A Natalia Ríos por su cumpleaños
¿Quién elegiría conscientemente vivir en la calle? Yo, como ser humano, consideraría todos los factores sociales que devienen de esta situación, y puedo asegurarles que me lo pensaría mucho antes de concretarlo, porque si bien podría ser liberador desprenderse del pago de rentas y servicios, finalmente la calle nos vuelve blanco de la vulnerabilidad y no precisamente por consecuencia natural. No se trata de la era de las cavernas en la que si estás herido o solo, te conviertes en carnada; en nuestros tiempos la vulneración es social gracias a nuestras creencias colectivizadas: valorizamos menos a una persona en situación de calle que una que cuenta con un techo digno.
Esta creencia a partir de sistemas económicos que históricamente nos hacen pensar que valemos por lo que hacemos y tenemos, nos ha hecho creer que podemos invisibilizar y hasta violentar al que vive en la calle, al que no tiene nada, porque “da mala imagen” o porque “ese no es su lugar”. ¿Quién define el lugar que tenemos y bajo qué parámetros?
Los perros, gatos y otros animales domésticos no han decidido conscientemente vivir en las calles, han nacido en ellas, invisibilizados por la sociedad y criminalizados por las autoridades. Para los gobiernos, los animales en situación de calle son foco de infecciones, enfermedades, contaminación y un largo etcétera de afectaciones a la salud pública y ambiental, con ello, justifican políticas públicas como el sacrificio indiscriminado y hasta su hacinamiento en centros de control canino.
“Es que los perros no deben estar en las calles”, dicen los mismos políticos que administración tras administración no generan ningún cambio de paradigma y mucho menos destinan recursos para tratar la sobrepoblación canina de manera ética. La omisión de sus obligaciones como gobierno es la que permite que miles de animales nazcan en situaciones desfavorables, la calle termina siendo la única opción y por lo menos debería ser un lugar seguro para ellos.
Desde una visión ética, ¿por qué los animales se han vuelto a los ojos de todos “una plaga” que contamina y los seres humanos sólo dejamos “huella de carbono”? Nuestra incidencia en el medio ambiente es cien veces más negativa que la de un perro en situación de calle, sin embargo, el sector salud se empeña en decir que sus heces, que su saliva, que su todo, es especialmente un riesgo para las personas, ¿y las personas no somos un peligro para el resto de especies?
Hemos decidido domesticarlos, explotarlos, comerlos, experimentar con ellos, desecharlos, maltratarlos y hasta divertirnos “porque son simples animales”. El inconsciente colectivo nos dice que tomemos decisiones sobre ellos y que eso es correcto, que decidir sobre su vida y su muerte es normal, que tenemos la superioridad para enseñarles cuál es su papel en este mundo, y lo que jamás nos cuestionamos es por qué si el raciocinio es nuestra magna obra como humanidad, si la inteligencia es nuestro supuesto sello, ¿por qué siempre elegimos hacer daño antes que decidir por el cuidado y protección de los demás? ¿Por qué ante la carencia de normas decidimos por aprovechar la situación para beneficiarnos a pesar de que eso signifique el dolor ajeno?
¿Cuándo se decidió que los seres humanos sí tenemos derechos de contaminar mientras le llamamos “desarrollo” y el resto de animales se convierten casi en material radioactivo tan sólo por existir? Es una visión antropocéntrica normalizada. Desde que los humanos tuvimos un poco de poder sobre el mundo, decimos que éramos superiores a como dé lugar, ¿bajo qué argumento ético? Ninguno lo suficientemente fuerte como para no debatirlo.
Este año lo comenzamos aun lidiando con una pandemia que puso en jaque nuestros sistemas de salud, económicos y hasta de creencias. El Covid-19 nos hizo darnos cuenta de la forma en la que abordamos las enfermedades zoonóticas -padecimientos infecciosos que se transmiten de animales a humanos- evidenciando que no es culpa de los animales el contagio, sino que es resultado de las condiciones que les proveemos, que al ser insalubres, inhumanas y anti éticas, sus cuerpos no tienen otra manera de reaccionar más que enfermándose, y es tan común que no se les ofrezca atención que médica oportuna, que la propagación de cualquier virus es inminente, ¿pero a quién terminamos culpando? A los murciélagos, a los grandes felinos, a los monos, a los puercos, a todos menos a la incidencia u omisión humana ante el sufrimiento ajeno.
Este 27 de julio es el Día del Perro Callejero, y en Latinoamérica tenemos dicha situación bastante normalizada, surgen refugios, se organizan campañas de esterilización, se perfeccionan los marcos jurídicos de protección animal, pero aún queda mucho tramo por recorrer, de entender que nosotros mismos estamos provocando la situación de calle solapando la venta de animales en lugar de sensibilizar sobre la importancia de la adopción responsable, porque mientras las personas sigan teniendo la opción de adquirir “el perro a su medida y que les guste”, jamás voltearán a ver uno de la calle como compañero de vida. Y mientras comprendemos esta forma de ver al otro, por lo menos hagamos de la calle un lugar seguro donde puedan vivir, dejémoslos transitar en paz, tengamos un recipiente con agua limpia, frenemos el auto si los vemos cruzar por una avenida, seamos cómplices de su bienestar y no sólo testigos de su sufrimiento.
También te puede interesar:
-Para rescatar a los lomitos: Conoce la Ciudad de los Perros y Gatos en CDMX
-Chato, el primer perro en comparecer en una audiencia por maltrato animal
Edición: Estefanía Cardeña
Mujeres son fundamentales en el desarrollo de fármacos: Lena Ruiz
La Jornada
Juan José Pacho, impresionado con el Kukulcán; “luce monumental”
Antonio Bargas Cicero
“Será un año divertido”, señala; Matos le habló bien de la organización
Antonio Bargas Cicero