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Festejar a mamá

Mujeres, comunistas e indias poniendo en tela de juicio el ejercicio de la maternidad
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

10 de mayo: Ser madre

Mujeres, comunistas y, por si fuera poco, indias, era algo inaudito para una gran mayoría de mexicanos. En Yucatán se había venido construyendo desde 1916 un movimiento que reivindicaba los derechos de la mujer, entre los que se otorgaba una gran relevancia al ámbito reproductivo, algo que era sacrílego para muchos.

Mujeres, comunistas y, por si fuera poco, indias, querían pasar por encima de uno de los mayores valores universales: la abnegación materna. Atendiendo a ello nació en nuestro país, en 1922, el “Día de la madre”.

Había que hacer algo al respecto. Mujeres, comunistas e indias poniendo en tela de juicio una forma plenamente sacramentada del ejercicio de la maternidad: ¿quiénes eran ellas para hacerlo? 

Después de 101 años, el asunto no ha variado gran cosa. Festejamos en una madre su capacidad para la autonegación, creyendo que allí hay un ejercicio de bondad, como afirmaba aquel poema que me obligaron a decir (que no recitar porque eso, a mis doce años, ya me resultaba ridículo) en la secundaria: “¡Madres de los hombres! ¡Excelso prodigio! (…) ¡Que nos dieron todo sin pedirnos nada!”

Pero, ideologías aparte, la reflexión ética puede ayudarnos a clarificar lo que la cursilería oscurece, pues más allá de la decisión de entrar o no en un festejo e incluso de ponerse más allá del consumismo y la sensiblería a que nos orilla la economía de mercado, están las ponderaciones y aquí se impone una en torno al supuesto valor moral de la abnegación.

La etimología de la palabra la vincula con el acto de renunciar, lo que podría implicar una forma de sacrificio, término de gran peso cultural aún en nuestros días. El asunto, sin embargo, tiene un factor oculto que es el de la culpa: alguien se sacrificó para expiar las culpas ajenas. ¿Hasta dónde, inconscientemente tal vez, el que se sacrifica no busca endosar en el otro alguna forma de culpabilidad? De ser esto así, ¿no se evidencia entonces una especie de acto perverso bajo la abnegación?

Somos una sociedad que ejercita casi cualquier satisfacción de manera culpable y eso no es sano.

Pero si bien el asunto tiene muchas aristas, me parece que parte de nuestra redención comunitaria tendría que poner en tela de juicio a la abnegación como valor. Personalmente, creo que una madre enseña más y educa más sanamente cuando reparte un pedazo de pan entre ella y sus hijos, que cuando renuncia a él. 

Al reproducir la imagen edificante de la madre abnegada, el 10 de mayo exhibe un fondo siniestro. A mí me parece que nuestra sociedad necesita más de seres humanos solidarios que de madres abnegadas.

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Lea, del mismo autor: Los límites de la empatía III y último

 

Edición: Estefanía Cardeña


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