No podía ser de otra manera. Cíclicamente, los sectores más oscurantistas del país ponen en tela de juicio los contenidos de los libros de texto que se distribuyen en las escuelas públicas y que son obligatorios en todo el sistema de educación básica.
No conozco el contenido de los libros que se distribuirán dentro de poco más de un mes y es temerario juzgar fuera de contexto y a partir de alguna información que se ha venido propalando en las redes sociales.
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Lo que ahora me ocupa es el argumento del sesgo ideológico de los materiales. Descalificar un libro porque “contiene ideología” es algo fuera de lugar. Por definición, la ideología es una dimensión omnipresente de la vida social, de tal manera que casi ninguna de nuestras acciones socio-culturales está exenta de ese factor por lo que comer, vestirse, divertirse, consumir y hasta descansar tienen (en mayor o menor medida) una carga ideológica.
Entre sus muchas definiciones, probablemente la de mayor capacidad explicativa es aquella que define a la ideología como “un claro-oscuro de verdad y engaño”, lo que nos permite reconocer que toda ideología supone una visión distorsionada del mundo y que esta distorsión viene de nuestras creencias, nuestra manera de procesar la experiencia, nuestra forma de vivir, etc. La ideología se construye con verdades contundentes, verdades a medias e incluso con mentiras flagrantes que tomamos como verdades a pie juntillas.
Como quiera, de ideología no nos salvamos y los libros de texto no podrían ser la excepción; el problema está en reconocer hacia dónde apunta un sistema educativo y cuáles son sus diferentes ámbitos de competencia a partir de nuestras necesidades y de un proyecto de país.
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En el caso de la llamada educación formal, las habilidades para pensar con orden debieran ser el objetivo fundamental. En ese sentido está claro que la educación formal del país, por ser laica, debe orientarse al conocimiento y desarrollo de una actitud especulativa que acerque paulatinamente a los alumnos al pensamiento científico o, al menos, a la sensatez.
Quienes solicitan que se equipare una teoría con un dogma (pensemos en la Teoría de la Evolución y el Creacionismo) se están situando en una postura errónea, pues la teoría trata de encontrar certidumbre en la evidencia, mientras que el dogma lo hace en la creencia, territorios que son irreconciliables y que no tendrían que confrontarse en una circunstancia estrictamente escolar. Los que discuten la ideología de los libros de texto lo hacen desde la ideología y así no se llega a ningún lado pues aumentamos el volumen de las distorsiones. (Recuerdo a aquella compañera de la preparatoria que estudió en una secundaria de monjas donde para pedir permiso para ir al baño decía: “Maestra, ¿me da permiso de ir al Juárez?”).
La lucha de clases no sólo es la lucha por el pan y la sal, sino también por imponer una perspectiva de lo real. Ojalá este asunto del libro de texto nos lleve a una discusión seria, pero todo apunta a que no será así.
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