Migración: Cuando crecen los muros

La próxima semana entrará en vigor el Título 8, un cambio en la política migratoria de Estados Unidos impulsado por el gobierno de Joe Biden. Sus efectos más graves los sufrirán primero los mexicanos y después los centroamericanos que busquen ingresar a Estados Unidos, quienes serán detenidos y deportados o “removidos” hasta en dos ocasiones, con la prohibición de intentar cruzar de nuevo por cinco y 10 años, respectivamente. En caso de reincidir una segunda vez, enfrentarán pena de cárcel.

La “medida disuasiva” afectará incluso a cuatro de cada cinco personas que soliciten asilo, y los que lleguen desde El Salvador, Guatemala y Honduras serán deportados de inmediato; aquellos que pidan ser reunificados con sus familiares en Estados Unidos serán una minoría: apenas 100 mil.

La fobia a los migrantes tiene una larga data, pero como fenómeno se hizo mucho más visible desde la formación de los imperios modernos y recrudecida con la aparición de los Estados nacionales; desde que tendió a asociarse la pertenencia de los individuos a una nación siempre y cuando cumpliera con determinados requisitos. Quienes llegan de otras latitudes, con otro idioma, una religión distinta a la de la mayoría, pero sobre todo en busca de una oportunidad para obtener una mejor calidad de vida que en su lugar de origen se le niega, son vistos como sospechosos, disruptores, los que pueden alterar un orden idealizado.

Estados Unidos preferirá gastar elevadas sumas en deportaciones con tal de negar el ingreso a seres humanos que dejarlos pasar por sus fronteras como sí pasan monstruosas cantidades de drogas. Los mexicanos no sólo serán “disuadidos” a cruzar el río Bravo sin papeles, sino que también, gracias al acuerdo celebrado con México, el gobierno de Biden podrá enviar hasta 30 mil migrantes venezolanos, haitianos, cubanos y nicaragüenses cada mes.

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Pero también es cierto que el ingreso a Estados Unidos es cada vez más difícil y en todo el territorio mexicano es posible encontrarse con migrantes. Este jueves, en Campeche, fueron retenidos más de 100 personas provenientes de Brasil, Honduras e India. En otras dos ocasiones se ha detenido a un número similar. En Yucatán, el fenómeno también se ha dado recientemente.

Esto quiere decir que las rutas migratorias se están modificando y ya no son directas o, como están concluyendo en Estados Unidos, los migrantes están huyendo, pero están varados en el camino. Muchos se han quedado atrapados en México porque esperar a que concluya su trámite para ser admitidos no es urgente para el gobierno de Biden, al menos no de la misma manera que lo es para miles de personas que en sus países de origen corren un gran peligro, tanto que han preferido emprender una travesía tan riesgosa.

Mientras, el canciller Marcelo Ebrard se ha apresurado a decir que México no aceptará 100 mil centroamericanos expulsados de Estados Unidos. La actitud puede tomarse como un arrebato de dignidad, pero también es dejar de ver que también se está creando un problema para México por la cantidad de extranjeros que requieren de lo esencial para sobrevivir dignamente, lo cual implica que puedan trabajar legalmente en el país.

El cuello de botella, para el paso de humanos, que se está formando en la frontera norte tiene efectos en el territorio nacional y la solución no puede ser cerrar el paso por el Suchiate. Al muro que prometió Donald Trump no debiera corresponder establecer una “migra” en Chiapas, Campeche y Quintana Roo. Los límites entre los países siempre tienen un grado de porosidad, y migrar es parte de la historia de la humanidad.

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Edición: Estefanía Cardeña