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¿Maestro o profesor?

La respuesta está ligada al grado de compromiso con la educación de los alumnos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Mi niña curiosa preguntó: ¿cuál es la diferencia entre un maestro y un profesor? Generalmente, cuando uno comunica esa elección profesional dice: ¡Voy a ser maestro! Pareciera lo mismo, pero no lo es. Según lo investigado, el profesor es la persona que enseña los conocimientos de una o más materias y generalmente trabajan con los grados superiores.

En el caso de los maestros pueden enseñar distintas materias o una determinada, pero ponen en práctica sus habilidades para enseñar de la mejor manera posible, ya que los pequeños están aún en una fase muy importante de su crecimiento debido a que los cerebros aún se encuentran en proceso de formación, por lo que toca transmitirles valores y principios, así como ofrecer bases que les permitirá acceder a los siguientes grados educativos.

Las preguntas continuaron. ¿Únicamente los pequeños merecen tener un maestro? ¿Se trata solamente de transmitir información a los mayores? 

Necesitamos maestros y maestras en todos los grados. Especialmente ahora que después de la pandemia muchos jóvenes nos llegan en frágiles envases: no aguantan la presión, por todo se “sienten”, carecen de confianza en ellos mismos y en el futuro; los pasaron de grado sin saber leer y se sienten inseguros: enojados. 

La información que el profesor les puede ofrecer, la tienen en tutoriales de YouTube, y posiblemente de mejor calidad y mayor producción.

Por supuesto que ser profesor es mucho más fácil. Prepara su clase, llega, la da y se va. Ni siquiera tiene que aprenderse los nombres de sus “recipientes”. La mayoría de las veces, ante su pregunta: “¿Alguna duda?” Nadie va a alzar la mano. El que es maestro, buscaría la manera de enterarse si entendieron, si la clase les dejo algo; propiciaría que afloraran las dudas. Ya tendría un análisis del grupo para medir su capacidad lectora, su información previa; la conexión del tema con su realidad.  Habría detectado al más terrible, que seguramente es muy inteligente y que con su actitud le está diciendo: hazme caso, prepárate mejor.

De pronto recordé a la ciudad de Jerash en Jordania donde se encuentra uno de los sitios más grandes y mejor conservados de la arquitectura romana. Una de las cosas que más llamaron mi atención fue el foro oval, con infinidad de columnas, “amarradas” en la parte superior, de tal manera que cuando los vientos llegan a cierta velocidad y fuerza, al pasar por espacios minúsculos, matemáticamente adecuados, producen un sonido de alarma que avisa que toca guardarse ante la inminencia y poderío de la tempestad que se avecina.

Cada vez me queda más claro que desconocemos la dimensión del atropello de la pandemia y sus consecuencias. Hay quien piensa que basta con recuperar la economía, ¿y la parte humana? Los adultos tenemos experiencias que nos fortalecen para rehabilitarnos, algo dispersos y cansados, pero ahí vamos. Los pequeños, gracias al juego, a la compañía de otros niños y de maestros buscando maneras de fortalecer a chiquitos frágiles, sobre protegidos, que han crecido prácticamente sin reglas ni rutinas, con celulares desde la cuna, están resurgiendo con un poco de mayor facilidad. 

En cambio, muchos jóvenes y universitarios, están pasados tiempos difíciles. Después de casi tres años detrás de una pantalla, no quiere dejar un cubre bocas que los protege de las miradas ajenas. No saben socializar, mirarse a los ojos, la broma termina en bulín; no saben coquetear, ni entender señales. Eso, por un lado, y, por el otro, los recién egresados, salen al mundo sin haber practicado: los dentistas, en contactos con las bocas, los médicos con la sangre y el trato con los enfermos… quienes además de sus miedos y enfermedades, tienen que ejercer su nombre de pacientes

El sonido del viento me dice que las tormentas se preparan y que nosotros necesitamos estar listos para salir lo menos raspados posibles. Por eso, profesores, necesitamos más maestros. Más allá de esperar soluciones y reconocimientos de autoridades que muchas veces se encuentran en otros asuntos, abracemos el compromiso de nuestra vocación, para fortalecer las alas de nuestros alumnos. Se los aseguro, todos saldremos beneficiados.

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Lea, de la misma autora: Y los maestros, ¿qué?

 

Edición: Fernando Sierra


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