Hace más de 30 años, en las primeras Ferias Internacionales del Libro Infantil y Juvenil FILIJ, de la ciudad de México, el maestro Juan Guillermo Bonilla no fallaba anualmente en llevar a sus alumnos a algunas de mis presentaciones. Después, cuando llegó a director de la escuela Nicolás Bravo que se encuentra en la cúspide de un cerro de Iztapalapa, me dio la primera sala de lectura con mi nombre. Juan Guillermo era un joven maestro con una vocación enorme y gran amor por los niños. Cada visita era un descubrimiento para mí, que carecía de conocimiento de la vida de las escuelas públicas.
Por lo pronto, siempre me ha llamado la atención la acumulación de basura en los techos. Digo basura, porque en eso se han convirtieron los mesabancos, sillas y demás mobiliario que, como él me explicó habían sido inventariados al llegar y no podían ser desechados, porque en cualquier momento podría llegar una inspección.
Entiendo que la ley surgió ante la desconfianza de las autoridades de que algún vivales diera de baja algo útil y se lo llevara a casa. La desconfianza es de ida y vuelta y merma el trabajo en equipo en favor del objetivo: ¡Sacar adelante a México!
Juan Guillermo, siempre impecable, consciente de que no podía desechar la basura que con el tiempo se vuelve natural y termina por no verse ni sentirse afectado por ella, decidió que sus alumnos tendrían que tener otros parámetros que enriquecieran su visión, por lo que, al cabo de los años, vi como los salones, con el apoyo de los papás, cambiaron pisos y sus ventanas tenían coquetas cortinas. Maestros y alumnos llegaban rechinando de limpios, con sus uniformes planchaditos y sus sonrisas orgullosa de ser parte de una escuela tan bonita.
Comenzó a hacer los festivales los domingos, apoyado por maestros contagiados por su virus de compromiso a su vocación, y me explicaba que, si los hacia entre semana ningún padre de familia iría, porque trabajaban, por lo menos, a dos horas de distancia, y el domingo estaban en casa. Así que las calles del cerro, consideradas muy peligrosas por los taxistas, ese día se vestían de fiesta.
Por medio de rifas armaron la mejor banda de guerra de la zona, con uniformes de gala e instrumentos de primera que transformaron a la comunidad en un centro educativo, digno, orgulloso y unido. Logró armar la sala de cómputo y, con apoyo de la supervisora, me invitaba a contagiar el virus a maestros de otras escuelas del rumbo.
Me pregunto: ¿Cómo podemos hablar de orden, si estamos inmersos en la basura? ¿Cómo puede un maestro, una maestra no ver las paredes descarapeladas, los vidrios rotos, la suciedad, del espacio donde pasa tantas horas y en la que se están formando o deformando sus alumnos? Los espacios luminosos u oscuros terminan por transformarnos en ellos.
Cenicienta estaba esperando ser salvada mientras permitía que su madrasta y sus hijas la maltrataran. Tuvo que despertar y salir al encuentro de la vida para encontrar respuestas. Hay tanto por hacer, pero mis vistas al interior del estado me llenan de esperanza. He visto escuelas preciosas porque sus directores y directoras, llenan de plantas y macetas sus jardines y corredores. Consiguen donaciones de pintura y se organizan con los padres los domingos para embellecer el espacio en el pasan tantas horas y en el que hay alumnos, lo he escuchado muchas veces, que se sientan ahí mejor que en sus casas.
La experiencia de años me dice que la mayoría de los padres de familia quieren lo mejor para sus hijos y si les pedimos apoyo para arreglar el salón, lo harán.
Nuestros niños necesitan llegar a espacios que los inviten a transformarse y con ello, su realidad.
La vocación magisterial es igual que el matrimonio, hay que romper la rutina y alimentar la plantita para que florezca. Hay que leer, escuchar platicas, intercambiar ideas; aprender a debatir, abrirse a oír y manifestar su opinión, a respetar y estar dispuesto a aprender, a encontrar consenso, a mantener el dialogo abierto.
Educar no es conseguir la base para hacer tiempo mientras llega la jubilación. La educación es lo óptimo con que contamos para transformar el mundo. Toca renovarnos, comprometernos y hacer nuestra parte.
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