Ricardo Villa decidió su profesión desde niño mientras surcaba los cielos en su primer viaje por avión. No es que quisiera ser piloto o sobrecargo, no: él veía por primera vez la tierra desde las alturas, porque se dirigía a una gesta nacional de tenis de mesa, deporte que le fue inculcado, sin saberlo, por su padre, quien lo practicaba en el hotel que un amigo suyo tenía en la ciudad de Oxkutzcab. Entonces, ahí, entre las nubes se dijo a sí mismo que si jugar le daría la oportunidad de subirse a un avión permanentemente, a eso se dedicaría.
Su afición nació asistiendo a los improvisados torneos de aquella casa de hospedaje, hasta que un día decidió tomar una raqueta frente a los ojos azorados de uno de los adultos participantes de origen chino, quien expresó a su padre: “tiene con qué”; la respuesta fue: ¡para beisbolista, cómo no!
Sin embargo, poco a poco, Ricardo fue depurando su técnica hasta convertirse en un adolescente sumamente competitivo, término que usa para autodefinirse; no porque le interese vencer a los otros, sino por demostrarse a sí mismo que con disciplina se pueden alcanzar todas las metas.
Hay una peculiaridad en este joven de 24 años, contraria a lo que muchos opinan sobre su generación, etiquetándola al tildarla de indolente: honra la participación de su familia en su preparación y sus logros y se desvive en elogios y agradecimiento por todos aquellos que lo han apoyado en el duro camino que lo ha llevado a ser el número uno de todo México.
El sueño: la cima
Ricardo recibió la noticia de boca de su padre justo el primero de enero de 2017. Una noche anterior la fiesta para recibir el año se prolongó y el muchacho sólo pensaba en dormir más, de modo que cuando su padre le dijo: lo lograste eres el número uno de México, lo escuchó y se volvió a esconder en su hamaca.
Fue hasta más tarde, ya recuperado del desvelo, cuando le “cayó el veinte” de la enorme responsabilidad que conlleva tal nombramiento; poco a poco lo fue asumiendo y aceptando que tendría que sacrificar las diversiones que las personas de su edad disfrutan para dedicarse por entero a sus entrenamientos que alcanzan de seis a siete horas, durante las cuales quema hasta dos mil calorías. Es un deporte muy dinámico, que requiere de mucha inteligencia y reacción vertiginosa, pues las pelota puede alcanzar hasta 160 mph, afirma.
Planes y torneos
Los apoyos que no ha recibido de las autoridades las ha obtenido de particulares, como es el caso de Erik Samson, copropietario de La Mezca, La Negrita y Casa Chica, quien también practica el tenis de mesa y conoce al campeón nacional desde que tenía nueve años de edad. Es por eso que han hecho una mancuerna extraña: todos los martes por la noche ofrecen una clínica en las instalaciones de La Mezca para jugar ping pong y retar al As de Tekax: quien le gane un punto recibe una bebida gratis. Tal divertimento ha rendido frutos más allá de lo imaginado y ahora este sitio de esparcimiento que fomenta el arte musical y la cultura, en general, será sede de las clasificaciones nacionales para competir rumbo a los juegos olímpicos.
Esta primicia nos la da Ricardo, quien es un hombre inteligente, franco, directo, sonriente, que hace que uno vuelva a tener esperanzas de que esta generación de mexicanos logre sus metas con el ánimo que este campeón contagia.
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