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De boda y fuga

Qui potest capere, capiat
Foto: Juan Manuel Valdivia

De las cosas que se agradecen del fin de la pandemia es el retorno de esas fiestas que se vuelven de gran convocatoria. Fuera de bromas, un festejo mueve una cadena de valor en la que están involucradas muchas personas. Entre locales, rentas de mobiliario, músicos, meseros, comida y bebidas, hay negocios que se mantienen a flote y sostienen a cientos de familias.

Esto viene a que el pasado fin de semana La Xtabay y yurstruli fuimos invitados a una boda, y con tal de divertirnos un rato y orearnos, decidimos acudir. Además, estábamos advertidos de que el festejo iba a ser de verdad la unión de dos familias, pues la comida la iban a elaborar entre consuegros y tías de los contrayentes.

Si algo sabemos es que la fiesta se va a poner buena cuando empieza un desfile de ollas de esas que se nota que acumulan historias familiares. Nada de acero inoxidable que se ve bonito, al contrario, son esas que llevan por lo menos 35 años en manos de quien la maneja, heredadas de la abuela, con varias abolladuras y marcas de las múltiples ocasiones en que han sido cubiertas de cal para colocarlas sobre leña. Ser invitado a una comida de esas es realmente un privilegio y un honor.

Como no había ningún protocolo a seguir, La Xtabay y yo llegamos desde temprano. En realidad, hacía mucho que no salíamos solos, sin chamacos, y la idea de disfrutar del relajo y volver a bailar se nos hizo fabulosa. Además, el conjunto musical también estaba convocado para animar el ambiente desde el inicio, así que estábamos seguros de que nos íbamos a divertir como cuando nos conocimos. Además, la mamá del novio estaba feliz. Iba a ser el matrimonio del último de sus hijos y ya había prometido que nomás se recuperara de la cruda iba a embrocar su batea, la cual, si por ella fuera, no existiría; pero el galán dirige un taller mecánico y su principal negocio es el rescate de vehículos utilitarios. Para dejar limpia esa ropa se necesita una mezcla especial de detergentes que resulta peligrosa de respirar, y ya son varios años de exposición a esos tóxicos.

Todo iba genial. Todavía estábamos en la primera ronda de botana cuando ya la novia se había quitado los zapatos y se puso unas chanclas viejas para bailar, pero sólo llegó la oficial del registro civil y el ambiente se puso tenso. Apenas después de las amonestaciones de rigor, el grupo anunció la ronda musical encarada por el padrino del novio y se arrancó con “Luces de Nueva York”. Resulta que el padrino era también el amigo más entrañable del contrayente, su “best man”, y se armó la batalla campal.

La oficial, sacó otra acta y se animó a decir “si usted quiere, ya no hay necesidad de amparo. Aquí donde dice ‘es Claudia’ va a decir ‘ahora es Adán Augusto’ y no pasa nada”. El team bride se dividió entre los que estaban con la novia y los que apoyaban al padrino. Luego los papás preguntaron por qué no estaba ahí Marcelo que era el que los había presentado, y don Rich, el de la cámara, se frotaba las manos mientras calculaba cuánto le iba a sacar a las fotos y video si se hacían virales o si preguntaba cuánto por no subirlas a la red.

La boda ya estaba de bote en bote, la gente loca de la emoción. Unos invitados empezaron a exigir que se aplicara una encuesta, otros que se llamara a una elección abierta entre los presentes; unos más decían que don Andrés y doña Beatriz (los papás del novio) tenían que intervenir y designar a quien quisieran porque su hijo de plano estaba perdido.

Los meseros empezaron a regresar a la cocina las copas que habían sacado para el brindis, porque eso de que haya cristales rotos es peligrosísimo. Mientras comenzaron a volar algunas sillas, y otras a estrellarse en una que otra espalda; aquello parecía una sesión del PRD, cuando existía.

Mi adorada y yo alcanzamos a escaparnos porque aquello seguía y amenazaba con que pronto iban a llegar los antimotines. Hasta raro nos vieron los engendros porque según debíamos regresar con las tortas de cochinita para el desayuno. En lugar de eso, fuimos a comprar unos panuchos para la cena.

A la mañana siguiente, La Xtabay me preguntó si me volvería a casar con ella. El instinto de supervivencia me hizo decir “claro que sí, mi amor; no lo dudaría nunca”, pero en mi cerebro sólo podía oír “no me vuelvo a enamorar, totalmente ¿para qué?”.

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Edición: Fernando Sierra


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