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Memoria cinematográfica

La industria fílmica impuso patrones de consumo en centros urbanos y en localidades rurales
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Las innovaciones tecnológicas traen consigo cambios en las formas de convivencia y en las costumbres comunitarias, al mismo tiempo que modifican las visiones del mundo aceptadas en las sociedades que acogen esas influencias de flamante cuño. Los sistemas de entretenimiento masivo son un buen ejemplo de ello.

Cuando la industria fílmica se consolidó en el ámbito internacional extendiéndose en países considerados exóticos y periféricos desde el punto de vista de las grandes potencias económicas, mostró diversas expresiones de vida en sus imágenes animadas, pero también impuso patrones de consumo tanto en centros urbanos como en localidades rurales, haciéndose presente en las acciones cotidianas del público que formaba.

Hay estudios y referencias que abonan el conocimiento de distintas fases del proceso de recepción de contenidos cinematográficos en Yucatán, como las investigaciones históricas de Gabriel Ramírez, la crónica de Joaquín Tamayo sobre el desaparecido cine Maya de la colonia Alemán, de Mérida, así como el libro Cinema Palacio, de Iván Espadas, que trata acerca de la sala que en Cacalchén, durante varios años, brindó este tipo de espectáculos; el mismo autor prepara otra obra acerca de los establecimientos de dicho ramo que tuvieron presencia en varios municipios del estado. Juan José Caamal Canul rememora, en un escrito de febrero de 2019, el cine que conoció en Tekantó, su poblado natal, rememorando al empleado que se hacía cargo de las proyecciones. Si se busca aquí y allá surgen otros testimonios que recrean hechos significativos en torno de estos espacios proveedores de entretenimiento seguro y memorable.

El señor Juan Moguel Pech, nativo de Tekantó y hombre de campo a quien sus amigos recuerdan como un conversador ameno, relató en enero de 2001 algunos sucesos, distantes en el tiempo, a propósito de las salas cinematográficas establecidas en su pueblo de origen. Así evocó los días de gloria del cine Lido, con butacas cómodas y una buena pantalla. Antes de éste existió el Regis, situado en una terraza, destechado y pequeño. Cabe señalar que la monografía de este municipio (2011), cuyo autor es Wilbert Smith Centurión, data el funcionamiento del Regis en la década de 1940, y registra la fundación del Lido en el decenio siguiente.

En su comunicación oral, el apreciado informante refirió que las películas exhibidas en el Regis eran estadunidenses, algunas de ellas mudas. Cuando comenzaron a llevar las mexicanas, éstas ya tenían sonido y las anunciaban por las calles. Además de los vecinos de Tekantó iban a verlas moradores de las fincas cercanas y de otros pueblos como Citilcum, Sahnacat y Suma. La vez en que se proyectó Allá en el rancho grande, esta película causó tanto interés que tuvieron que ofrecerla en dos funciones consecutivas, una comenzó a las ocho de la noche y al terminar ésta tocó turno a la otra.

El día que pusieron en cartelera Lo que el viento se llevó coincidió con un ventarrón que movió la pantalla de su lugar, la cual fue a dar al horno de panadería de don Felino Coral. Cuando el propietario la sustituyó por una nueva, muchos le preguntaron si también la iba a llevar el viento y él contestaba, con cierta incomodidad, que no porque la iba a fijar muy bien en la pared. Fue una lección bien aprendida a fuerza de padecer las inclemencias del tiempo.

Hacia los años sesenta, algunos vecinos instalaron en sus casas los primeros televisores que llegaron a Tekantó. Los niños del pueblo se acercaban a las ventanas para ver los programas en blanco y negro de ese entonces. Don Alberto Gamboa compró uno de esos aparatos para su esposa doña Juanita, pero ella lo puso de espaldas a la calle, impidiendo que alguien más pudiera verlo. Don Alberto se dio cuenta de eso y le pidió que lo colocara en sentido inverso para que otras personas pudieran disfrutarlo también de manera gratuita, ya que en algunas casas cobraban veinte y hasta cincuenta centavos como cuota para apreciar sus novedosas transmisiones. Entonces la señora decidió abrir la puerta para que los pequeños entraran libremente, aunque recomendándoles que lo hicieran con los zapatos limpios. Y esta escena se repetía todas las tardes en el Tekantó que ya sólo algunos pobladores longevos guardan en la memoria.

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Lea, del mismo autor: Amistad fecunda

 

Edición: Estefanía Cardeña


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