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Saber perder

En el deporte ''no hay fracasos'' porque lo que hay son ''días buenos y días malos''
Foto: Reuters

Nació en Atenas, hijo de padres nigerianos que emigraron en la última década del siglo pasado; en una barquita, sortearon lestrigones y cíclopes, incluso al furioso Poseidón. Cuando era niño, acompañó a su padre a vender baratijas en las calles. No tenían papeles, y huían, como almas que lleva el diablo, cada vez que aparecía la policía. Un día, un cazatalentos lo vio jugando básquet en el barrio de Sepolia, en Atenas; le llamaron la atención la agilidad y las manos del niño, que parecían tenazas. 

El niño dijo que no le gustaba el básquet, que prefería el fútbol. Aun así, el cazatalentos lo convenció y comenzó a entrenar. Sus padres, vadeando otro naufragio, el económico, no lo apoyaron al principio; sin embargo, fue creciendo y destacando. Apátrida hasta 2013 —su talento deportivo lo ayudó a conseguir la nacionalidad griega—, Giannis Adetokunbo se convirtió en Giannis Antetokounmpo, y hoy día es el jugador más destacado de los Milwaukee Bucks.

Hace unos días, su equipo quedó eliminado de los playoffs de la NBA ante el Heat de Miami. Al finalizar el partido, un periodista, de esos malaleches, le preguntó a Giannis si veía su temporada de 2023 como “un fracaso”. La estrella de la NBA respondió: “Me hiciste la misma pregunta el año pasado. ¿Tú consigues un ascenso cada año en tu trabajo? No, ¿verdad? Entonces, ¿cada año que trabajas es un fracaso? ¿Sí o no? No, cada año trabajas para conseguir algo, para conseguir una meta: un ascenso, cuidar de tu familia…”.

Antetokounmpo recordó en su respuesta la trayectoria profesional de uno de los mejores basquetbolistas del mundo. “Michael Jordan jugó 15 años y ganó seis campeonatos. ¿Los otros nueve fueron un fracaso? ¿Eso es lo que me estás diciendo? Es una pregunta equivocada…”. Y remató asegurando que en el deporte “no hay fracasos” porque lo que hay son "días buenos y días malos en los que a veces triunfas y otras no”. ”De eso trata el deporte, no ganas siempre”. De eso, añado yo, se trata la vida. 

En el más reciente episodio de la serie Ted Lasso (Apple+), el equipo cenicienta AFC Richmond pierde de nuevo, hilando un eslabón más a una ya larga cadena de fracasos. Sin embargo, los galgos logran anotar un único gol, un golazo, casi al final del partido, que entusiasma incluso a los que apuestan en contra. En el momento en el que único que seguía creyendo en el equipo era el coach Lasso, la esperanza vuelve a florecer en el campo de Nelson Road.

Audaces fortuna iurat. El AFC Richmond ya no tenía nada más que perder, pues lo había perdido ya todo. Y fue entonces cuando Lasso, en estado de gracia, tiene una revelación, la misma que años atrás se incubó en el alma de Cruyff: la picazón del fútbol total. La implementa en pocos días, ante el escepticismo de su propio equipo. La nueva táctica cuaja ya al final del partido, dejando en el campo al cadáver más hermoso del mundo, de esos que prometen resucitar al tercer día. 

”Va a funcionar”, le dice eufórico después en los camerinos el periodista Trent Crimm al entrenador. Va a funcionar, no por el fútbol total, sino por el método Lasso. ”Durante todo este tiempo has construido, de manera lenta pero segura, un clima de confianza y apoyo en los jugadores; lo has hecho a través de miles de momentos imperceptibles que conducen a su inevitable conclusión: el fútbol total; funcionará”. 

En realidad, tanto Giannis Adetokunbo como Trent Crimm han parafraseado a Churchill: “El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Sin embargo, hemos escuchado tanto esta frase que ya no comprendemos su significado. Cuánto ganas, qué puesto tienes, cuántos seguidores tienes en Instagram, cuántos likes tuvo tu última publicación, dónde vives, qué auto tienes, de qué marca son tus zapatos… Se nos ha olvidado disfrutar el camino. 

De niño, sacaba mi mano derecha por la ventanilla del auto y, mágicamente, se convertía en pez; jugaba con olas imaginarias: saltaba y se volvía a zambullir, como marlín de plata. Cometa de falanges y membranas, mi mano bailaba con el viento, y con eso me bastaba. ¿En qué momento cambió todo? Cuando, en su envidia, el mundo me reprendió por perder el tiempo. Lo que perdí, en realidad, es divertirme mientras regreso a Ítaca. 

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Lea, del mismo autor: Mestizas, delfines, harakiris y gringas desnudas

 

Edición: Estefanía Cardeña


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