En unos cuantos días, Mérida tendrá su primer “barrio mágico”, y el secretario de Turismo federal, Miguel Torruco, vendrá de visita para entregar dicho nombramiento a La Ermita, aunque siendo respetuosos de la historia de Mérida, debe ser para el barrio de San Sebastián.
El beneficio inmediato para los vecinos, según anunció Michelle Fridman Hirsch, secretaria de Fomento Turístico de Yucatán, se dará en forma de pintura de fachadas, promoción y cursos de capacitación que ofrece la dependencia a su cargo.
“Lo que buscamos es que haya una conservación de ese patrimonio, el mantener las fachadas, el mantener viva cultural y económicamente el barrio, que no sea una zona en donde vaya despoblándose, sino que al contrario, vaya renovando su vida con una vocación totalmente nueva, en este caso turística, comercial, habitacional y para eso el ayuntamiento contará con actividades culturales permanentes [...]”, manifestó en mayo pasado Renán Barrera Concha, presidente municipal de Mérida. En ese momento adelantó que vendrán cambios en el uso del suelo en los barrios.
Por lo que se ha visto en el último lustro en Mérida específicamente, y en Yucatán en general, distintivos y reconocimientos como el estado más seguro y la cantidad de inversiones que llegan se han traducido rápidamente en un incremento poblacional no previsto. Asimismo, el distintivo de “Pueblo Mágico” para Valladolid y Sisal ha hecho que estos dos lugares se estén volviendo prohibitivos para los bolsillos de los yucatecos, y es razonable esperar que en un “barrio mágico” suceda lo mismo: la gentrificación y desplazamiento de las familias que llevan viviendo en el rumbo por varias generaciones.
Dentro de San Sebastián, la zona de La Ermita tiene cierto reconocimiento a nivel nacional. Ya fue escenografía de una telenovela de Televisa y esto le ha dado exposición que a muchos les agradará presumir en Instagram. El inconveniente está en que, para que se conserve la magia que se presume, el barrio tiene que estar habitado por familias y negocios locales y no, como ya ocurrió con Santiago, convertido en un ghetto de nuevos habitantes a los cuales se les reconoce que han embellecido las antiguas casonas, pero difícilmente conviven con el vecindario.
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Cabe destacar que tanto el programa de Pueblos Mágicos como ahora el de Barrios Mágicos tienen su origen en escritorios de la Secretaría de Turismo y el primero ha tendido a uniformar poblaciones rurales en las que ya es difícil encontrar negocios familiares y, por el contrario, se han llenado de franquicias y los servicios de hospedaje y alimentación para los visitantes han encarecido al grado de ahuyentar al turismo local. La mejor expresión de esa uniformidad que van adquiriendo los llamados pueblos mágicos son el esperpento de “letras turísticas”, a las que se conduce al visitante para que a fuerzas se tome la foto que destinará a sus redes sociales, sin compartir la experiencia de conocer a la gente y las historias que hicieron mágico a su destino en un principio.
Queda entonces preguntarse a quién beneficia el proceso de gentrificación que se avecina para La Ermita en particular y el Centro Histórico de Mérida en general. Ya vemos que a los vecinos les tocarán cubetas de pintura, y tal vez sea lo único que vean, antes de verse forzados a vender su propiedad y decir adiós al barrio.
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