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Orden de la legión de honor, en Yucatán

Había un señor que cuando tosía, las hojas de los árboles cercanos se caían toditas
Foto: Efe

El pasado 18 de julio, en reconocimiento a su labor en pro de la conservación de la biodiversidad marina y el efecto del cambio climático en el Caribe, la doctora Dalila Aldana Aranda, investigadora del Cinvestav Unidad Mérida, desde hace 35 años, Premio Nacional al Mérito Ecológico 2009 y colaboradora de La Jornada Maya, recibió la Orden de la Legión de Honor, la distinción más importante del gobierno francés. ¡Muchas felicidades!

                                                                        

SUSPIRANDO

Había un señor que cuando tosía, las hojas de los árboles cercanos se caían toditas. Pero eso no es nada comparado a cuando estornudaba. Al primer síntoma, la gente lo cargaba y sentaba frente al mar donde sus estornudos tenían tal potencia que empujaban a las olas como a doscientos metros de distancia y éstas se asustaban tanto que se demoraban en regresar. Tiempo aprovechado por los habitantes del pueblo para sacar de los charcos que quedaban en la arena sin olas: peces, caracoles, pulpos enredados o algún camarón; mientras Juan Suspiros, como se llamaba aquel señor, se quedaba tumbado sobre la playa, totalmente extenuado. 

Un día, la encargada del correo descubrió que Juan Suspiros le enviaba una carta a un tal Doctor Especialista en Alergias; muy alarmada hizo una junta con los señores más importantes del pueblo, quienes decidieron hacer desaparecer la misiva. 

La responsable del correo cerró fuertemente los ojos y tragándose el “sentido del deber” –que quería atorarse en su garganta- tiró la carta al fuego. 

Con el tiempo, la gente del pueblo se volvió tan exigente, que quería que Juan Suspiros programara sus estornudos para las cinco de la tarde. De esa manera, podían tranquilamente cosechar antes de la puesta del sol y preparar la cena. 

A veces, Juan Suspiros no lograba estornudar, así como así y fueron varias las tardes en que se quedaron las ollas con agua hirviendo. 

La gente decidió que no podía estar a expensas de cuando “Juan Suspiros quisiera”, de modo que, tras mucho pensar la solución para hacerlo estornudar a voluntad, los del pueblo, encontraron que la mostaza molida con pimienta y sal de ajo eran condimentos inmejorables para su objetivo. 

Cada tarde lo llevaban cargando –el pobre señor Suspiros ya no podía ni caminar de agotamiento-, lo sentaban frente al mar, le ponían la pasta en la nariz y enseguida surgían los estornudos. 

Fue tanto lo que el pueblo aquel cosechó de sus playas, sin respetar épocas de veda que, al cabo del tiempo, había arrasado con toda la flora y fauna marina y con la esperanza que encerraban los huevos que no llegaron por la falta de desove; la pesca había desaparecido. Acostumbrados a cenar aquellas delicias, y al ver frustrados sus planes de exportación y comercializaciones, la gente comenzó a enojarse… ¿con el mar? No. Con Juan Suspiros. 

–Tus estornudos son un fraude –reclamaban algunos. 

–Te estás volviendo viejo –le gritaban otros. 

Un día, decidieron llevar a Juan mar adentro, en una barca, para explorar zonas nuevas. 

Ya en la embarcación, Juan veía a lo lejos, el pueblo con las amas de casa danzando con pañuelos y al frente, navegaban una docena de lanchas repletas de gente con morrales vacíos. 

Un cardumen de colores variados les dijo que ese era el lugar exacto. Le pusieron a Juan la pasta debajo de la nariz y entonces sí, se desataron los “¡Ahhh! ¡Ahhh…! ¡¡¡Ahhhh…!!!".

La barquita, con cada ¡¡¡Ahhh…!!! Giraba de un lado a otro como rehilete, los pescadores asustados se lanzaron al mar. 

Por fin el ¡¡¡AAAAAHHHHHH…!!! ¡¡¡CHUUUUUUU…!!!, explotó. 

Juan Suspiros estornudó en dirección al pueblo provocando una ola enorme que, muerta de miedo, se fue corriendo y lo sepultó, atropellando en su carrera una docena de barquitos cuyos morrales, se llenaron de agua. 

Al verse solo, Juan Suspiros, tomó los remos y comenzó a alejarse. Ahora vive en un pueblo lejano sin estornudos, dedicado a escribir cuentos que llenan de asombro a chicos y grandes. 

Un día, leyó en un periódico que su pueblo natal había sido arrollado por el tifón más grande de todos los tiempos; como era el inicio de la temporada, le pusieron un nombre que empezaba con la primera letra del alfabeto: Ambición.

 

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Lea, de la misma autora: La Frontera Indómita


Edición: Estefanía Cardeña


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