  Con una impecable dirección que entrelaza espacios, entrevistas y rutinas cotidianas con coreografías e imágenes de archivo, Tatiana Zugazagoitia propone otros diálogos posibles en la danza; unos que, desde la escucha interior, el cuidado y el respeto, puedan ante el miedo, tomar voz sin sacrificar nunca el gozo por bailar. 

Sin ánimos de revelar detalles y, más bien, invitando a que vean este documental, diré que así como hay dolor y rasgaduras que nos permiten ver la otra cara de un oficio, hay también poesía en la fotografía de Alejandro Atocha e interesantes y reveladores testimonios que se contonean al ritmo de la maravillosa musicalización de Rodrigo Castillo Filomarino.

Si en un principio aparece una tetera como el arranque de toda jornada que necesita tiempo y calor para un subsecuente cambio de la materia; al final, unas varillas de construcción que miran al cielo, remiten a la idea de buena cimentación como requisito para estar bien plantado para afrontar La Travesía que implica elegir el camino de la danza desde la primordial estima del cuerpo. 

 

Foto: Alejandro Atocha

 

Por último, quisiera recalcar que lo que uno ve como espectador que asiste a un espectáculo de danza, invariablemente es un derroche de estética; es armonía, son rostros sonrientes, vestuarios bien ajustados, piernas que burlan la gravedad y oscilaciones elegantes que nos hacen suspirar. Desde abajo todo parece fácil y sencillo. Sin embargo, arriba, sobre las tablas, la sangre de esos cuerpos en movimiento circula apresurada, los corazones trepidan, los músculos se elongan, emerge el jadeo, la piel suda y cada zancada retumba. Mientras tanto, cada bailarín se repite a lo Pina Baush un “bailemos, bailemos, bailemos, de lo contrario estamos perdidos”. 

Dice la bamba que para subir al cielo se necesita una escalera grande y otra chiquita… dice la videodanza, a través del cuerpo de Tatiana, que también hay que saber bajar esas mismas escaleras sin olvidar nunca que es un cuerpo frágil, vulnerable y humano el que baila.

 

@pamantuk

 

Lea, de la misma autora: Habitar hipiles


Edición: Fernando Sierra


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